A los ciento treinta y dos años de su natalicio y setenta de su prematuro fallecimiento, la obra de Pedro Henríquez Ureña reafirma el lugar preeminente de este humanista dominicano fundamental en la historia de la crítica latinoamericana.

Nacido en el seno de una familia de escritores, políticos y educadores, Henríquez Ureña principió su carrera como poeta en sus años de juventud, pero luego de la publicación, en Cuba, de su primer libro: Ensayos críticos (1905), abandonaría definitivamente la poesía para desarrollar una rápida e influyente trayectoria como filólogo, lingüista y crítico literario.

Hijo de la más celebrada poeta del Santo Domingo de aquel entonces: Salomé Ureña, y del que sería en 1916 presidente de la República Dominicana: el médico y político Francisco Henríquez y Carvajal, Pedro Henríquez Ureña pasó breves períodos en La Habana y Nueva York en los primeros años del siglo XX antes de establecerse en México durante dos fecundos ciclos (1906-1913; 1921-1924) en los cuales afianzó su nombradía como una de las más altas luminarias de su tiempo.

En México Henríquez Ureña laboró como periodista, académico y crítico teatral y operístico. Su colosal influencia entre la intelectualidad mexicana de ese momento ha sido ampliamente estudiada, al punto de que se le considera uno de los principales responsables del desarrollo de la cultura mexicana moderna junto a Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán y el pintor Diego Rivera.

Todos ellos fueron miembros del Ateneo de la Juventud, conocido más adelante como el Ateneo de México, institución formada por un nutrido conjunto de intelectuales comprometidos con la crítica frontal a los postulados de la doctrina positivista institucionalizada durante las tres décadas de Porfirio Díaz en el poder.

Los "ateneístas", como llegaron a ser conocidos, promovían el estudio profundo de la filosofía clásica y abogaban por una ética intelectual cercana a los preceptos establecidos en la antigüedad por Platón y Aristóteles. Los ateneístas tuvieron un relativo éxito en encausar sus ideas en los currículos universitarios del México de aquel entonces, toda vez que ejercieron una profunda influencia en la obra de toda una generación de escritores que empezaba a despuntar a los inicios de la revolución en 1910.

La revolución mexicana forzó en Henríquez Ureña una nueva mudanza, esta vez a Cuba y, más adelante, a los Estados Unidos, en donde trabajó como corresponsal en Nueva York y Washington. Este período en la trayectoria de Henríquez Ureña estuvo marcado por sus numerosos escritos de tema político.

Su padre se vio impedido de asumir la presidencia de la República Dominicana a raíz de la invasión estadounidense en 1916. Ante esta tesitura, Henríquez Ureña asumió una postura crítica del imperialismo norteamericano que caracterizaría su horizonte ideológico en los años por venir.

Tras varios años en la Universidad de Minnesota y dos breves estancias en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, en donde trabajo en sus investigaciones sobre la versificación español bajo la tutela de Ramón Menéndez Pidal, Henríquez Ureña obtuvo un doctorado en letras hispánicas y comenzó su carrera como académico en la misma institución estadounidense que le confirió el grado en 1918.

En medio de este período de acelerado desarrollo profesional en el mundo académico norteamericano, Henríquez Ureña recibe, en 1921, la invitación de José Vasconcelos para colaborar con la restructuración del sistema educativo y universitario del México postrevolucionario.

Este segundo período mexicano se extendió hasta 1924 y estuvo marcado por el creciente reconocimiento de la fama de Henríquez Ureña como académico e intelectual público, particularmente entre jóvenes escritores como Carlos Pellicer, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Es en estos años que Henríquez Ureña comienza a teorizar sobre Hispanoamérica como unidad cultural. Los primeros indicios de esta idea se hallan en "La utopía de América" (1922) y encuentra su más acabada plasmación en Historia de la cultura en la América hispánica, estudio publicado de manera póstuma en 1947.

En 1924 Henríquez Ureña se vio en la necesidad de emigrar a Argentina a causa de sus desavenencias con Vasconcelos y otros intelectuales mexicanos. Allí se empleó como maestro de literatura y gramática en el Colegio Nacional de La Plata, a las afueras de Buenos Aires.

En sus años argentinos Henríquez Ureña se codeó con la intelectualidad más granada de esos años: Jorge Luis Borges, Amado Alonso, Victoria Ocampo, Ezequiel Martínez Estrada, Arnaldo Orfila Reynal, Alejandro Korn. Asimismo, en Argentina Henríquez Ureña colaboró con dos revistas literarias que marcaron una época: Martín Fierro y Sur.

Para un intelectual de su estatura, la obra de Henríquez Ureña es relativamente escasa, además de que se encuentra dispersa en revistas de España e Hispanoamérica. Sus dos primeros libros: Ensayos críticos (1905) y Horas de estudio (1910), se fraguaron a partir de compilaciones de ensayos. Lo mismo acaece con la que probablemente sea su contribución más importante a la historia literaria del continente: Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1927).

En esta monumental compilación Henríquez Ureña erige una suerte de archivo de la literatura latinoamericana al cartografiar las marcas de un eje cultural propio de la región que se había venido fraguando desde los tiempos de la colonia y que no empieza a consolidar su "expresión perfecta" sino hasta los años convulsos del surgimiento de las primeras repúblicas hispanoamericanas en los albores del siglo XIX.

El catálogo erudito elaborado por Henríquez Ureña en los Seis ensayos en busca de nuestra expresión se convirtió de inmediato en referencia obligada para las sucesivas tentativas de plasmación de un archivo literario latinoamericano. De ahí que el camino trazado por Henríquez Ureña con este libro en la historia de la crítica del continente no haya perdido vigencia a casi noventa años de su publicación original.