Después del modernismo, nacen los ismos de ruptura propiamente dominicanos. Los llamados Independientes del 40 no constituyen un movimiento, ni un manifiesto literario. A principios del siglo XX surge cierta literatura post-romántica local, amorosa, nacionalista; el Vedrinismo, el Postumismo, la Poesía Sorprendida, los Nuevos, los Triálogos e infinitaestética, los poetas del 40 y los pertenecientes a los años 50, hasta el 1960 conformaron tendencias vanguadistas en la primera y la segunda mitad del siglo XX, y luego, la poesía dominicana entrará en las líneas del poema social y político y del experimentalismo y el eclecticismo poético.

Es a partir del modernismo, en las primeras dos décadas del siglo XX, cuando empieza a cobrar valor una nueva expresión poética en la República Dominicana. El modernismo que influyó en toda Hispanoamérica, tuvo sus ecos y reflejos en la República Dominicana a través de Osvaldo Bazil, Fabio Fiallo, Federico Bermúdez, Ligio Vizardi, Enrique A. Henríquez, Ricardo Pérez Alfonseca y otros que aún ligados a tendencias vanguardistas no pudieron desprenderse del modernismo.

Estos autores intentaron articular una expresión donde tanto el ritmo poético y la textura (forma arquitectónica-verbal), cobraron su valor específico en la tradición literaria moderna y en el nuevo movimiento de  creación y recepción de textos abiertos a una expresión cosmovisional. Todo lo cual hará posible una concepción de la lectura poética mucho más amplia como parte del fenómeno poético post-republicano. Se trata, en algunos casos, de una lírica nostálgica de pedrerías, beleños, aguas poéticas, entidades simbólicas, tensiones verbales y universos individuales que estructuran una posibilidad creacional y verbal en la perspectiva de  literariedad de sello ecléctico y a ratos estetizantes

A través del modernismo y del postmodernismo, la expresión poética clásica y romántica entró en crisis, haciendo posible nuevas producciones propiamente dominicanas; se produce con el Vedrinismo, cuyos representantes principales fueron: Otilio Vigil Díaz y Manuel Zacarías Espinal el Postumismo, cuyos poetas principales fueron Andrés Avelino, Domingo Moreno JimenesAndrés Brenes, Rafael A. Zorrilla…

La Poesía Sorprendida tuvo poetas como Franklin Mieses Burgos, Rafael Américo Henríquez, Mariano Lebrón Saviñón, Aida Cartagena Portalatín, Antonio Fernández Spencer, Manuel Valerio, Manuel Llanes, Manuel Rueda, Lázaro Manuel Monteagudo Martínez y J.M. Glass Mejía.

En esta misma sucesión encontramos autores independientes, denominados por algunos historiadores, críticos y antólogos “Independientes del 40”. Estos fueron, entre otros, Manuel del Cabral, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro Mir, Octavio Guzmán Carretero, Tomás Hernández Franco y otros.

Puede decirse que esta última expresión netamente épico-lírica, mítica y socio-realista, contribuyó a forjar un universo local, antillano, estructural y simbólicamente representativo. Tal y como hemos destacado, los Independientes del 40 no constituyeron un movimiento, sino una nueva expresión crítica y verbal de lo social, lo mítico y lo nacional en cuyas vertientes se intentan unificar historicidades sociales, cuerpos críticos y poéticos caribeños.

A partir de los Independientes del 40, se introduce de manera sólida una visión propia del paisaje dominicano que, sin manifestarse directamente como compromiso político, se estaba produciendo en tanto que fenómeno de representación y rescate de las raíces  del Caribe insular.

Esta poética de tipo social se instituyó como convergencia de la problemática existencial con los temas inherentes a la condición del hombre local, como respuesta del poema al mundo impuesto por la dictadura de aquel momento. Dicha perspectiva alcanzó una visión literaria supranivelar, instituyendo las formas referenciales propias de un ritmo identitario y de una antropología del lenguaje caribeño. De donde la temática humana y social se transformó en palabra y mito, así como en logos y leyenda (Véase Yelidá, de Tomás Fernández Franco, y Canciones del litoral alegre, del mismo autor); Compadre Mon de Manuel del Cabral y Solazo de Octavio Guzmán Carretero; Hay un país en el Mundo y Seis momentos de esperanza de Pedro Mir y otros textos fundacionales.

Desde esta perspectiva surge el grupo del 48, cuyos integrantes fundaron desde lo universal y lo nacional una poesía cuya temática lírica y épica buscó unificar un lenguaje basado en símbolos trascendentes y cosmovisionales.

La poesía de este período surgió como una necesidad de producir estructuras rítmicas interiorizadas mediante la trascendentalización poética. Poetas como Luis Alfredo Torres, Lupo Hernández Rueda, Víctor Villegas, Ramón Cifre Navarro, Rafael Valera Benítez, Alberto Peña Lebrón, Máximo Avilés Blonda y otros, particularizaron un estilo poético desde resonancias que se individualizaron en la obra. Ésta, mediante el símbolo y la metáfora, produjo un tipo de focalidad también simbólica, esto es, se pretendió poetizar desde la opacidad a la transparencia, justificando o motivando el signo poético a partir de cierta perspectiva semántica de los estilos.

De esta manera se pudo observar la obra como una cualidad del mundo real en la imaginaria trayectoria de lo universal y lo nacional, tal y como puede observarse en Del Comienzo a la Mitad de Camino de la Vida, Cantos a Helena y Los Profetas de Máximo Avilés Blonda; Los Centros Peculiares, La Luz Descalza y Otras Elegías de Rafael Valera Benítez; Los Testamentos Infinitos de Francisco Antonio Cruz; Como naciendo aún de Lupo Hernández Rueda; Canto a Proserpina de Luis Alfredo Torres; Alabanza a la Memoria de Rafael Lara Cintrón; Diálogos con Simeón de Víctor Villegas, entre otros.

Muchos de estos textos se produjeron en un ambiente de lectura, interpretación y conocimiento de textos fundamentales de la literatura universal, siendo así que la presencia simbólica de los libros bíblicos y la necesidad de un contacto material con la naturaleza se constituyeron en unidad totalizadora de un lenguaje depurado, así como de una perspectiva más interiorizada del quehacer poético.

En efecto, junto a estas obras y autores se sumaron otras voces por los años 50 cuyo ritmo tensional y esotérico será asumido por los poetas debido a la vigilancia del discurso oficial. De tal manera que revistas como El Silbo Vulnerado, Testimonio, Brigadas Dominicanas y textos como La Lumbre Sacudida de Abelardo Vicioso, quedaron sin la influencia necesaria y sin una lectura verdaderamente justificadora de expresiones y formas críticas. Se produjo en los años 50 una confluencia entre autores de diferentes generaciones (Juan Sánchez Lamouth, Marcio Veloz Maggiolo y Ramón Francisco), y entre discursos poéticos propios de la representatividad  generacional dominicana.

En este contexto de visiones muchas veces abiertas y míticas, la poesía de Pedro Mir surge cuando el poema escrito asume la intencionalidad de ser “dicho” o hablado frente y desde la muchedumbre o multitud en el cuadro de la modernidad. Se trata del poema y el lenguaje fundacional en la figuralidad y especificidad de lo poético. En 1949 Pedro Mir publicó Hay un país en el mundo (Ed. Talleres de la Campaña Cubana, La Habana).

La poeticidad es en esta perspectiva y cardinal  una cualidad del lenguaje poético cuyos efectos sociales se instituyen en la lectura poética. La misma se materializa, además, en el lenguaje y sus diversos tipos manifestativos. La poeticidad se define y estudia como recurso y posicionalidad dirigida a constituir lo que entendemos tanto por verso como por prosa; su marco es estudiado también en la relación lingüística y poética.

Diversos tipos de textos, así como diversas representaciones rituales de las diversas mitologías verbales caribeñas y latinoamericanas expresan variedades estilísticas y gestuales cuyo nivel de subjetividad es marcado por la poeticidad. En la oralidad narrativa, esta función se expresa como esencia y función unitaria.

En la mitología y el folklor caribeños, altoandino y amazónico, la poeticidad es el elemento integrador  y expresivo, tanto de superficie como de profundidad en cada texto escrito o recitado. Los cantos rituales de comunidades arcaicas caribeñas se constituyen en la poeticidad de manera procesual, en la relación lenguaje-poesía, en una perspectiva de creación más universal y además en los diversos códigos de representatividad poético-musical. Los cantos agrarios albaneses, yugoslavos, rumanos, búlgaros, sicilianos y siberianos, entre otros, también constituyen desde  la movilidad de los orígenes las diversas modalidades de la poeticidad.

Así pues, los diversos diccionarios o repertorios poético-lingüísticos, constituyen la reserva de palabras y relaciones cuyas estructuras léxicas y fonológicas, remiten a la combinación de las unidades rítmicas del poema. La figuración simbólico-verbal es un elemento que en el caso de la poesía epico-lírica de Pedro Mir propicia la poeticidad. Ella es lo que configura de manera fundamental la textualidad poética.

En la República Dominicana y en el Caribe insular, la diversidad de hablares, la producción de textos poéticos y musicales, así como las narraciones, mitos y leyendas, son portadoras de esta cualidad expresiva del lenguaje poético.