Los pasos del poeta van a dar el vientre de la historia imaginaria, orientada a conservar y organizar los signos de la misma, desde vertientes que inducen a una lectura diasincrónica y mostrativa de experiencias más puntuales y decisivas en el orden-archivo y en la huella-tiempo de la cultura. Los tópicos históricos abordados por el narrador y el historiador forman parte de un universo literario tratado como pregunta, origen, especie y forma de una identidad donde podemos “leer” el orden significativo de los procesos estimados como trazado literario, respuesta, símbolo de origen, alteridad y otredad de un sujeto en el contexto de la cultura-movimiento.

De ahí que los gestos originarios y las imágenes del ser histórico dinámico, cobren valor en la tensión literatura-historia, signo-sentido, cuerpo-mirada. Esta relación, en el caso de la obra de Pedro Mir, supone la épica misma de la razón histórica en movimiento, debido a los niveles formativos e intuidos por el existente mismo de la creación y la interpretación de la “cosa” poética y literaria.

Así las cosas, ¿sería la mirada crítica de Pedro Mir un estado intencional, asumido como horizonte del sentido mismo de la cultura? La muchedumbre atormentada y analizada  en la cardinal de las situaciones sociales, funciona, en el caso de la obra poética, narrativa e historiográfica de Pedro Mir, como señal, camino, movilidad épica, expectativa, análisis, respuesta del cuerpo cultural y gesto social.

Al re-conocer los grandes momentos de conformación de la nacionalidad dominicana, la misma gesta de la independencia nacional produce su orden y relato, su archivo y la representación de sus detalles. Se trata, en el caso del pronunciamiento histórico-cultural y literario de un espacio identitario que motiva sus propios gestos, rupturas y líneas de interpretación del significado  etnohistórico y circular, determinado por las acciones de grupos en la Colonia, la República, la Política entendida como alegoría, gobernanza, destino, imagen y estado de emergencia.

Así, los efectos producidos por la contradicción o contradicciones de, o, entre los diferentes grupos que han intentado construir la nación en tiempo y espacio, reproducen y orientan una idea y un estado de la cosa cultural que supone respuestas y manifestaciones cuyo marco de comprensión es justamente la meta-eje del sujeto histórico-cultural.

¿Podríamos entender los signos  e imágenes de la historia y la literatura como parte de un modus essendi pronunciado  mediante el conflicto de las interpretaciones políticas de nuestra identidad y sus diversas formas propositivas?

Desde luego, lo que abarca esta pregunta crea en todo caso un argumento y a la vez sus consecuencias interpretativas que generan, sin lugar a dudas, los estados presentes de la diversidad social. Todo este campo comprensivo de la cultura-histórica ha logrado crear un cuerpo memorial agujereado por sus modos de representación en la historia-movimiento de nuestras visiones socioculturales, toda vez que esas visiones han producido hasta hoy un país imaginario, gobernado por la incidencia del sujeto de la historia ligado a los diferentes circunstantes de la cultura y sus huellas.

En efecto, los signos y sentidos que registra en proceso la historia literaria y la historia misma de las imágenes sociales, constituyen la clave del conocimiento, la diferencia y los estados de vida y cultura registrados en una épica y una sentencia dictada por el mismo cuerpo de la institución social, acreditada y sustentada por leyes, procedimientos, fórmulas jurídicas, estados de dominación y fuerzas constituidas de opresión.

He ahí el teatro que describe y deconstruye Pedro Mir en su obra. Al advertir  y narrar lo que ha sido la Colonia, la República, la identidad o suma de identidades, la Historia, y los signos que la integran, el valor y el contravalor se convierten en cuerpo, gesto y significación de la cultura.

Lo que se ha narrado históricamente como nación es un locus communis y una imago mortis resumida, centrada en un discurso nacionalista que cojea, tropieza, pero a la vez propicia sus defectos. En la Historia del hambre (1987), Pero Mir propone una explicatio marcada como figura de análisis en torno a la diferencia geocultural y política:

“Las bases económicas del proceso histórico que tenía lugar en la Isla, acabó por crear dos grandes coordenadas geográficas que unas veces unían y otras separaban unas regiones y otras. La una sería una vertical, de norte a sur, que dividiría el territorio en una parte de lengua española, al este, y otra, al oeste, de lengua francesa. La otra sería una línea horizontal, de este a oeste, que la dividiría en dos ciudades representativas”. (Ver, pp. 103-104)

Los dos mapas que reproduce Pedro Mir, dan cuenta de una división territorial llamada Eje vertical y otra división del mapa a partir de ciudades importantes que adquieren significación histórica y determinación geográfica, pero que se muestra como Eje Horizontal (Ibídem. op. cit.)

Según Pedro Mir:

“Estas dos coordenadas se materializan, la una, la vertical, en los términos de una línea fronteriza, y la otra, la horizontal, en los de la lucha por el poder político y la hegemonía económica. En la parte francesa llegó hasta haber dos repúblicas, una en el norte y otra en el sur. En la parte española  poco faltó para que ocurriera lo mismo y, de hecho, no faltaron las confrontaciones militares en cuyo seno se encuentran los primeros balbuceos de la independencia nacional”. (Vid. p. 105)

¿Qué resume esta síntesis? Evidentemente dos líneas cardinales en el marco de la insularidad y los ejes territoriales, pero también, las señales de una historia definida por sus estratos espaciales y temporales. Nuestro autor convierte su explicación en un expediente geopolítico planteado como prueba de una explicación que trasciende su planteamiento y la tesis que ha prevalecido hasta ahora, y que se interpreta como tesis problemática específica de una identificación sociocultural, demográfica e histórica.