Querido Pedro:

La publicación reciente en tu página de Facebook de un artículo en el que denuncias la existencia de un radicalismo prohaitiano que se opone al antihaitiano me ha permitido salir de una racha de falta de inspiración. En ese sentido, lo agradezco. En este artículo, el primero que he escrito en muchas semanas, refutaré las falacias, silencios, falsa neutralidad y – ¡Horror de horrores! – un inesperado atisbo de cinismo que, mezclados con algunas verdades innegables que no bastan para legitimarlos, contiene el tuyo. Fraternalmente, por supuesto.

Resumo el contenido de tu escrito a los que no te siguen en dicha red social. Argumentas, entre otras cosas, que existe un fundamentalismo prohaitiano, compuesto por organizaciones e individuos que, motivados por el odio, propician el caos migratorio en detrimento de nuestro pueblo y soberanía, se opone al antihaitiano; que este conflicto es el resultado de un odio mutuo; que el mismo divide a la familia dominicana; y que los haitianos son maestros en el arte de hacerse las víctimas. Paso a contradecir estos puntos.

Cita, probablemente apócrifa, de Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés.

Es innegable que existe un fundamentalismo antihaitiano. Lo propio del fundamentalismo es el odio. Y en nuestro país, odio a los haitianos lo hay por montones. No es cierto que entre los “patriotas”, tal odio sea minoritario. Lamentablemente, está muy generalizado. Puedo hablar de ello. Los comentarios “patrióticos” que reciben mis numerosos artículos sobre el tema haitiano no son más que una colección de insultos, descalificaciones y caricaturas de mis posiciones sobre el mismo.

No he visto, en cambio, muestra alguna de odio, en los pocos comentarios que defienden mis puntos de vista. Argumentarás que llamar nazi, xenófobo, fascista a muchos – que no a todos – de nuestros “patriotas” (explicaré más adelante el uso de estas comillas) es fruto del odio. No lo creo. Llamar fascista a los que hacen circular por las redes citas de Marine Le Pen, condenada por incitación a la violencia racial y negacionismo del Holocausto, está plenamente justificado. Un amigo común se lamenta de que Juan Bolívar Díaz no haya perecido en el atentado que se perpetró en su contra en tiempos de Balaguer. Llamarlo reaccionario no es un insulto, es una constatación. Otro común amigo, exitoso empresario, desembolsó con orgullo seis u ocho mil dólares por una Parabellum Luger modelo 1941, una pistola nazi auténtica, según lo atestigua un certificado con esvástica y todo, con la que afirma defenderá nuestra soberanía. Llamarlo nazi no es un insulto, es llover sobre mojado. Centenares de dominicanos llaman a matar a los traidores. Calificarlos como extremistas de derechas está totalmente justificado. Ese odio, por suerte, no se ha canalizado en hechos de sangre. Al menos, no todavía. Como escribió una vez Jean-Michel Caroit, corresponsal de Le Monde, a propósito de nuestra afición a las armas de fuego, “un pueblo que alardea – y que exhibe – sus armas de fuego es mejor que uno que las usa”. Ojalá que no lleguemos a ese extremo.

Dices que los fundamentalistas pro-haitianos son “personas y organizaciones que entienden que debemos permitir que los haitianos hagan lo que quieran aquí, aun en perjuicio de nuestro pueblo y su soberanía”. Imagino que hablas de organizaciones no gubernamentales. En nuestro país el término ONG se ha convertido para muchos en un insulto. Pero no las que utilizan legisladores inescrupulosos para hacerse con nuestro dinero, no, esas no. Se atacan a muchas que realizan loables labores humanitarias. Es penoso escuchar a nuestros amigos comunes, universitarios, empresarios muy meritorios, acusar de injerencia a instituciones como Amnistía Internacional, un paladín en la defensa de los derechos humanos en todo el mundo, por el simple hecho de que denuncian situaciones que no tenemos la honestidad de reconocer ni de resolver. Imagino que te refieres a los individuos que conforman dichas instituciones y a los que menciono más abajo.

Falso panfleto en el que un grupo de instituciones, encabezada por el Ministerio de la Salud, da instrucciones en creole a los usuarios de los hospitales dominicanos.

Como patriota que eres (sin comillas) es tu deber desenmascarar públicamente a estos “traidores” ¿A quiénes te refieres? ¿A Huchi Lora? ¿A Juan Bolívar Díaz? ¿A Roberto Cavada? ¿A Marino Zapete? ¿A Fausto Rosario? ¿A mí? A través de nuestros amigos “patriotas” y de los comentarios que reciben mis artículos me entero de que somos todos las quintas columnas que trabajan para unificar ambos estados insulares ¿Te parece que este grupo de “traidores” trabaja en perjuicio de nuestro pueblo y su soberanía? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Te adhieres a la acusación de que estos notables periodistas traicionan a la patria contra un cheque en dólares de no sé qué potencia extranjera? ¿O te ha pasado por la cabeza que quizás no los motiva el odio ni el dinero, sino un sincero sentimiento de solidaridad, de caridad, de humanidad? ¿No crees que es una barbaridad comparar a estos “cabecillas” del “fundamentalismo prohaitiano” con los que se supone que son los líderes de los fundamentalistas antihaitianos, a saber, los Vinchos y Ramfis Domínguez Trujillo?

Si tu loable tendencia a la conciliación te impide incurrir en ataques personales, nada te impide que denuncies las organizaciones a las que te refieres ¿Hablas de Acento? ¿Del Centro Bonó? ¿De la Comisión Dominicana de los Derechos Humanos? ¿No te parece una barbaridad equiparar a instituciones entre las cuales se encuentran muchas que realizan estudios científicos rigurosos con fundamentalistas que, para exacerbar el odio hacia los haitianos, comparten un video en el que hacen pasar por haitianos a unos delincuentes africanos o circular presuntas instrucciones en patois para los haitianos que abusan de nuestros servicios médicos? A estos discípulos de Goebbels en el arte de la propaganda (que no busca descubrir la verdad, sino convencer, manipular), los llamo nazis. Y lo asumo. No se trata de odio. Sino de llamar las cosas por su nombre.

Te diré cuál es la institución que sí permite que los haitianos hagan en nuestro país lo que les da la gana: el Estado Dominicano, a través de todos los gobiernos (escucha: TODOS) que se han sucedido en más de medio siglo. No son las ONG las que contrataron a miles de braceros haitianos; ni las que trafican con haitianos en la frontera; ni las que permiten que ingenieros y hacendados contraten haitianos ilegales, violando leyes de la república; ni las que permiten que políticos corruptos se roben millones de dólares que son necesarios para acabar con el caos migratorio.  Los cómplices de este caos no son las ONG, sino nuestros gobiernos. Incluyendo el actual. No me aventuraré a hacer conjeturas sobre la razón de tu silencio sobre ello. Pero te confieso que tengo mis sospechas.

Volvamos a las comillas. El patriotismo de los “patriotas” es un patriotismo decimonónico. En el siglo XIX el riesgo de destrucción de nuestra nación venía de fuera de las fronteras, de nuestro vecino del oeste. Pero en el siglo XXI, este riesgo es interno. Uso las comillas, porque este “patriotismo” es selectivo. Se aplica solo a los extranjeros. A los políticos que roban, a los que cobran sin trabajar, a los que aceptan sobornos, a los políticos que durante más de medio siglo se han apuñaleado tantos recursos tan necesarios para nuestro desarrollo, a los políticos a cuya inmoralidad  se debe el caos migratorio que estamos viviendo, a estos no se les acusa de traidores, ni se les exige responsabilidades, a estos se les vota y se les adora como a mesías. Los “patriotas” quieren tapar con un dedo el hecho de que el problema haitiano solo tiene dos responsables: la ineptitud de nuestros gobiernos y nuestra indiferencia ante ella. Menuda necedad. Menudo “patriotismo”.

Foto de la pistola nazi Parabellum Luger modelo 1941, comprada por seis u ocho mil dólares por un nacionalista dominicano para defender la patria de los invasores haitianos.

Acusas a los haitianos, un pueblo pobre y sufrido donde los haya, de ser maestros en el arte de hacerse las víctimas. No responderé a una afirmación tan escandalosa. Te diré quiénes sí se hacen las víctimas: los dominicanos. Durante medio siglo los gobiernos, repito, se desentienden del control fronterizo, se hacen de la vista gorda ante el tráfico de haitianos, ignoran su contratación ilegal, incentivan con su ineptitud una inmigración ilegal aun mayor, ante la indolencia de los “patriotas”, que luego tienen los timbales de hablar de invasión haitiana. A eso le llamo yo hacerse las víctimas. Las invasiones las provocan la violencia de los invasores, no la indolencia de los “invadidos”. Dicen que dijo Séneca: “Mientras el hombre no acepte sus errores, vivirá sumido en el fracaso”. Y la madre de Boabdil: “Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre”. He aquí dos dichos que nos caben como anillo al dedo. Y cuando hablo de defender, no me refiero a las armas sino a las leyes.

Tienes razón: el actual estado de cosas desfavorece a nuestro país en el escenario internacional. Pero solo hay una manera de acallar las voces que nos acusan: resolver el problema haitiano. Decir que los haitianos son nuestros esclavos es, como bien dices, una exageración. No lo son. Pero sí ciudadanos de tercera categoría sin garantías contra los abusos de explotadores y sin defensa contra el odio que crece cada día más contra ellos. Dices que los haitianos merecen nuestro respeto, y es verdad. Y la mejor manera de respetarlos es garantizarles nuestros mismos derechos y exigirles nuestros mismos deberes, tratarlos como nuestros iguales, no solo humanamente sino, sobre todo jurídicamente. Los “nacionalistas” se rasgan las vestiduras cuando se habla de su regularización. Sueñan con una deportación pura y simple, lo cual es una ingenuidad y una puerilidad. La economía dominicana se vería gravemente afectada. Lo he dicho muchas veces y lo repito: la solución del problema haitiano requiere, en primer lugar, el control estricto de la frontera y, en segundo, la regularización caso por caso de los haitianos que ya residen en el país, deportando – sí, deportando – a los delincuentes y a los individuos improductivos y dotando de residencia a los que son productivos. Esto es lo que hay que hacer. No hacerlo es enterrar la cabeza como avestruces, esperando que los problemas se resuelvan solos. Pero los problemas que no se atienden no se resuelven solos: se agravan.

Me dirás que estoy parcializado. Te responderé con las palabras de Piero Gleijeses, autor del que considero el mejor libro sobre la Revolución de Abril: “Cuando hay dos bandos en el cual uno tiene la razón, ser neutral es absurdo”. (Aclaro que no ilegitimo la posición “antihaitiana”, sino el odio a través del cual se manifiesta). Y es precisamente lo que haces. Equiparas a un grupo movido por el odio con otro que no lo es. Utilizas los mismos razonamientos que los que equiparan a nazis con judíos, a Hitler con Churchill (como uno de nuestros comunes amigos “nacionalistas”), a nacionalistas con republicanos españoles, a golpistas con constitucionalistas y, recientemente, a neonazis y miembros del KKK con personas que protestaron contra ellos. Es el tipo de razonamiento que utiliza Trump. Tu artículo se quiere neutro, salomónico, pero utilizas argumentos propios de los fundamentalistas antihaitianos. Tienes todo el derecho de apoyar la posición que entiendas mejor. Pero es preciso asumirla, “mojarse”. No espero menos de ti.

Me referiré brevemente a tu argumento sobre la división que provoca el tema haitiano: Es mínima. La familia dominicana ya está muy dividida entre gobernantes y gobernados, blancos y morados, liceístas y aguiluchos (lástima que la pelota no sea el único campo donde se manifiesten las pasiones desenfrenadas). Los partidarios de la deportación pura y simple son abrumadoramente mayoritarios. Quienes somos partidarios de una solución humana y justa al problema haitiano somos una minoría muy minoritaria, valga la redundancia. Y es una suerte que todavía no nos hayan fusilado, porque expresamos un pensamiento divergente del pensamiento mayoritario. Ya lo dijo alguien: “El pensamiento es peligroso, sobre todo cuando hay solo uno”.

El ambiente de odio que estamos viviendo tiene una sola causa: la impotencia que sienten los dominicanos ante la indiferencia de nuestros gobernantes frente a problemas tan graves como el haitiano. Los culpables de este estado de cosas no somo los “fundamentalistas prohaitianos” ni las ONG, sino todos nuestros gobiernos (escucha: TODOS). Ante tal pasividad, asistimos a la escandalosa popularidad de un nieto del tirano que seguirá sin dudas creciendo. El que un gobierno que, como el actual, cuenta con todo el poder necesario para enderezar las cosas (aceptación popular, congreso, prensa, justicia, todo) ande solo lloriqueando en los foros internacionales o haciendo remiendos o pasando paños con pasta, en lugar de resolver, de una vez por todas, tan preocupante situación, escapa a mi entendimiento. Quizás tú puedas iluminarme.

Es absolutamente legítimo debatir sobre temas de tanta importancia para nuestro futuro, siempre y cuando se haga desde el respeto, siempre que se combatan las ideas y no a quienes las emiten. Respaldo con firmeza el derecho de los que protestan contra la presencia haitiana. “No estoy de acuerdo con tus ideas, pero daría la vida en defensa de tu derecho a expresarlas”, dicen que dijo Voltaire. En alguno de mis artículos he animado a mis amigos “nacionalistas” a ponerse al frente del movimiento “patriótico”. Tienen mucho más legitimidad para dirigir tal movimiento que los Vinchos y el “Trujillito”  (A Manuel Núñez, “patriota” por excelencia, se lo tragó la tierra, inexplicablemente, luego de su vergonzosa participación en las elecciones pasadas), además de que es su derecho y su deber. Pero tienen miedo por sus negocios. Les he prometido mi espacio semanal en ACENTO para que confronten públicamente a los citados más arriba o a mí, viles judas quisqueyanos. Pero se han negado. Tienen miedo de asumir públicamente sus posiciones. De igual manera que un gran número de los “patriotas” que me insultan lo hacen bajo seudónimo. Menudo “patriotismo”.

Intercambiar ideas de forma serena es una manera de fortalecer el civismo y desactivar el odio. Ojalá te animes a contestarme.

Mi artículo es cuatro veces más largo que el tuyo. Es tu culpa: has reanimado mi deseo de escribir y argumentar. Gracias.

Un abrazo,