¿Cuál era  visión de Pedro Henríquez Ureña en los Seis ensayos en busca de nuestra expresión? ¿A qué se acoge la concepción y perspectiva de la historia literaria y cultural que propone en este caso el filólogo, investigador y crítico literario? ¿Cuáles son las orientaciones historiográficas y críticas en torno a la contribución cultural de América al mundo moderno? Y, en el mismo sentido, ¿Cuál es la importancia de los Seis ensayos… en cuanto a entender los “Caminos de nuestra historia literaria” que más tarde en 1945 y 1949 vamos a reconocer en Las corrientes literarias en la América hispánica?

La concepción democrática de la historiografía cultural, lingüística y literaria de América, empalma con una revisión del fenómeno social y político surgente en las primeras dos décadas del siglo XX en América Latina y el Caribe. La inquietud planteada como punctum y locus historiológico e historiográfico en los Seis ensayos… participa de una lectura y comprensión del orden identitario de América entendida como espacio y suma de identidades plurales, pero sobre todo, como comunidad de interpretación y comprensión sociocultural.

La primera vez que se publicó esta obra fue en 1928, en Buenos Aires, bajo el sello de Editorial Babel. Desde su aparición, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, se convirtió en orientación y cardinal de los estudios lingüísticos, literarios y culturales de la América continental.

El libro se acoge a las “Orientaciones” de la primera parte y, ya en “El descontento y la promesa” (Vid. p. 27, edición dominicana, CEDIBIL, 2007), nuestro estudioso justifica la idea de una expresión propia, identitaria y abierta a una concepción integradora y seminal de nuestra América:

“Apenas salimos de la espesa nube colonial al sol quemante de la independencia, sacudimos el espíritu de timidez y declaramos señorío sobre el futuro. Mundo libre, libertad recién nacida, repúblicas en fomento, ardorosamente consagradas a la inmortal utopía: aquí habían de crearse nuevas artes, poesía nueva. Nuestras tierras, nuestra vida libre, pedían su expresión.” (P. 27, op. cit.).

El recorrido de Pedro Henríquez Ureña puntualiza nuestra independencia espiritual a partir de ejes, acontecimientos, líneas históricas y orientacionales:

“En 1823, antes de las jornadas de Junín y Ayacucho, inconclusa todavía la independencia política, Andrés Bello proclamaba la independencia espiritual: la primera de sus Silvas americanas es una alocución a la poesía, “maestra de los pueblos y los reyes”, para que abandone a Europa –luz y miseria- y busque en la orilla del Atlántico el aire salubre de que gusta su nativa rustiquez. La forma es clásica; la intención es revolucionaria”. (Ibídem.)

Más adelante (véase, p.28), Henríquez Ureña particulariza una línea cosmovisional que describe y reconoce el espacio-tiempo fundante y originario de nuestra literatura y nuestra cultura:

“Nuestra literatura absorbió rápidamente agua de todos los ríos nativos: la naturaleza; la vida del campo, sedentaria o nómada; la tradición indígena; los recuerdos de la época colonial; las hazañas de los libertadores; la agitación política del momento… La inundación romántica duró mucho, demasiado; como bajo pretexto de inspiración y espontaneidad, protegió la pereza, ahogó muchos gérmenes que esperaba nutrir… Cuando las aguas comenzaron a bajar, no a los cuarenta días bíblicos, sino a los cuarenta años… el descontento provoca al fin la insurrección necesaria… (pp. 28-29).

El mismo título de este ensayo fundamental aspira a una crítica de la experiencia identitaria en el marco de esa gran “utopía de América”, fuente, base y reconocimiento de las culturas de América. Lengua, literatura, historia y sociedad se van desarrollando como partes integrantes de un proyecto mayor sobre el cuerpo, la vida, el símbolo y el fundamento de nuestra América. La inquietud espiritual, estética, literaria y lingüística, traduce los principales gestos de la identidad o identidades continentales.