Lo que como prueba y escena de la escritura revela una concepción de la literatura y el lenguaje en la obra de Pedro Mir, motiva a su vez una arquitectura de signos y objetos poéticos concentrados en su prosa como parte de un discurso literario, histórico y cultural abierto a la memoria de la escritura. Los elementos que en el marco del fundamento están relacionados con el escenario crítico de los textos del autor, constituyen un mundo de grandes gestos históricos, estéticos, filosóficos y críticos.

La cosmovisión que fortalece la escritura y la concepción de la palabra literaria en la obra de nuestro autor, enuncia los valores formales y temáticos de su discurso, toda vez que el nombrar, lo nombrado y lo desocultado como símbolo y memoria  repropone todo un mundo verbal e ideológico del texto y sus recursos de creación.

En efecto, nuestro autor ha leído los signos de la historia-memoria desde los propios ejes de la voz y la escritura, siendo el tiempo de producción textual la base que recuerda, indica, reconoce y permite concentrar la dicción como expresión de mundo y apertura imaginaria en el orden de su discurso intelectual. Mir se acerca a la literatura y a la historia de la cultura tomando como punto de productividad la visión del sujeto que  activa el “recordar” como propuesta crítica, poética e interpretativa.

En efecto, no podemos pasar por alto el hecho de que nuestro autor ha construido un argumento sobre la memoria cultural del poema, la historia, la novela, el tratado, la filosofía misma de la creación y la crónica poética. Esa búsqueda muchas veces razonada, otras veces instruida y sobre todo pensada como  especie de inducción, hace transparente una visión del mapa de lo real-imaginario en la República Dominicana, tal y como se hace visible en El gran incendio, La historia del hambre, El lapicida de los ojos morados, las Tres leyendas de colores y en los tres tomos de La noción de período en la historia dominicana.

El argumento histórico en tanto que proceso de construcción teórico-discursivo, define y presenta las razones de su forma particular de razonar la historia política y cultural del país y, en muchos casos de toda América Latina y el Caribe.

En el tercer volumen de La noción de período en la historia dominicana (Véase la edición de 1983, Editora de la UASD), Pedro Mir facilita una “Pequeña introducción” con una evocación puntual sobre la revolución del 25 de noviembre de 1873:

“Pedro Henríquez Ureña tenía razón. La revolución del 25 de noviembre de 1873, “derrocó en Báez no sólo a Báez, sino a su propio enemigo Santana; derrocó, en suma el régimen que prevaleció durante la primera República…”. (Ver, p. 637, op. cit.)

Más adelante, nuestro autor presenta un argumento histórico-político mostrativo de lo que es el entendimiento de los ciclos históricos:

“El año de 1874 representa, pues, un corte rotundo en la historia patria. Cierra una época y abre otra… Esta intuición brillante de Pedro Henríquez Ureña aparece en su carta de la “Intelección de la nacionalidad”, como usualmente se le llama, sin que haya tenido una aprobación generalizada ni siquiera haya sido discutida a fondo en nuestro país. A pesar de ello no ha sido olvidada de una vez por todas y sigue aun llamando la atención a despecho de haber sido escrita en el año de 1909, hace ya tres cuartos de siglo” (sic). (Ibídem.)

Pedro Mir continúa su razonamiento queriendo explicar, sobre todo, su argumento crítico, a propósito de la opinión de Pedro Henríquez Ureña al respecto:

“En esta parte, la culpa de esta “Conspiración del silencio” es imputable al propio autor. Con todo lo correcta que hoy se nos presenta su tesis, es fuerza reconocer que no fue sustentada desde una perspectiva igualmente correcta. Don Pedro ve el corte operado en 1874 desde una perspectiva metafísica. Para él, la revolución del 25 de noviembre de 1873, “desterró definitivamente toda IDEA de anexión a un país extraño…”.

¿Cuál es la demostración que propone nuestro autor para mostrar su argumentación dialéctico-histórica?

“La Revolución no derrocó en Báez la IDEA (sic). Esta prevaleció en una muchedumbre de cabezas. Siguió viviendo en la cabeza de Báez y en la infinidad de sus partidarios del desparecido Santana. La revolución no derrocó ni siquiera a Báez mismo, quien no tardaría en retornar al poder, y con él los planes anexionistas que flotaban en las cabezas de gente que podrían no ser partidaria de nadie, puesto que se agitaban en las entretelas de toda una clase social. Lo que derrocó  esa revolución es lo que dice muy sabiamente el mismo Pedro Henríquez Ureña: “derrocó en suma EL RÉGIMEN prevaleciente durante la primera República” que, por cierto, para ser consecuente con su propia tesis, debió llamar “segunda”, ya que él sostiene, como Américo Lugo, que la primera ha debido ser la de 1821… Pero éste, que es otro problema, se resuelve convenientemente. Y así ha sido resuelto”. (Ver, op. cit. p. 638)

La explicatio difficilis que hace Pedro Mir sobre el tópico histórico en cuestión, a propósito del argumento de Pedro Henríquez Ureña, se lee en la nota puesta al calce donde Mir sostiene que:

“El argumento de PHU es que la independencia, tal como se entiende en América Latina, es independencia respecto de España y ésta se alcanzó en Santo Domingo ya en 1821. El de Américo Lugo es el de que en virtud del Postliminio, un argumento jurídico, es que la independencia de 1844 nos restituyó a los derechos de 1821, oponibles a Haití”.

Lo que se argumenta sobre la base del juicio crítico en estos planteamientos de Pedro Mir es asunto, además, de la revisión historiográfica planteada en variadas ocasiones por la Escuela de los Anales, la Historia de los procesos críticos y la teoría histórica de las mentalidades.

En la República Dominicana “la escritura de la historia” es un dominio que necesita un tratamiento epistémico y modal razonable y crítico en su tensión y significación jurisdiccional. Tal y como sugiere Michel de Certeau en La escritura de la historia (Eds. Universidad Iberoamericana, México, D. F., 1999, (1993) y sobre el dinamismo y el anacronismo de cierta historiografía, la visión en torno a las instituciones sociales a partir de la ilustración se ven afectadas por los llamados discursos de representación del sujeto de saber, y por lo mismo existe la necesidad de analizar y revisar el campo y el momento historiográficos, no solo en sus archivos y textos, sino también en sus  lecturas y horizontes.