Preámbulo

Habremos de referirnos al ilustre humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña, a quien, con certero juicio, y sin andarse con mezquindades, el erudito argentino Jorge Luis Borges llamara «Maestro de América».1 Y lo haremos a partir de su ideario y desde una perspectiva intrahistórica cronológica, intentando hacer un recorrido por su itinerante y fructífera vida.

Pero antes, y a manera de epígrafe, del Ideario de Pedro Henríquez Ureña,2 que compilamos y editamos en el año 2002, transcribiremos algunas frases aforísticas para irnos aproximando al luminoso pensamiento del ilustre humanista dominicano:

Cada idioma es una cristalización de modos de pensar y de sentir, y cuanto en él se escribe se baña en el color de su cristal. (En: «El descontento y la promesa»).

Cada idioma tiene su color, resumen de larga vida histórica. Pero cada idioma varía de ciudad a ciudad, de región a región, y a las variaciones dialectales, siquiera mínimas, acompañan multitud de matices espirituales diversos. (En: «Caminos de nuestra historia literaria»).

[…] las reglas sobre el buen uso de los idiomas se pueden aprender con poca colaboración de la escuela: se aprenden, sobre todo, prestando atención al habla de las personas cultas y leyendo buenos libros. (En: «Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común»).

[…] fuera de los círculos donde la expresión es motivo de atención vigilante, en boca de la masa, el idioma fluctúa y varía hasta el infinito. Sus variaciones son de toda especie; se prolongan y crecen en el tiempo y en el espacio hasta el punto en que comienza a decirse que hay ‘dialecto’ y continúan hasta el momento en que se dice que hay ‘otro idioma’ […]. (En: «El lenguaje. I. La ciencia del lenguaje»).

Del nacimiento de Pedro Henríquez Ureña (1884)

Dejemos que sea nuestro personaje quien nos cuente en torno a las circunstancias de su natalicio. En sus Memorias ―que Pedro comenzó a escribir poco antes de cumplir  los 25 años de edad por considerar que ya he vivido lo bastante―, en forma muy simpática y con cierto sentido del humor, él relata:

«¿Mi memoria? Ciertamente he de comenzar por recuerdos ajenos. Nací el 29 de junio de 1884, en Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana; era domingo, y cuentan que esa tarde, á la hora de mi nacimiento, había procesión de octavario de Corpus en la parroquia de Santa Bárbara. Mi padre, Francisco Henríquez y Carvajal, era ya entonces Licenciado en Derecho y en Medicina de la Facultad Dominicana, y maestro co-director, con José Pantaleón Castillo, de la extinta Escuela Preparatoria. […] Salomé Ureña, casada después de sus triunfos poéticos entre 1874 y 1880, dirigía el Instituto de Señoritas, el primero en que se dio enseñanza superior a la mujer dominicana. No fui primogénito, sino el segundo hijo».3

Y apelando a los mismos recuerdos ajenos que él ha señalado, Pedro, en forma pintoresca, describe el origen de su nombre del siguiente modo:

Casa en que nació Pedro Henríquez Ureña, en la Luperón esquina Duarte, de la Ciudad Colonial

«A fines del mismo año de 1884, sufrí una fiebre grave; y los parientes, atemorizados ante la posibilidad de una muerte sin bautismo, según la creencia católica, me hicieron bautizar apresuradamente en la casa, con nombres tomados al azar: Pedro, por el día del nacimiento; Nicolás, por mi abuelo [materno] el poeta Nicolás Ureña; Federico, por el padrino, mi tío Federico Henríquez y Carvajal».4

El nacimiento de Pedro Nicolás Federico Henríquez Ureña tuvo lugar específicamente en la esquina conformada por las calles Luperón y Duarte, que para la época ostentaban los nombres de Esperanza y Los Mártires, respectivamente. Es una casa de dos plantas que aún permanece, como testigo de la historia, en la zona colonial: abajo funcionaba el Instituto de Señoritas fundado por Salomé Ureña de Henríquez el 3 de noviembre de 1881 y arriba estaba el hogar, que vendría a ser como un centro de enseñanza personalizado, en el que los maestros eran los padres y alumnos los hijos. Cabe citar en este punto al ensayista y académico Andrés L. Mateo: «Si hay que destacar algo como blasón distintivo de esta familia ilustre, es el hecho de que toda su idea de lo heroico está siempre relacionada con la aventura intelectual, con los valores del espíritu».5

Primera estancia de PHU en los Estados Unidos de América (1901-1904)

¡Inicia su travesía fuera de la patria el incansable peregrino! En enero de 1901, Pedro, llevado por su padre Francisco Henríquez y Carvajal, viaja a los Estados Unidos de América, específicamente a la ciudad de New York, con el propósito de, junto a su hermano mayor Francisco Noel, iniciar los estudios del idioma inglés en Columbia University, lo cual Henríquez y Carvajal, interesado por la formación de sus hijos, consideraba algo de suma importancia. 

Pedro, en sus Memorias, registra, de gran valor intrahistórico, lo siguiente: 

«Llegamos, por fin, a Nueva York, el 30 de Enero. […] Con el fin de que cuanto antes aprendiéramos el inglés en toda forma (pues era poco lo que recordábamos de los cursos recibidos en el Liceo Dominicano) mi padre nos buscó una casa de huéspedes en el barrio de la Universidad de Columbia; y pronto nos instalamos en la casa de Mr. / Mrs. Henry E. Fournier, [en la ] 329 West 113th Street.6

»[…]

»En aquellos primeros días me dediqué con ahínco á los teatros: rara vez iba á los ingleses, pues no podía entender todavía a los actores.7

»[…]

Mi padre partió a Europa en marzo, para tratar principalmente con los acreedores de Santo Domingo en Bélgica y Holanda. Mientras tanto, nos quedamos solos en Nueva York, y con la asistencia á algunos cursos y la conversación diaria de la casa, bien pronto aprendimos inglés.[…] Leí mucho por entonces (puedo decir que leía diariamente un drama ó la mitad de una novela ó de otro libro)…»8

Este primer encuentro de Pedro Henríquez Ureña con la sociedad estadounidense ―de tres años y dos meses— está matizado por experiencias múltiples y espiritualmente enriquecedoras, tanto en lo cultural e intelectual como en el plano existencial: además de asistir a los teatros, disfruta de los conciertos musicales y de las veladas literarias sin que el idioma inglés fuera una barrera. Eran frecuentes sus visitas al Museo Metropolitano de Nueva York. La dinámica vida cultural de la gran urbe lo fascinó y penetró en él tan profundamente que terminó expulsando de su interior, al cabo de un año, aquella visión un tanto prejuiciada, por la influencia arielista, que tenía de la sociedad norteamericana: «…comencé a penetrar en la verdadera vida americana, y a estimarla en su valor», confiesa Pedro en sus Memorias.9

Pedro Henríquez Ureña

Los cambios en la vida política dominicana provocaron cambios importantes en la vida cotidiana newyorquina de Pedro y de sus hermanos Francisco Noel y Max, dividendo en dos momentos esta primera estancia suya en la patria de su admirado poeta Carl Sandburg: de enero de 1901 a abril de 1902; y de abril de 1902 a marzo de 1904. En abril de 1902 ocurre en República Dominicana el golpe de Estado que desplaza del poder al presidente Juan Isidro Jimenes, lo cual trajo como consecuencia que su padre, desempleado y carente de recursos, ya no podía continuar enviándoles dinero. Los tres hermanos Henríquez Ureña se ven entonces en la necesidad de enfrentarse a la dura realidad de una sociedad orientada al trabajo desde su fundación. 

A pesar de las precariedades, de las jornadas laborales agotadoras, la fuerza creadora de Pedro no decae; viva se mantiene la llama de su espíritu. Enviaba sus escritos (poemas y artículos) a periódicos y revistas de Santo Domingo. En New York, en octubre de 1901, escribirá su célebre texto poético «Flores de otoño», considerado iniciador de la corriente modernista en la poesía dominicana a juicio de Max Henríquez Ureña: «En los albores de su juventud. Pedro Henríquez Ureña se había manifestado como poeta. A él se debe la primera composición de tipo francamente modernista que lleva la firma de un autor dominicano: “Flores de otoño(l901)…».10  Fue publicado el 4 de noviembre de ese mismo año en el periódico El Ideal, órgano del Ateneo de la Juventud de la ciudad de Santo Domingo.

Pero no tan solo vemos surgir al poeta pionero en esta primera estancia de Pedro en los Estados Unidos, sino también al precoz pensador, al naciente intelectual reflexivo. Basta citar el párrafo primero de aquel artículo elegíaco titulado «Hostos», datado en New York en septiembre de 1903 —cuando apenas contaba con 19 años de edad— y escrito un mes después del fallecimiento del Gran Maestro Eugenio María de Hostos, de quien recibió influencia tempranamente: «Ahora que acaba de irse de la vida, casi sin muerte, en uno como desvanecimiento del ser, el maestro de una generación, la más consciente del país dominicano, difícil es a sus admiradores tanto como a sus contrarios, juzgar con calma y precisión su obra de pensador y de pedagogo».11

NOTAS:

1 Jorge Luis Borges. «Pedro Henríquez Ureña», prólogo a: Pedro Henríquez Ureña. Obra crítica. 2.a reimpresión. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. P. VII. (Col. Biblioteca Americana. Serie de Literatura Moderna «Pensamiento y Acción»). Borges escribe el prólogo en 1960: «… el nombre de nuestro amigo sugiere ahora palabras como maestro de América y otras análogas».

2 Ideario de Pedro Henríquez Ureña. Compilador-editor: Miguel Collado. 2.a edición. Santo Domingo: Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas (CEDIBIL), 2006. P. 50.

3 Pedro Henríquez Ureña. 2.a corregida y aumentada. Memorias-Diario-Notas de viaje. Introducción y notas de: Enrique Zuleta Álvarez. México: Fondo de Cultura Económica, 2000. Pp. 28-29.   (Colección Biblioteca Americana).

4 Ibidem, p. 29.

5 Andrés L. Mateo. Pedro Henríquez Ureña. Errancia y creación. México: Taurus, 2001. P. 15.

6 PHU. Memorias…, pp. 66-67 y 69.

7 Ibidem, p. 67.

8 Ibidem, p. 69.

9 Ibidem, 66.

10 Max Henríquez Ureña. Breve historia del modernismo. 2.a edición. México: Fondo de Cultura Económica, 1962. P. 451. El poema «Flores de otoño» aparece en: Pedro Henríquez Ureña. Poesías juveniles. Compilador: E. Rodríguez Demorizi.  Bogotá: Ediciones Espiral Colombia, 1949. Pp. 22-23. A continuación transcribimos un fragmento del citado poema:

Crisantemos,

crisantemos como el oro,

crisantemos cual la nieve,

desplegad vuestras corolas,

las corolas como el sol de mediodía,

las corolas como el mármol inmortal

11 PHU. «Hostos», en: Miguel Collado, editor. Tributo a Hostos (textos en su memoria). Santo Domingo: Centro Dominicano de Estudios Hostosianos, 2016. P. 87. (Col. Biblioteca Hostosiana).