Cursaba los primeros años de los estudios de Derecho, cuando fui invitada a la puesta en circulación de los primeros números de “Estudios Jurídicos”, primera publicación especializada en Derecho en nuestro país.
Eran los finales de la década del sesenta y los abogados dominicanos no tenían el hábito, la costumbre, de escribir sobre temas jurídicos, salvo que fuera en los escritos que depositaban en los tribunales en ocasión de los litigios que llevaban.
La iniciativa de esa publicación me impactó y prontamente entró dentro de mis metas lograr ser invitada a cooperar con esa publicación.
Conocí en la ocasión a los doctores Juan Manuel Pellerano Gomez y Luis del Castillo Morales, co fundadores de la Editorial Capeldom, que edita la revista así como a algunos de los autores de los artículos, entre los cuales se encontraba el doctor Salvador Jorge Blanco, a quien por supuesto conocía.
La asistencia a esa puesta en circulación fue masiva, los abogados y los estudiantes de Derecho, respondieron con entusiasmo a ese evento.
Los años pasaron, me gradué e hice el doctorado y al regresar, encontré que “Estudios Jurídicos”, no solo se mantenía vigente, sino que además había incorporado noveles abogados a su plantilla de escritores regulares y había editado numerosos volúmenes.
Hice amistad con Pellerano porque compartíamos el gusto por la discusión jurídica, por el ejercicio profesional, por el Estado de Derecho y la institucionalización de la Justicia, cada vez que nos encontrábamos era una verdadera maratón de temas jurídicos, reuniones de las cuales salía revigorizada y animosa para emprender nuevos temas.
Durante más de dos años estuve con Pellerano, conjuntamente con Rafael Luciano Pichardo, Virgilio Bello Rosa y Manuel Jiménez Rodriguez, compartiendo estrados en defensa del doctor Salvador Jorge Blanco en la séptima Cámara Penal del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional, sufriendo toda clase de vejámenes y atropellos de la persona que pusieron como juez en ese tribunal.
Independientemente de los desvaríos patentes de la justicia tal como era impartida en esa época con su consiguiente carga de parcialidad, inepcia y mala voluntad, esos dos años en estrados sirvieron para forjar una amistad profunda y una complicidad jurídica que se manifestó en el abordaje del expediente cuyo único mérito fue el gran volumen de hojas que se utilizaron en su formación pretendiendo dar con ello cuenta de la supuesta gravedad de las infracciones imputadas.
Por su autoridad, Pellerano, era el líder del grupo, liderazgo que ejerció de manera notable, permitiendo que cada abogado participara activamente en la estrategia a seguir y en el desarrollo de los debates. Esa fue una verdadera escuela.
Se fue Pellerano y poco tiempo después se fue Nora, su fiel compañera de décadas y que fue una presencia obligada en todas las actividades intelectuales en las que participó y organizó Pellerano, con la que era una delicia compartir en esas actividades. Ahora están juntos nuevamente.
Pellerano fue un grande entre los grandes, su ausencia se hará sentir en todas las discusiones de los grandes temas jurídicos.
Y como grande en el derecho y la hombría de bien, será recordado no solo por los que compartimos con él, sino porque todos abrevaremos en la fuente cristalina de sus conocimientos que dejó impresos en sus libros y artículos.
Gracias Pellerano, por la amistad con la que me honró.