Ayer empezó el Mundial. Rusia el anfitrión, enfrentó al equipo de Arabia Saudita. No hablaré de dicho juego. Los amantes de la pelota estamos de fiesta. Hay un mesecito para romper la rutina y disfrutar de regates increíbles, de goles memorables, de estampas futboleras. Lo siento por los detractores, tendrán que soportar polémicas, alegrías, sinsabores y hazañas de los dueños de la cancha. Sin embargo, no siempre me gustó el juego del hombre, como lo bautizara el brillante Ángel Fernández.
Dicen que el futbol es la recuperación de la infancia. Sin duda todos hemos pateado una pelota o por lo menos una lata, una piedra o un zapato sin pie. De niño claro que lo jugué, pero no tanto como lo reclama la nostalgia. En primero de primaria mi grupo el «B», era el más malo de los cuatro que conformaban esa sección en la Pereyra; escuela regenteada por los jesuitas. Éramos tan malos que perdíamos con puntualidad alemana. Irónicamente llevábamos ese nombre, pero de poco servía. Esta escuadra casi imbatible, inspiró a Gary Lineker para declarar que el futbol es un deporte que se juega once contra once y en el que siempre gana Alemania…
¿Y Rusia es un país futbolero o será que Putin atinó el precio de los bienhechores de la FIFA? Por lo menos pueden presumir un arquero de leyenda Lev Yashin, la Araña Negra, que aparece en el Cartel Oficial. Aunque hay otro ruso magnifico: Eduard Anatolievich Streltsov. Era un goleador carismático y rebelde, dos ingredientes que en el régimen de la entonces URSS eran como cocinar con dinamita. Y así le fue: lo condenaron a doce años al Gulag. Acusado injustamente de haber abusado de una chica. Él ya era un ídolo, el Mundial del 58 estaba a la vuelta de la esquina y le dijeron que si deseaba ir tenía que declararse culpable y cándidamente les creyó…
Mi temprana indiferencia quizás se deba a que un día, al volver de Navidad yo llevé todo contento un balón que me habían dejado junto al arbolito. Llegó el recreo y empezamos a chutar hasta que un compañero (aún me acuerdo de su nombre) le pegó tan fuerte que la mandó fuera de la escuela y, para mala fortuna cayó en el patio de una casa vecina. ¿Tendría que agregar que nunca volví a ver aquella esférica rojiblanca?
A Streltsov le apodaban el Pelé Ruso, exagerado o no, eso nos permite imaginar la magia que creaba en el campo. Nació en la periferia de Moscú en 1937. Se dice que su padre no volvió de la guerra con ellos, sino que se ‘encontró’ con un nuevo hogar en el camino, por eso desde pequeño tuvo que trabajar a lado de su madre en una metalúrgica. De seguro hacer goles le ayudaba a olvidarse de sus tristezas, tan bien los hacía que con sólo 16 años fue el jugador más joven en marcar en la Primera División. No tardaría en debutar con la selección. En sus primeras apariciones marcó sendos tripletes y ganó el oro olímpico en Melbourne 56, aunque en esa final, increíblemente lo dejaron en el banquillo.
Yo estaba en secundaria y seguía sin gustarme el fut. Cursaba el 2do año cuando el profesor de Historia organizó un concurso de preguntas dizque de «Cultura General» que tendría lugar en durante los festejos del «Sábado Pereyra ». Entusiasta como cualquier adolescente, no moví ni medio dedo para integrar algún equipo, así que me pusieron con otros cinco parias. Para nuestra sorpresa, ganamos el primer round, pero en el siguiente duelo perdimos con una pregunta futbolera. No supimos el apodo de Hugo Sánchez, que en esos tiempos era la gloria nacional, el jugador estrella del Real Madrid, el Pichichi de la Liga Española, etc., etc., etc. La respuesta, (las respuestas) se me quedó grabada: Hugol o el Niño de Oro.
Eduard Streltsov si tenía amor a la camiseta. Solamente jugó en el modesto Torpedo, que pertenecía al sector automotriz. Por tanto amor se dice que nunca escuchó a los burócratas que lo conminaban a irse a jugar al CSKA (del Ejército Rojo) o al Dinamo (de la policía) ¿Quién hubiera querido estar cerca de tan siniestros directivos? Nunca le perdonaron tales desprecios pues, aquellas mentes perversas, que le tendieron una trampa en una pachanga. A los 17 años, cuando apenas estaba en su segunda temporada, fue el máximo goleador de la Liga. Era muy popular y eso preocupaba al régimen. Además, su personalidad distaba demasiado con el modelo de deportista que se quería imponer: Serio, trabajador, de ceño adusto y no con un peinado a la James Dean y con una predilección por la fiesta, el vodka y las chicas. ¿Era acaso como George Best, el ídolo del Mancherster United? Él tenía una casa cerca del mar, pero para ir a la playa debía que pasar por delante de un bar: «Nunca me bañé» bromeaba el de Belfast.
En 1990 concluía la secundaria y empezaba el Mundial de Italia. Antes del memorable juego inaugural en el que Camerún derrotara a la Argentina de Maradona, que llegaba altiva y campeona, insté a un amigo a que le pidiera el carro a su mamá para ir a dar una vuelta. Era tal nuestra emoción que cuando la luz se puso verde, Julio arrancó como si fuera un extremo derecho, sin ver al Ford que estaba delante. El golpe fue mínimo, pero eso no impidió al tipo sacarnos la tarjeta roja a puro regaño.
Streltsov soportó vejaciones, hambre, frío durante cinco años. Aunque salió en 1963, no se le permitió jugar sino hasta 1965 cuando volvió al equipo de sus amores para ganar una Liga y una Copa. Evidentemente, tampoco le autorizaron a ir al Mundial de Inglaterra en el 66. Tiempo después, el ajedrecista Karpov, presidiría un comité para limpiar su memoria. Aunque hoy el Estadio del Torpedo lleva su nombre y una estatua suya recibe a la hinchada, el futbol perdió la ocasión de ver la magia de los dos Pelés y todo por culpa de la nefasta política.