Noviembre de 2012, Plaza de la Bandera, ubicada frente al Ministerio de las Fuerzas Armadas. Allí se reunían miles de jóvenes a protestar en contra de la Reforma Fiscal y el aumento del costo de la vida. Subido en el borde de una de las jardineras un joven de unos 25 años de piel negra, porte erguido y voz de trueno al cual identifiqué como José Francisco Peña Gómez, estudiante de derecho, decía lo siguiente:
“Uno de los problemas más graves de nuestro pueblo es el encarecimiento creciente de los artículos de primera necesidad. Esta alza acelerada de los precios de los artículos alimenticios es uno de los factores concurrente en la miseria de las grandes masas nacionales, que no pueden adquirir los efectos necesarios para proveer del cotidiano sustento a sus hogares intranquilizados”.
Su discurso era un reproche a los grandes comerciantes especuladores quienes contribuyeron al derrocamiento de Juan Bosch, a pesar de que éste había pagado 42 millones de dólares que adeudaban a proveedores del mercado internacional.
Su voz se levantó más alto empujada por una ráfaga de viento del norte hacia el local de las Fuerzas Armadas y continuaba diciendo:
“Solo un gobierno del pueblo sin el control de estos magnates privilegiados podrá asegurarle precios justos a los pequeños comerciantes y, por consiguiente, a nuestros consumidores, de ahí el por qué es tan necesario que las amas de casas se incorporen al movimiento popular que reclama un Gobierno Constitucional representante de la soberana voluntad del pueblo y no el Triunvirato títere que tenemos, nacido en conciliábulos secretos y antipopulares celebrados en los aposentos del Palacio Nacional”.
Me llamó la atención su mención del “Triunvirato” y el mensaje a los guardias diciendo:
“Que los nuevos pasos de los militares dominicanos signifiquen paz, sosiego, justicia, libertad y alegría para todos los dominicanos de buena voluntad”.
Peña bajó tranquilamente del improvisado podium desde donde arengaba a la masa, y al bajar le dirigió una mirada de reproche a algunos de los dirigentes del PRD, a los que casi no reconoció por el estado de bienestar que exhibían, entre ellos a uno de sus hijos, y con la mirada hacia el suelo se perdió entre el público.
Al contar mis impresiones en la tertulia de los domingos, me dijeron que no era verdad que Peña estuviera ahí en ese acto. Al otro día en la mañana me fui a la oficina de asuntos históricos de las Fuerzas Armadas, donde un historiador amigo me aclaró que en los archivos de seguridad existía una transcripción de esa alocución de Peña Gómez, pronunciada en diciembre de 1964 a través del programa radial “Combate”; me entregó una copia completa de la transcripción, y al ver la fecha, recordé que 5 meses después de pronunciarla estalló la Guerra de Abril de 1965, en la que muchos militares se cubrieron de gloria.
Al salir del ministerio, miré hacia la Plaza de la Bandera y les aseguro que no es invento mío, esa tarde yo lo vi., Peña Gómez estaba ahí.
NOTA: (Ver texto completo de la transcripción en el libro Guerra de Abril de 1965 narrada por José Francisco Peña Gómez)