Dicen los teóricos la globalización que la fórmula perfecta para estar bien en el mundo es acompañar la mentalidad global con la acción local. En estas líneas quiero plantear justo lo contrario.
Creo recordar que fue en la cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 donde se dio por bueno este concepto que hoy, visto lo visto y los derroteros que va tomando la dichosa globalización, es más que cuestionable.
Ya en aquella Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo celebrada en la ciudad carnaval de Brasil del 3 al 14 de junio de hace casi veinte años, conocida con justicia como Cumbre de la Tierra porque en ella participaron nada más y nada menos que 125 Jefes de Estado y de Gobierno y en la que 178 países se hicieron representar, hubo detractores de esta idea. Pensaban que ejecutar localmente las propuestas globales vendría a ser una nueva forma de ejercer los poderosos su hegemonía en perjuicio de los pequeños por mucho que el objetivo pretendido fuera encontrar fórmulas para el desarrollo sostenible.
Justo al lado donde se celebraba esta magna cumbre mundial, alrededor de 400 organizaciones no gubernamentales y 17 mil personas montaron una Cumbre Paralela en la que ya se advertían estos peligros de la globalización. De ellos el principal es que el susodicho desarrollo sostenible no está asegurado, por el mero hecho de que todos juguemos con las mismas reglas de juego. La vida no es un carnaval por mucho que se programe en la tierra de la samba.
La crisis económica mundial deja constancia de todo ello. Las instituciones globales han tomado decisiones que han arrastrado a los países a acciones locales suicidas que lejos de aportar desarrollo sostenible han acabado con muchas esperanzas.
Pero hay algo más, el pensamiento global que nos invade es un ataque en toda regla a uno de los derechos que da sentido al ser humano, el de la libertad de pensamiento. Más de dos décadas de pensamiento global, que es lo mismo que decir, pensamiento único, nos dicen hoy que la idea de un mundo global, de una ciudad global, de una economía global, de una política global, en realidad, por mucho que lo pretenda teóricamente, no facilita en absoluto que las personas tomen sus decisiones en función de sus conocimientos particulares, de sus intereses, de sus creencias y de sus convicciones.
El pensamiento global es paralizante en la mayoría de los casos porque, en definitiva, deja a los ciudadanos sin capacidad de actuar autónomamente y en libertad convirtiéndolos en víctimas. Son estos tiempos de ahora tiempos para la indignación de las nuevas generaciones, esas que en el 92 eran niños que apenas gateaban. Lo han dejado ver los jóvenes árabes con sus revueltas en aquel lado del mundo, también los europeos, principalmente los españoles, que con sus acampadas en los lugares más emblemáticos de ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia han exigido a los dirigentes políticos una nueva forma de hacer política porque la actual, la del pensamiento global con acción local, ha fracasado y aborta su futuro.
En la cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 se dio por bueno este concepto de que hay "que pensar globalmente y actuar localmente". Fue una conclusión apresurada y peligrosa porque lo que se le estaba diciendo es "no actúen hasta no recibir una orden global, surgida del pensamiento global".
Está en juego sencillamente nuestra libertad. Al pensamiento global hay que contraponer la libertad de pensar por nuestra cuenta. Es peligroso y malo para los ciudadanos que cada día más empresas multinacionales, fruto de fusiones y de endeudamientos masivos, tomen decisiones que son buenas para ellas, pero malas para los ciudadanos que son quienes pagan las consecuencias de esos errores.
Por otra parte, cada vez hay estados más pequeños como nuestra República Dominicana, que padecen neumonía cuando a los grandes apenas les entra la gripe. De todos es conocido que este rodillo del pensamiento global que, insisto es una sutil pero perversa modalidad del denostado "pensamiento único" que creímos haber dejado atrás en las oscuras páginas de la historia contemporánea, acaba con minorías y culturas que un día necesitaremos recuperar para reconducir nuestras vidas y nuestra historia, para planificar acciones globales que respondan a lo que para nosotros es bueno.
No es la solución pensar globalmente y actuar localmente. Es justo al revés, hay que pensar localmente y actuar globalmente. De esta manera salvaremos nuestra propia identidad, seguiremos siendo nosotros, preservaremos nuestras libertades, y el mundo será más humano y el desarrollo más sostenible.