El pasado 30 de mayo se conmemoró por primera vez en República Dominicana el Día de la Libertad, en memoria de las personas que lucharon por la democracia durante los años más ominosos de nuestra historia. En 1930, a la cabeza de Rafael L. Trujillo, se entronizó en Santo Domingo el lado más oscuro de la sociedad dominicana. Afincado en el cono sur, Pedro Henríquez Ureña respondió contra la dictadura. Quizás sea una proposición audaz sostener que el filólogo dominicano elevó una réplica contra el régimen, máxime, si se tiene en consideración que fue Superintendente General de Enseñanza en el periodo, desde finales de 1931 hasta julio de 1933. Además, el prominente erudito no hizo un pronunciamiento directo en un medio público sobre lo que acontecía en República Dominicana. Sin embargo, considero que hay razones para perfilar como las políticas de Henríquez Ureña se localizaban en coordenadas muy lejanas al trujillismo.

Según Arcadio Díaz Quiñones (2006): “Políticamente Henríquez Ureña se mantuvo muy distante del fascismo”. Efectivamente, a lo largo de su trayectoria vital, el crítico dominicano nunca abrazó gobiernos autoritarios. De hecho, en su brevísimo periodo como superintendente, Henríquez Ureña vislumbró la necesidad de defender los derechos civiles en la República. En una carta circular difundida durante su gestión, Henríquez Ureña pidió que se diera a conocer entre la población magisterial dominicana el texto “Noción de Historia”, del escritor mexicano Justo Sierra, el cual sostiene: “Vale muy poco, si en un pueblo no hay libertad, es decir, si los habitantes de una nación no tienen el derecho o facultad de hacer cuanto gusten, con tal de no impedir a los demás hacer lo mismo”. Si bien puede verse en ese primer gesto un alegato en pro de la democracia, su siguiente paso fue más enfático: Henríquez Ureña renunció a su cargo, y retornó a Argentina. Cabe destacar que su estatus económico en la nación sudamericana, antes de la superintendencia, era agobiante. No obstante, el filólogo dominicano prefirió volver a ese ambiente sombrío en vez de transigir con el régimen. Y es en esta época de estreches cuando el crítico se lanza con más bríos al ruedo político. Néstor E. Rodríguez (2010) sigue el pulso de la anatomía política de Henríquez Ureña e identifica mayores signos de compromiso a partir de los años treinta, así como un activo intercambio epistolar con los sectores progresistas de América Latina. Pero las cosas no acaban ahí.

Debido a condiciones de trabajo asfixiantes, Henríquez Ureña no podía embarcarse en proyectos de largo aliento. Uno de sus pocos libros orgánicos fue La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936). Considero que, en esta monografía de tema dominicano, escrita y publicada cuando el orden republicano había sido anulado por Trujillo, se puede percibir una intervención contra la dictadura.

La cultura y las letras coloniales propone que el surgimiento de la literatura, el teatro, las universidades y los conventos en el Santo Domingo colonial es la primera manifestación del florecimiento de la “alta cultura” europea en el Nuevo Mundo, a pesar de las vicisitudes materiales que padeció la colonia. Debido al papel periférico que ocupaba la Hispaniola en el mapa de la España imperial, los espacios de producción intelectual (universidades, conventos) decayeron con el tiempo, pero eso no impidió la subsistencia de la tradición española. Esta perspectiva se remonta a una lectura de juventud que permearía a Henríquez Ureña por el resto de su vida: Culture and Anarchy (1869), de Mathew Arnold. El ensayista inglés decimonónico desarrolló un concepto de la cultura como sinónimo de orden social.  En la monografía de Henríquez Ureña se cata el aroma arnoldiano: “Con el tiempo todo se redujo, todo se empobreció; hasta las instituciones de cultura padecieron; pero la tradición persistió”.

En pleno siglo XXI, podemos comprobar cómo la defensa que Henríquez Ureña hace de la herencia hispana en detrimento de las expresiones culturales afrocaribeñas es la mayor fractura dentro de la arquitectura de su obra. Sin embargo, si sopesamos las conclusiones de investigadores serios como Díaz Quiñones o Juan R. Valdez (2011), podemos situar a Henríquez Ureña en su contexto histórico y comprender mejor esas zonas más vulnerables dentro de las políticas de su filología. A pesar de esto, propongo que hay una operación política positiva en La cultura y las letras coloniales a través del uso reiterado de la palabra “libertad”. Desde el texto de Sierra, y en otros textos del periodo, Henríquez Ureña pone de relieve dentro de su mapa crítico nociones como la libertad o la lucha contra la voracidad del autoritarismo. En un artículo de 1934, titulado “Casa de apóstoles”, el filólogo desarrolla una cartografía del Santo Domingo colonial como un espacio donde surgieron voces críticas contra los abusos del poder: “En unas chozas, en unos bohíos, tuvo principio la más formidable cruzada que ha peleado en América el espíritu de caridad contra la rapaz violencia de la voluntad de poder”. La frase se repite un años después en “Erasmistas en el Nuevo Mundo” (1935): “Vencida la voluntad de poder por el espíritu de caridad”.

En La cultura y las letras coloniales el eco de esta afirmación resuena aún más. En la introducción, Henríquez Ureña argumenta: “Y es en Santo Domingo donde se hace carne una de las grandes controversias sobre el derecho de todos los hombres y de todos los pueblos a gozar de libertad”. En el cuarto capítulo, el autor subraya una vez más como la noción de libertad se remonta a los orígenes de Santo Domingo, dónde los padres dominicos iniciaron “la formidable cruzada que en América emprende el espíritu de caridad para debelar la rapaz violencia de la voluntad de poder, una de las grandes controversias del mundo moderno, cuya esencia es la libertad del hombre”. La insistencia de Henríquez Ureña en deslindar cómo el origen de Santo Domingo es inseparable de la lucha por la libertad, me permite argumentar que el filólogo estaba pensando en la escena contemporánea dominicana cuando escribía estas palabras. Como la mayor parte de su familia estaba radicada en República Dominicana, Henríquez Ureña estaba consciente del riesgo que suponía confrontar a la dictadura explícitamente. Pero, debido a su fervor ético, rechazaba la indiferencia absoluta. De manera que, a través de su ejercicio intelectual Pedro Henríquez Ureña encontró una vía para defender la democracia.