¿Tendrán algo en común Pedro Infante y Freddie Mercury? Nada, diríamos sin pensarlo. No obstante, podríamos enumerar varias semejanzas, empecemos por el bigote. El del británico era grande, viril, nos recordaba a su India natal, donde vivió hasta su adolescencia, aunque como se sabe, haya nacido en Zanzíbar (hoy parte de Tanzania) en 1946, ya que su padre era funcionario del British Empire, que por entonces tenía dominios en todo el planeta.

Y cómo era el de Pedro. Si nos atenemos a sus películas, diríamos que era chiquito, finamente recortado a la Clark Gable. Es más, en Los tres huastecos, Infante interpreta a los hermanos Andrade y nos complace con varios tipos de mostacho: Además del ya aludido, que luce el capitán Víctor; también se pone un mostachón abundante, como de Pancho Villa, perteneciente a Lorenzo, el ranchero tamaulipeco y, el último; el del cura Juan de Dios, que destaca por ser invisible. Esta comedia de 1948, tuvo mucho de avanzada tecnológica, pues Ismael Rodríguez nos muestra en un mismo cuadro a los trillizos.

Del mismo modo podríamos mencionar al sombrero. Claro, los de Pedro Infante eran demasiados, pero volvamos a sus películas, lo traía muy levantado para que no le hiciera “sombra” frente a la cámara. A mí me gustaba con sombrero norteño, del tipo vaquero, ¿sería un Stetson? El sombrero de charro, dirán algunos otros, pues nadie como él mitificó al México rural (Pedro malo ¡Uy qué malo!, hay que comprarle su lioon, se burla Jorge Negrete en Dos tipos de Cuidado).

Freddie también luciría un sombrero mexicano, de esos grandotes como los que presumen los aficionados que viajan a los mundiales de futbol. En 1981, cuando Queen dio un concierto en Puebla, decíamos, se puso un sombrerote que a la gente no le gustó nadita. Creían que se burlaban de ellos  –después de repetidas dosis de yerba y alcohol, qué podría haberse esperado– y en contrapartida, le empezaron a arrojar zapatos y calcetines llenos de tierra (cómo no se les ocurrió lanzar sombreros). Qué modales tan feos para con nuestro invitado de lujo. Según las crónicas de la época, se despidió diciéndonos bola de tacos o algo así: « ¡Muchas gracias, Puebla!, thank you for the shoes… Good bye, you bunch of tacos». ¿Tendría que agregar que nunca más volvieron al país? La anécdota allí queda, luego por eso no nos quieren y andan levantándonos muros.

Asimismo, la música los ha vuelto un ícono popular indiscutible; cada uno en su ámbito por supuesto. Míster Mercury, (que en realidad se llamaba Farrokh Bomi Bulsara) tenía estudios musicales, una voz educada y potente. Tocaba el piano y escribió muchos de los éxitos de Queen, por eso sus piezas parecen haberse fraguado en el conservatorio y no en las excesivas fiestas que solía organizar. Pedrito sustituía sus carencias con un humor y un carisma únicos, si bien nació en una familia humilde y numerosa, a la que mantuvo incluso después de muerto (hasta que la plata se evaporó), mientras que el inglés creció en un ambiente aburguesado, rebosante de aristocracia. Nadie en su casa le creyó cuando dijo que lo suyo era la bailada y la cantada. Haber llegado a Londres (menos opresivo que Bombay) le permitió catapultar su talento y explorar sus  “excéntricas” pasiones.

Ahora bien, sus canciones persisten en el gusto del imaginario, quisiera suponer. Cada vez que un equipo gana un campeonato, escuchamos eso de: « We are the champions my friend », y cada vez que un enamorado lleva serenata (si la costumbre no ha sucumbido ante las tecnologías del siglo XXI) no faltará la estrofa aquella de: «Y sí vivo cien años, cien años pienso en tiiiii ».

Cien años que por cierto, hubiera cumplido Pedro Infante el pasado sábado 18 de noviembre. En los medios hubo mucha algarabía al respecto, no exenta del lugar común: “¡Pedro vive!…En el corazón de todos los mexicanos». Qué dirían las nuevas generaciones del ídolo de Guamuchil: «Es un policía por el que suspiraba mi abuelita…Mi mamá cantaba sus canciones (aquí, ¿habría un silencio si se les pidiera citar alguna?)…Un mariachi enamorado y pendenciero…Un carpintero al que se le muere alguien…». Por su parte, durante la clausura de las Olimpiadas de Londres, la imagen de Freddie fue tremendamente ovacionada, hubo quienes señalaron que incluso más que la del propio John Lennon.

En última instancia, el mes de noviembre los vincula en una espiral perpetua. Como hemos dicho, Infante festejaba cada 18 su aniversario que se vio interrumpido por el trágico avionazo de 1957; no había llegado a los 40. En cambio, un 24 del mismo mes de 1991, moría de bronconeumonía, azuzada por el sida y la tristeza, el fundador de Queen; apenas tenía 45 primaveras…Dicen que volverse inmortal es muy sencillo, basta morirse joven, ¿será?