Sin lugar a duda Miguel Mena es uno de los grandes conocedores de la obra y la vida de Pedro Henríquez Ureña, ese gran humanista dominicano, reconocido en México, Argentina (hay que leer lo que escribían grandes escritores sobre Pedro: “Pareciera que lo sabía todo”), España, Chile y muchas otras naciones y apenas conocido en la República Dominicana. Miguel ha sido editor, promotor, ensayista y ha publicado en su editora Cielo Naranja, la obra de Pedro.
De entrada, confieso que soy un admirador de Miguelín, como lo llama Gabina, su madre, una mujer excepcional de la que también soy un gran admirador. De Miguel me encantan sus publicaciones en Cielo Naranja; disfruto, cuando puedo, de sus originales festivales del libro; cuando lo escucho hablar, de esa manera tan particular y coloquial, pero de una profundidad sorprendente, siempre me quedo con la impresión de que he aprendido algo nuevo, sobre todo cuando habla de Pedro-y uno sabe que se refiere a Henríquez Ureña- como si fuera uno de sus tantos amigos. Pedro, como decía Borges que le gustaba que le llamaran sus amigos.
Esta vez Miguel vuelve a sorprendernos con la exposición sobre Pedro , “Pedro Henríquez Ureña: Ciudades e Ideas”, en el Centro Cultural de España ubicado en el antiguo Colegio Gorjón en la Ciudad Colonial de Santo Domingo, para mi uno de los más bellos edificios coloniales, austero y racional, más moderno que muchas obras contemporáneas. La apertura de esta exposición podríamos llamarla, tomando una frase del propio Miguel, “La apertura de los tres gatos”, porque, por razones de la pandemia, solo habíamos “tres gatos” que fuimos invitados y disfrutamos de esta extraordinaria exposición con un distanciamiento social que no evitó agradables reencuentros, entre ellos con Fausto Rosario, a quien prometí enviarles de nuevo mis contribuciones a Acento.
La exposición sencilla y exquisitamente montada, con el concepto y textos de Miguel y el diseño y dirección de arte de Claudio Troisemme , nos enfrenta con un Pedro que despliega su sensibilidad y erudición al valorar las ciudades donde vivió, desde su Santo Domingo colonial, decia que había nacido en el siglo XVIII, hasta Buenos Aires, pasando por esa New York que se constituía en el epitome del capitalismo al inicio del siglo XX, o por San Juan de Puerto Rico, Cabo Haitiano, La Habana, Veracruz y México, entre otras ciudades de América .
De Cabo Haitiano llama la atención como Pedro compara la casa donde vivía con su padre con “un pequeño pueblo”, la escala urbana con la arquitectónica, al referirse a la cantidad de familiares que la habitaban. Cuando pasa por San Juan declara que “era la primera ciudad moderna que veía” ambas ciudades las conoce a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, antes de ir a New York.
No deja de ser crudo al calificar duramente a Veracruz y resulta interesante como fue descubriendo a su Santo Domingo, en diferentes etapas, desde finales del siglo XIX, con la dictadura de Ulises Heureaux -Lilís-, hasta 1931, con Trujillo como Dictador, pasando por la corta estadía de 1911, donde relata de las mejorías en las calles con alcantarillados y señala algo que se perdió con la visión determinista de la restauración oficial: el colorido de las edificaciones de la ciudad. Miguel presenta además una serie de documentos originales que nos acercan mas a Pedro Henríquez Ureña , el hombre. Documentos mecanografiados y corregidos con la letra menuda de Pedro, programas y publicaciones originales, pueden ser disfrutadas en esta muestra de antología.
Como marco de introducción un texto sobre Pedro Henríquez Ureña y la ciudades de Miguel nos presenta esa relación espacio temporal de Pedro con su hábitat itinerante. Además está presentado con la misma estética de los textos mecanografiados y revisado con esas tachaduras que encontramos en los documentos originales presentados en la exposición y da pie para unas reflexiones sobre ese aspecto crítico de Henríquez Ureña sobre la ciudad y la arquitectura que le da la razón a Borges sobre la sabiduría de Pedro.
Debemos aprovechar esta exposición, que permanecerá abierta hasta el 15 de mayo, para relanzar el valor universal de ese dominicano cosmopolita. Cosmopolita según Borges de acuerdo a la concepción griega, antes de se asociara el termino con el de viajero. Santo Domingo necesita un espacio donde se investigue, discuta y promueva los valores de ese dominicano universal, considerado como Maestro por grandes escritores americanos como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Alfonso Reyes, entre otros.
Se lo debemos al hijo de Salomé.