(*) Por Enriquillo Sánchez
Con Pedro Mir tuvimos la primera experiencia de recepción masiva de la poesía, y «Arte y Liberación» fue la agrupación que organizó sus recitales. Hacia 1960, el marco cultural único era la tiranía y en ese momento la desaparición de la tiranía y, por lo tanto, la participación política en lucha por ideales concretos y programas concretos.
Ese era el panorama cuando en el país surge Pedro Mir, quien traía una obra poética que era precisamente la que querían realizar los poetas de las nuevas avanzadas. Aunque sus obras fundamentales son Hay un país en el mundo y el Contracanto a Walt Whitman, Pedro Mir es un poeta que con sólo esas dos obras presenta y logra una concepción general de la poesía.
La poesía de Pedro Mir ofreció exactamente lo que los poetas bisoños deseaban realizar. La suya era una obra evidentemente política, de activa participación política y de análisis político y, aunque los herederos lo ignoraban, eso era precisamente lo que se proponían hacer y si no fue ese el propósito fue eso de todos modos lo que intentaron realizar. Hay un país en el mundo fue juzgada como la primera obra que recogía en su totalidad una visión coherente de la realidad dominicana y en ella se encontraban merecimientos poéticos de altura que la convertían en una obra altamente apreciable.
Pedro Mir escribió Hay un país en el mundo en 1949, después de haber escrito, aunque lo publicara 20 años después, un ensayo histórico: Tres leyendas de colores. Para producir Hay un país en el mundo Pedro Mir necesitó conocer la realidad dominicana y se dedicó a ese estudio con asiduidad y agudeza sistemática. Hay un país en el mundo es una concepción de la realidad dominicana (¿épico-lírica?) y vemos que en el poema se asumen posiciones combativas y que el problema agrario se define como el eje de nuestra problemática.
El gran poema de Pedro Mir es, sin embargo, el Contracanto a Walt Whitman; es el que le da al poeta dimensión continental. En el Contracanto a Walt Whitman Pedro Mir plantea una tesis. Ese poema es quizás el único poema de tesis auténticamente válida de toda la poesía dominicana. Mir toma el yo de Whitman y da las razones —poéticamente— para convertir el «yo» democrático del dulce yanqui en un «nosotros» popular y socialista, o socializante. Pero Mir no se limita a la inversión de los términos y a la transformación del «yo» en «nosotros», lo que sería ya un aporte, un gran aporte. Pedro Mir, en el Contracanto a Walt Whitman, establece las razones históricas —siempre poéticamente— del yo whitmaniano y los fundamentos históricos y sociales del nosotros que ha debido y deberá suplantarlo. Esa tarea poética no ha sido apreciada en toda su importancia y no se ha señalado aun lo que ella significa para el futuro de la poesía en lengua castellana.
Pedro Mir es el mayor poeta nerudeano de América y quien parta de criterios sociales para evaluar la poesía tendrá que aceptar que Pedro Mir es el poeta más importante con que cuenta la República Dominicana. Como es natural, esa realidad pedromirista debió influir terriblemente en la realidad que fueron los poetas bisoños del decenio 60. Los poetas bisoños aspiraban a producir poesía política, poesía que interpretara la realidad que la orientara hacia determinadas metas y tenían al alcance de las manos un modelo insuperable que los guiaran. Esos modelos eran, fuera de nuestros bordes geográficos, Neruda, y, dentro de nuestra escasa geografía semi-insular, Pedro Mir. Ellos fueron la meta soñada, pero resulta que Pedro Mir fue, en su dimensión formal, un escollo formidable para los propósitos expresivos de los poetas bisoños, porque, si bien se le acusaría de preciosista debido a sus amplios recursos verbales y a su musicalidad, nunca se comprendió que su preciosismo tenía una explicación clara: el propio Mir ha reconocido el influjo que sobre él ejercieron los maestros modernistas y este es un hecho indiscutible, probable textualmente. Poesía política de tal calidad musical, de tal riqueza imaginativa, de tanto dominio de la lengua no debe encontrarse con facilidad en el resto de nuestra América. Si se exceptúa, —claro Dios libre a la reseña— al poeta inadjetivable de Tentativa del hombre infinito y si se establece el equilibrio entre el Nicolás y el Pedro antillanos.
Uno de los secretos de Hay un país en el mundo, por ejemplo, es la existencia de metros y estrofas clásicos en su estructura general. Pocos lo han advertido. El propio Mir nos dijo que Incháustegui fue de los primeros en advertir esa peculiaridad. Para indicar la característica bastaría decir con que Hay un país en el mundo hay por lo menos dos sonetos acabados y, lo que es más, integrados de manera absolutamente natural, lógica, espontánea, al contexto del poema; razón por la cual, resulta incómodo advertir que se trata de sonetos, la modalidad poética acaso más ilustre en la poesía castellana, aquella estructura poética que tuvo que esperar hasta Garcilaso de la Vega para que, ya en el siglo XVI, se convirtiera en patrimonio de la lengua española.
El escollo que representaba Pedro Mir se presentaba, pues, en dos niveles: el nivel de los planteamientos programáticos, es decir, el nivel de los propósitos que debía lograr la poesía y que ella debía alentar, y el nivel de la expresión poética. En materia de propósitos, del programa de expresión poética en sus niveles conceptuales, Pedro Mir resultaba batallador: era un poeta con ideas propias, con conceptos propios, con planteamientos originales (en ese terreno superaba incluso al propio Neruda, su padre). En lo que se refiere a la expresión poética Mir logró un verso de calidad depurada, en el que la luz expositiva no se detenía nunca y donde el elemento ético aparecía como consecuencia de recursos estéticos empleados magistralmente.
«Contracanto a Walt Whitman» es un poema escrito en las alturas y se mantiene siempre en ellas, algo sorprendente si comprobamos que el poema tiene más de seiscientos versos. El «Canto a nosotros mismos» puede ser hermanado con uno de los momentos poéticos esenciales del poeta más poderoso y militante y amoroso de todos los tiempos. Hablo de «Alturas de Machu Pichu». Hablo de Pablo Neruda. Como «Alturas de Machu Pichu», el «Canto a nosotros mismos (Contracanto a Walt Whitman)» parte de un clímax tierno (si se permite el giro); se eleva, se mantiene en esas alturas —incaicas o antillanas, qué importa—, y sólo concluye cuando concluye el amor, es decir, cuando ya hemos expirado, cuando ya la inspiración es aspiración, necesidad, urgencia de ser el poeta o el poema, de ser los hombres, de ser acción o, si hemos elegido no ser, ser entonces los alicaídos, los nostálgicos de toda nostalgia, los inservibles, los alienados.
Arribamos a conclusiones. Muerto Trujillo, Pedro Mir llegó con su poesía, «con su penacho de novedades en la mano», y con ella llegó el estímulo que requería, aun sin saberlo, la poesía bisoña. Todo estuvo en que ese estímulo, por esas inefables jugarretas de la vida, hubo de castrarla, de limitarla, de aniquilarla. Pedro Mir les mató, a los poetas bisoños, los gallos en las manos. Todavía hoy el autor de El gran incendio no cuenta con otro crimen del cual lamentarse. El programa poético de Pedro Mir fue el programa poético
de los bisoños, con la triste y sutil diferencia de que éstos no lo lograron, no lo cumplieron, no lo realizaron. Apenas lo intentaron.
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*En: Enriquillo Sánchez. Poesía bisoña: poesía dominicana, 1960-1975 (Antología y reseña). Edición póstuma a cargo del bibliógrafo Miguel Collado. Santo Domingo: Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, 2019. 400 p. (Colección BNPHU; Vol. XIX ; Serie Tesis Universitarias; 1). Los poetas bisoños son los poetas surgidos, casi todos, a raíz de la caída del régimen trujillista y de la Guerra de Abril de 1965. Nota de M. C., editor.