A la media tarde del 11 de mayo de 1946, Pedro Henríquez Ureña arribó agitado al tren que le llevaba de Buenos Aires a La Plata con el objetivo de impartir sus clases. Una vez dentro del tren le señalaron un asiento disponible. Después de colocar su sombrero en la repisa y de agradecer el gesto se desplomó antes de sentarse.
Así murió Pedro Henríquez Ureña. El hermano de Don Pedro, Max, se refirió a este hecho como el ejemplo viviente de lo que significó su vida: “Así murió Pedro, camino a su cátedra, siempre en función de maestro”.
Compromisario con la enseñanza hasta el final de sus días, Pedro Henríquez Ureña asumió como ideal de vida la docencia y el compromiso permanente con sus alumnos. Este compromiso no estuvo aislado de una concepción filosófica sobre la función de la educación y de un proyecto crítico con respecto al enfoque filosófico y modelo pedagógico imperante en su tiempo: el positivismo.
El positivismo clásico se conformó a partir de la obra del filósofo francés Auguste Comte (1798-1857) y se convirtió en una filosofía predominante durante todo el siglo XIX e inicios del siglo XX. El término “positivismo” alude al vocablo “positivo” que significa lo dado a la experiencia. El positivismo clásico se enmarca dentro de lo que podríamos denominar metafísicas de la historia, sistemas filosóficos que pretenden proporcionar una explicación racional, progresiva y teleológica de los procesos históricos. Comte concebía la historia de la humanidad como un proceso que experimenta tres fases fundamentales:
a) El estado teológico. Es la infancia de la humanidad. En esta etapa, los seres humanos explican los fenómenos de la naturaleza recurriendo a fuerzas sobrenaturales.
b) El estado metafísico. Representa la adolescencia de la humanidad. En esta fase, los seres humanos especulan sobre el origen de los fenómenos naturales.
c) El estado positivo. Representa la madurez de la humanidad. En ella los seres humanos abandonan el pensamiento especulativo y recurren a la explicación científica entendida como búsqueda de los principios que explican las regularidades de los fenómenos naturales.
A cada una de estas fases corresponde un tipo de sistema educativo. Por ejemplo, Comte pensaba que la educación humanística de la universidad clásica era la expresión del estado metafísico. En la perspectiva de Comte esto significa que dicha educación estaba más preocupada por la especulación y la búsqueda intelectiva de esencias que por una auténtica investigación sobre las regularidades de los fenómenos. Por tanto, debía ser superada y no tenía apuros en señalar que dicha educación era una pérdida de tiempo y de recursos.
Pedro Henríquez Ureña perteneció a una generación que, aunque compartía con los positivistas la defensa de la educación laica y racional, tomó distancia del positivismo y de su alianza política con el régimen porfirista.
Para Pedro Henríquez Ureña, un sistema educativo de carácter positivista significaba el triunfo de la educación dogmática, porque el enfoque positivista es cerrado y determinista.
Desde la perspectiva de Pedro Henríquez Ureña, los positivistas incurrían en el grave error de criticar la formación humanística al confundirla con la instrucción escolástica. Para el humanista dominicano, la educación humanística tiene como función promover la criticidad, la formulación de problemas y la promoción de la alta cultura. Con éste término se refería al nivel de conocimiento que sobrepasa los límites propios de los conceptos básicos constitutivos de la formación de un hombre medianamente educado, así como la que rebasa los límites de los conceptos básicos de las especialidades prácticas. En este sentido, la alta cultura no es un lujo, pues la perfección del saber depende de la misma, así como el desarrollo de la economía, del sistema jurídico, de la educación general, etc.
Por ello, Pedro Henríquez Ureña defendió la función de la universidad como centro humanístico de libre investigación y reflexión crítica. En este sentido, es natural su identificación con el proyecto fundacional de la Universidad Nacional de México (UNAM). Vio en este nuevo proyecto “una necesidad civilizatoria del país”. Lo defendió como centro de organización intelectual, de fomento de valores y de libre pensamiento.
Pedro Henríquez Ureña se opuso a una de las corrientes de la tradición liberal para la cual la defensa de la libertad individual implica el derecho a ser libre de la educación misma si así se desea. En la línea del liberalismo de John Stuart Mill (1806-1873), corroboró que traer un hijo a la existencia sin la posibilidad de instruirlo es un crimen moral contra él y contra la sociedad y si el padre no cumple su obligación de instruir es la responsabilidad del Estado hacerlo.
Por tanto, es un pleno defensor del financiamiento de la educación pública por parte del Estado, no sólo en los niveles de primaria y secundaria, sino también a nivel de la educación superior.
En este sentido, confronta nuevamente el supuesto positivista según el cual el financiamiento de la educación debe prácticamente reducirse a las escuelas profesionales. Por el contario, la educación debe desarrollarse partiendo de las escuelas elementales, pero como base de una pirámide donde la cima es la educación superior. Ésta también es responsabilidad del Estado.
La crítica de Pedro Henríquez Ureña sigue teniendo vigencia en el marco de la crisis del modelo humanístico de la universidad, o la crisis de la idea de que la universidad es un centro universal de los saberes articulados en torno al sentido proporcionado por las disciplinas humanísticas.
Pedro Henríquez Ureña escribió que sólo la cultura salva a los pueblos y que la misma no es genuina cuando orienta mal, cuando se vuelve instrumento de tendencias inferiores, de ambición comercial o política.
Hoy, cuando se intenta subordinar la educación a los intereses de la empresa y de la productividad, evaluándola en términos exclusivamente instrumentales, destaca la visión y el ideal humanista de Pedro Henríquez Ureña y su concepción filosófico-educativa como un importante referente para los humanistas latinoamericanos del siglo XXI.