1. Ejercer la crítica es, en nuestro país, tan difícil como gobernar. Todos quieren que la crítica les sea favorable. Todos quieren que la política les sea favorable en sus deseos clientelistas y patrimonialistas. Fue Balaguer quien dijo que este era un país muy difícil de gobernar; país rico, pero pobremente administrado. Ejercer la crítica a los discursos literarios o ideológico-informativos dominicanos es aún más difícil, aunque no conduce hoy, como en el siglo XIX, a la muerte; a lo sumo, dos o tres improperios y una amenaza de soplamocos. O en el peor de los casos, inquina vitalicia y ganarse de enemigos a amigos del sujeto cuya obra ha sido criticada, con fundamento, razones y argumentos metodológicos si el crítico ha sido formado en academias y ha rebasado los límites puramente didácticos del entrenamiento. La mayoría de los críticos dominicanos se queda en el academicismo o en el empirismo: su adherencia, consciente o inconsciente, al partido del signo les impide transformar su práctica crítica en un anti-academicismo antiestético y anti-estilístico. Los intelectuales dominicanos se han quedado en el estadio freudiano del narcisismo infantil, incapaces de transformar y distinguir entre lo personal y lo profesional.

  • 2. Este introito viene a cuento porque voy a reseñar un libro editado por Miguel D. Mena titulado Epistolario de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso (Santo Domingo: Cielonaranja, 2017). Le profeso simpatía a Miguelín, desde los días del PCD en la UASD, seguí su formación de sociólogo aquí y en Alemania; he seguido todos sus afanes en propulsar tanto a escala local como internacional a Pedro Henríquez Ureña y un segmento de la literatura dominicana; y simpatizo con su persona llevadera y afable y en prenda a esos méritos le contraté como columnista del suplemento Cultura del periódico El Siglo desde su creación en 1998 hasta su cierre en 2001. De modo que su formación es en primer lugar, sociológica; y colateralmente, sin formación académica literaria y sin posibilidad de superarla (Aufhebung hegeliana), él debe reconocer sus límites, que al parecer no los conoce en materia literaria. De ahí que se haya dolido de que yo no haya escrito nunca ningún artículo sobre sus obras, especialmente acerca de la que más le trae de cabeza: la edición de las obras completas de Pedro Henríquez Ureña en 14 tomos, publicada por el Ministerio de Cultura, y que él tuvo la gentileza de obsequiarme los primeros siete tomos. Como soy un pedrohenriquezureñista empedernido, término acuñado por Mena, acabo de comprarle todos los libros relacionados con el gran filólogo editados por él en Cielonaranja. Certifico y doy fe.
  • 3. Pero le aclaro a Mena que cuando emprendí la lectura de los primeros siete tomos de sus obras completas de PHU (Santo Domingo: Editora Nacional, 2013) con vista a realizar la reseña correspondiente, me encontré con mi primo político Luis Oscar Brea Franco y le conté acerca de los pasos en que andaba y le felicité al Ministerio por haber emprendido la publicación de las obras del eminente filólogo, las cuales no llegamos a culminar en la Biblioteca Nacional, porque logramos a publicar solamente cinco tomos (Editora Nacional, 2003) , pero me detuvo en seco y me dijo: «Esas obras están plagadas de errores y erratas, han sido trituradas y se publicarán de nuevo bajo mi supervisión.» Me quedé de piedra. Se le enviaron a Mena en Berlín las erratas y errores y él enmendó algunas y otras, no. De modo que cuando salieron los 14 tomos entre 2013 y 2015, con fecha vieja y nueva, una parte de las 600 erratas y errores que contenía la edición original pasaron a la nueva, luego de pagar un millón y pico de pesos a un corrector externo, más de los 5 millones que había recibido Mena de José Rafael Lantigua para culminar las obras completas que nosotros dejamos listas en un 90 por ciento en un carrito de la BNPHU al salir del gobierno en 2004. Ese material fue el que encontró Mena. Los diez por ciento restantes son hallazgos de Mena. Originalmente la edición de las obras completas las iba a realizar una Comisión a la que Lantigua encomendó la tarea, pero hubo una discrepancia: los que habíamos trabajado en los cinco tomos de en la BNPHU fuimos partidarios de continuar con el orden temático y Soledad Álvarez propuso que las obras se hicieran únicamente por orden cronológico. Ante el impasse, Lantigua, que quería resultados, le encomendó la labor a Mena y el producto que se obtuvo fueron unas obras completas con unas 30 mil erratas, según Manuel Núñez, y con un orden cronológico donde todos los temas están mezclados. Nuestra propuesta temática iba, al final, a terminar en una cronología, pero por temas. Sin embargo, en la edición de Mena, este reprodujo pequeñas introducciones a cada tomo y nosotros introdujimos en cada tomo un estudio amplio de un especialista por agrupamiento temático. Al concluir las obras completas, haríamos un tomo con los índices onomásticos, temáticos y de lugares. La correspondencia, por ser un asunto más complejo, iría en tomos aparte. De modo que estas obras completas de Mena están avaladas por la correcciones y asesoría de estilo de Armando Almánzar Botello, cuyas sugerencias fueron acogidas a medias y la supervisión de Brea Franco fue nula. No quedé con gusto de escribir sobre estas obras completas con tantas erratas y errores. Dinero invertido à fond perdu por el Estado, el cual fue financieramente el primer arruinado. Y estos errores financieros se maquillan e invisibilizan para que quede oculto el error de los Ministros.
  • 4. Y ahora, debido a mi pedrohenriquezureñismo, he decidido reseñar el epistolario entre PHU y su gran amigo y superior burocrático, pero subalterno literario, en el Instituto de Filología de las Universidad de Buenos Aires, Amado Alonso, y me encuentro con el mismo problema que enfrentaron Almánzar Botello y Brea Franco: la edición de este epistolario tiene unas 50 erratas y unos tres errores en apenas 144 páginas, de modo tal que me entra un espanto cuando me decido a espigar citas de las cartas cruzadas entre los dos intelectuales debido al peligro de citar mal los párrafos en donde analizo determinadas perspectivas literarias o filológicas discutidas entre ambos corresponsables. Es necesario conocer a cabalidad la Paleografía y poseer una erudición literaria incluso superior a los autores cuyas obras se pretende editar, porque a veces Henríquez Ureña o Alonso aluden a personajes de los que solamente ofrecen el primer apellido o a la mitad del título de la obra, y suponen que el lector avispado está al corriente de esa elíptica literaria.
  • 5. Reseño este epistolario porque se publica por primera vez casi íntegro (faltarían las cartas cruzadas entre PHU y Alonso entre 1941-42 en que este último viajó a Chicago donde recibió el doctorado honoris causa y dictó un ciclo de conferencias. Regresó a Buenos Aires en 1942 y fue a prisión por una semana, una forma de humillarle, el peronismo en el poder. A su salida de la cárcel, decide aceptar el puesto de profesor en Harvard y vivirá en Arlington, Massachusetts, desde 1942 hasta 1952 cuando le mata un cáncer fulminante. Es decir, que nos faltarían las cartas cruzadas entre PHU y Alonso desde 1942, que llega a Harvard, hasta 1946, fecha del fallecimiento de PHU camino a La Plata. Y leí con avidez el Epistolario de los dos grandes filólogos en busca, primordialmente, de alguna referencia cruzada a la publicación del Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure (Buenos Aires: Losada, 1945) realizada por primera vez en el continente americano debido a la traducción de Amado Alonso y a la recomendación de Pedro Henríquez Ureña, segundo lector de Saussure en América luego del cubano Juan Miguel Dihigo Mestre (1866-1952), de quien publiqué en números pasados de Areíto sus aportes lingüísticos y su relación personal con Saussure. Queda por probar mi intuición de que PHU recomendó, desde su puesto en Losada, la traducción del Curso de lingüística general de Saussure. Toda la documentación y el historial de cómo se ideó y llevó a cabo la traducción del Curso… deben estar guardados en los archivos de Editorial Losada.
  • 6. Aunque no aparece ninguna alusión a la publicación del Curso… de Saussure, hay en el Epistolario una sola mención al lingüista ginebrino debida a Andrés, empleado encargado quizá de los asuntos secretariales del Instituto de Filología, quien le escribe a Amado Alonso en Chicago y le anexa los mensajes de los miembros de dicho Instituto, incluido PHU: «Ya le mandé a Terracini, por [ilegible, ¿mediación de, DC?] Hernando, sus indicaciones sobre Trubetzkoy-Saussure (1). El artículo que T[rracinini] preparaba –sobre Whitney– lo mandaría quizá para marzo.» (P. 113). Pero la carta cruzada más importante en todo el epistolario es la que PHU le remite a Alonso desde Santo Domingo el 25 de marzo de 1932 (pp. 38-45). Veamos. Esta carta muestra al PHU crítico las 24 horas del día. Ya contempla su regreso a la Argentina, pero uno lee entre líneas el contexto de la dictadura en la que está viviendo y el peligro que está al doblar de la esquina: «Las cosas [en Santo Domingo] pueden mejorar, y la Argentina, a pesar de que entra en el mal período de la miseria y la mezquindad (conozco el proceso), puede serme necesaria el año entrante u otro año: el 1932, por lo menos, creo que no debo temer salir de aquí. Con todos los defectos que pueda adquirir, la Argentina es un país más agradable –humanamente– que la mayor parte de América. Excepto, naturalmente, mi país: Santo Domingo es un país agradable para vivir; lo que tiene es una gran pobreza.» (P. 38-39). Desconozco si PHU usó alguna vía diplomática para enviar estas cartas a Alonso, que siempre contenían críticas abiertas o veladas a la situación política en la que ejercía su labor de Superintendente de Enseñanza. Él afirma varias veces que se iban por el vapor, pero supongo que estaría al tanto de que instaurada la dictadura el 16 de agosto de 1930, inmediatamente se instauró la censura para cartas, telegramas y teléfonos. A veces me produce la impresión que él escribe estas cartas a Alonso y a Reyes a sabiendas de que la censura las leía: «… ya ve que el viaje de Buenos Aires a Nueva York nos costó cinco mil pesos argentinos); en un año, pues, no hay perspectiva de ahorro. ¿Y luego? La presidencia de Trujillo termina en 1934; no hay reelección, o por lo menos él no la quiere (no sé lo que dice, ahora, la ley). ¿Qué haré yo cuando cambie el gobierno? Quedarme aquí, a ganar menos de lo que gano ahora, con lo cara que es la vida, sería difícil. Tengo que pensar en otra posibilidad, por si es necesaria: es verdad que puede no serlo, pero también puede ser. Quizás, por eso, la Argentina puede ser uno de los refugios.” (P. 39). Creo que PHU fingía jugar al tonto con Trujillo y su dictadura: en cartas íntimas no destinadas a la publicidad, se abre como un libro, para que sepan cuáles son sus planes.
  • 7. En la misiva que analizo, al referirle a Alonso una opinión de Alfonso Reyes en el sentido que en la Argentina él no ha tenido “el lugar que merecía”, para que la censura se entere, responde, con el orgullo de ser dominicano, con su negativa a adoptar otra nacionalidad diferente a la suya y en esto es de los pocos dominicanos, junto a Américo Lugo, que poseen una conciencia nacional burguesa, aunque tal negativa le perjudique económicamente: «… eso será tal vez cuanto a puestos oficiales; pero hay que tomar en cuenta que no soy argentino, ni siquiera europeo (que, en casos como el de usted, resultaba condición ventajosa). Eso no es una novedad para mí; en todas partes he tropezado, y tropezaré, con la misma dificultad.» (Ibíd.). Y en las líneas que siguen, PHU hará una confesión que únicamente en todo el epistolario con sus amigos, solo se la hizo a Reyes y, ahora, a Alonso, con respecto a su esposa Isabel Lombardo Toledano: «Además, yo he tenido en Isabel un estorbo grave: en la Argentina se puede avanzar con ayuda de una mujer que sepa atender a las amistades, y yo nunca conté con eso. Al contrario: yo he tenido que sacrificar la gran parte de mi tiempo a acompañarla en casa, cuando ella no quería salir y sufría mucho. Hace años que sé que mis perspectivas se tendrán que limitar, por esa razón, entras otras. Aquí mismo, Isabel no quiere cumplir con sus obligaciones sociales, y todavía hay tíos míos a quienes ni siquiera conoce, aunque la familia es toda muy íntima (pero muy larga, exageradamente larga: ciento sesenta y ocho descendientes de mi abuelo paterno, sin contar con los parientes de otras ramas.» (Pp. 39-40). Ni siquiera en el epistolario entre PHU y Reyes leí un ataque tan tremendo en contra de su esposa. He estudiado mucho esta relación de PHU e Isabel. Me aventuro a decir que ella se enamoró de él por admiración. Él, en cambio, se enamoró de ella por amor, pero fue una relación completamente disfuncional. Por eso la relación entre ambos nunca funcionó. Él le llevaba veinte años. Ella era de clase media alta, acostumbrada a vida muelle. Piénsese que en plena revolución su hermano Vicente fue gobernador del importante estado de Puebla y allí se llevó de alto funcionario a su cuñado PHU, un pobre exiliado cuyo mérito consistió formar a la juventud ateneísta que construiría la ideología y la literatura de aquel portentoso hecho político, aunque reconocido a regañadientes. Isabel nunca se adaptó a la vida modesta de PHU, ni en México ni en la Argentina, y ya lo ve el lector, mucho menos en Santo Domingo. Y esta insatisfacción le produjo depresiones recurrentes y enfermedades que distrajeron las energías de su marido, quien se recargó de trabajos inútiles para subvenir a los caprichos de Isabel y, de seguro, ella crio a las hijas, Natacha y Sonia, con ese amargor y esa frustración que le hicieron exclamar a Sonia, mucho después de la muerte del insigne filólogo: “Nosotras lo matamos.” Algún día alguien historiará los problemas de esa relación. (Continuará)
  • El príncipe Nicolás Sergio Trubetzkói (1890-1938), de los Círculos Lingüísticos de Moscú y Praga, es el fundador de la fonología estructural o morfología lingüística moderna con su libro póstumo de 1939 Principios de fonología. Antes había publicado La fonología actual (1933), Introducción a las descripciones fonológicas (1935) y La neutralización de las oposiciones fonológicas (1936). Mi edición de la época de estudiante en Besanzón la regalé a la Biblioteca Nacional en el primer mandato de Diómedes Núñez Polanco, junto con el grueso de mis libros de lingüística. Cuando llegué en 2002 a la dirección de esa institución pregunté, por curiosidad, sobre el destino de esos libros y me informaron que un tal Manuel Roa dio la orden de triturarlos. Iluso, en aquellos años, creí que en la Biblioteca estarían mejor conservados y serían de utilidad a los estudiantes de la licenciatura de idiomas de las universidades de la Capital y que irían a engrosar los anaqueles de la sección de libros en francés, antiguos y modernos, que se conservan en esa institución y cuyo catálogo fue levantado por Ilonka Nacidit-Perdomo. De Saussure, PHU habla abundantemente en sus obras. Posiblemente adquirió en París la segunda edición del Curso… de 1922. De modo que estas menciones de Saussure en el Instituto de Filología de Buenos Aires eran pan comido entre sus miembros. Y Amado Alonso tradujo y prologó ampliamente el Curso… que se publicó con el sello de Losada en 1945, en la colección Filosofía y Teoría del Lenguaje, que él mismo creó. William D. Whitney (1827-1894), filólogo, lingüista y orientalista estadounidense es considerado por Henri Meschonnic, debido a su apego al convencionalismo del signo lingüístico, como la antítesis de Saussure: «Confundir el signo ‘radicalmente arbitrario’ de Saussure –que funda una historicidad radical del lenguaje a través del juego del sistema, del valor y del funcionamiento– con el convencionalismo, es colocar de antemano el signo en el plano único donde la convención, al igual que la naturaleza, solo trata con palabras, lo que equivale a elegir la metafísica del origen y abogar por la continuidad y la unidad de las cosas y las palabras.» (Langage, histoire une même théorie. Lagrasse: Verdier, 2012, pp. 184-85).