“Al vincular los orígenes de la Doctrina de Monroe a los de la dependencia dominicana, el estudioso se enfrenta a un recorrido incalculablemente largo a través de la Historia de dos países, los Estados Unidos de América y la República Dominicana, tanto en su desarrollo interno como en sus relaciones con el exterior”. (Prefacio a Las raíces dominicanas de la Doctrina de Monroe, Ed. Taller, Santo Domingo, 1974, p. 7)
Pedro Mir dictó en la Universidad Nacional Autónoma de México unas lecciones en la Facultad de Humanidades, en el Verano de 1971 (Ver, op. cit. p. 8). El libro de Pedro Mir da cuenta de la Doctrina Monroe, pues:
“…la Doctrina de Monroe no surge de la cabeza de sus creadores como un instrumento de política internacional definitivamente construido. Todo lo contrario. Pasando por diversas etapas de desarrollo, desde su punto de introyección, el de la intelección de sí misma, hasta el de proyección, el de su acción externa, esta Doctrina acaba por adoptar la fisonomía exactamente opuesta a aquella que tuvo en su nacimiento. Y este proceso no puede ser sino el reflejo de los cambios que la vida histórica hace sufrir a la propia nación norteamericana” (Op. cit. Ibídem.).
El libro explica las relaciones, financieras, diplomáticas, económicas y políticas, basadas supuestamente en un principio semántico y pragmático vigilado por una ética de los valores que no dejan de tener importancia a la hora de la discusión histórica del derecho internacional y también en las dependencias creadas por los países que negocian o acuerdan con las metrópolis o un imperio determinado, en nuestro caso los Estados Unidos de Norteamérica.
Efectivamente, “las relaciones de Santo Domingo con los Estados Unidos en los aspectos vinculados (Monroe), se desenvuelven en el marco de los acontecimientos dominicanos, cuya naturaleza responde igualmente a una serie de cambios históricos”. (Ibídem.)
Así, el argumento planteado en esta obra debe ser (y así lo hace Pedro Mir), demostrativo en lo que sostiene dicha Doctrina, de manera que la misma pueda tener efecto en el marco diplomático, económico-financiero, político y legal. Es en 1874 cuando “Estados Unidos abandona sus empresas de naturaleza colonial en Santo Domingo”. (Ibídem.)
Dicho curso es esquemático y el tema tratado no puede ser profundizado hasta que el historiador-investigador no opina sin el verdadero respaldo bajo el rigor argumental y demostrativo. Según Pedro Mir:
“Las etapas que debe recorrer la Doctrina de Monroe para alcanzar una filosofía definitiva y, a la vez las que debe recorrer Santo Domingo para ajustarse a los alcances de esa Doctrina son sumamente complejos y exigen prolongados estudios”. (Ver, p. 8)
El trabajo crítico y explicativo sobre la base de la Doctrina de Monroe cobra su interés, por cuanto, según argumenta y hasta demuestra nuestro autor “…la historia de Santo Domingo puede escribirse ignorando la Doctrina de Monroe mientras que por el contrario la Doctrina de Monroe no puede escribirse ignorando a Santo Domingo, ni siquiera cuando exista el propósito deliberado de hacerlo”. (Ibídem.)
Así las cosas, para Pedro Mir el conocimiento de la Doctrina Monroe solicita explicaciones, modos de discusión, así como un análisis contextual en el orden de las llamadas relaciones o acuerdos que se ventilan en la línea de una dependencia que se ha predicado en el espacio mismo de los actores y de la deuda externa.
Como este libro o su base de escritura permite comprender el hecho de que los estudiantes mexicanos asistieron como si fuera (este libro), no ya un conflicto, pero sí una presentificación de la defensa y la soberanía nacionales. Los estudiantes mexicanos a los que fueron dirigidas estas lecciones fueron dictadas a título de cursillo para que en tono dialógico fueran organizando el tema como pronunciamiento académico sobre una visión codependiente y estratégica, “Y de este modo, queden como recuerdo de un entrañable encuentro que por sí mismo justifica su publicación”. (Ver, p. 9)
Según explica nuestro autor:
“Cuando uno se sumerge en el estudio de esta gran Doctrina, no deja de inquietarse ante la evidencia de que, a pesar de la poca importancia que pueda tener este país haya estado tan presente en la mente de los forjadores del instrumento diplomático fundamental de una nación tan poderosa y de tanta participación en los problemas del mundo entero, como los Estados Unidos”. (Ver, pp. 13-14)
De la lectura y traducción que hace Mir de la “Doctrina de Monroe” surge la pregunta:
“…qué importancia puede tener el hecho de que un país tan poco conspicuo como Santo Domingo haya sido casi siempre la musa inspiradora de la Doctrina de Monroe? (Ibídem. loc. cit.)
El valor de dicha Doctrina según lo explica nuestro autor está en los “Orígenes históricos de la dependencia en Santo Domingo”, y añade: “tema necesariamente vasto y prácticamente inagotable en las presentes circunstancias”. (Ibídem.)
Luego de analizar los contextos circunstanciales y probables de aplicación en forma y contenido de dicha Doctrina…, nuestro autor plantea que:
“A ningún país, salvo tal vez a México, y de una manera paradójica, tal vez a Inglaterra, le debe tanto la Doctrina de Monroe como a Santo Domingo. Le debe el nombre de pila ya que era absurdo el apellido puesto que Monroe no es apellido que exista en Santo Domingo. Por eso más bien pudo llamarse Doctrina de Santo Domingo, nombre que nosotros presentamos como una proposición formal…” (pp. 14-15).
¿A qué apunta la referencia de Pedro Mir a Los americanos en Santo Domingo de Melvin M. Knight? Específicamente la cita siguiente es estratégica para comprender “la efectividad de la Doctrina de Monroe”. Y así, Mir hace hablar el texto citado de Melvin M. Knigth:
“La manera como el balance del poder en el Caribe ha regularizado la efectividad de la Doctrina de Monroe, puede ser ilustrado observando nuestras relaciones con Santo Domingo después de 1850”. (Melvin M. Knigth: Los americanos…” p. 1939).
Tal y como declara Mir, la cita despertó en él interés desde que era estudiante de Derecho en la Universidad de Santo Domingo, que publicó en 1939 la citada obra. Sin embargo más importancia le acuerda nuestro autor al profesor Dexter Perkins, “considerado por algunos como el historiador “oficial” de la Doctrina de Monroe… Su bibliografía es copiosa y su autoridad indiscutible” (Ver, p. 15).
Pedro Mir traduce del inglés La Doctrina de Monroe (diciembre 2 de 1823) de Reading in American values, selected and Edited from Public Documents of the American Past, by William Miller, N. J., 1964. Nuestro autor traduce en la columna de la derecha el texto en inglés de la columna de la derecha (ver pp. 103-107, op. cit.). Este capítulo es una historia de propuestas imperialistas para explicar el mismo equilibrio social que emana de dicho texto y de los acontecimientos explicados mediante sus cláusulas y suma de enunciados.
Los dictados de dicha doctrina parten de un concepto de paz en la visión de las potencias mundiales y tomando en cuenta el desenvolvimiento de los países o naciones dependientes. Lo que no evita los cumplimientos de estos últimos. Un dictado que emana de la Doctrina de Monroe reza de la siguiente manera:
“En las guerras de las potencias europeas sobre problemas que atañen a ellos mismos, nosotros jamás hemos tomado parte ni está de acuerdo con nuestra política el hacerlo. Es solamente cuando nuestros derechos son invadidos o seriamente amenazados que nosotros sentimos la ofensa o hacemos preparativos para defendernos”. (Vid. Op. cit. pp. 104-105)