La sumisión no era una característica de esta provincia del suroeste dominicano fronterizo con Haití. En la memoria de las generaciones de los cincuenta hasta el ochenta, viven muchas historias que hablan de un Pedernales vibrante, competitivo, solidario, organizado, distante del conformismo colectivo.

Los recuerdos dejan escapar filones: el activismo del Club Social Cultural y de grupos de presión; los bailes a cargo del Combo Pedernales, en ese centro o en La Espinita; los campeonatos de béisbol y voleibol; las fiestas patronales y su derroche de juegos populares; los reinados no corrompidos, las patronales, las alboradas, los aguinaldos…

El irrefrenable Nelson Galarza, vestido de Diablo Cojuelo y, a mano, su foete de cabuya con una “vejiga de vaca” disecada, amarrada a la punta, corriendo como un bólido a los jóvenes, en pleno febrero. Y don Peña, desde su colmadito-barra al lado del liceo, con su repentismo eterno. “Está ceniza, rubia; ésta no se la vendo a nadie, es mía”, advertía sonriente al cliente mientras reintroducía al refrigerador la cerveza Presidente.

Las procesiones de Semana Santa, las retretas dominicales en el parque central y los festivales de la voz le daban brillo al municipio. Igual que las fiestas en el balneario de la playa del pueblo; las luchas libres sobre los promontorios de arena blanca, con Míster y Chechi Timita a la cabeza; los bañistas jóvenes tirándose en clavado desde los restos del muelle que dejó el ciclón Inés de 1966, y los tiburones merodeando con pasmosa tranquilidad en busca de vísceras tiradas desde las yolas por los pescadores al regresar de “mar afuera”. Cuando los escualos bailaban a escasos metros de la orilla, sus aletas dorsales semejaban periscopios de submarinos. 

Unos metros más al oeste, frente al mar, el simbólico “Charco de Caonabo”, una fuente de agua dulce y fría que brotaba ahí mismo y servía como hábitat de peces, cangrejos y jicoteas, y como balneario de escasa profundidad que, sin embargo, los muchachos desafiaban día tras día con clavados desde las ramas de los manglares, hasta que uno se desnucó. A ese lugar  cercano al campo de tiro de la guardia, lo sepultaron la ignorancia y la politiquería de las autoridades.

Se extraña allá, también, el juego del angelito de final de año. El compartir para el intercambio final nunca mancaba los 28 de diciembre. Tan puntual como las misas interminables de Nochebuena y Año Nuevo, oficiadas por Juan Domenech…

El emblemático bar de Julio y Lindo, más el mozo único, Nene, con su bigote eterno y sin una de sus manos, pero con una destreza que asombraba al cargar una columna interminable de vasos cerveceros de cristal para cumplir con la demanda de los clientes ya sentados a las mesas.

Y su vellonera, al fondo, a ratos trucada por algún vivo, amargado y tacaño, para que la canción favorita se convirtiera en un sinfín, sin alimentarla con la moneda de cinco cheles. Aunque Leonardo dice que, en realidad, el aparato se “se pegaba”.

Cuenta: “Un día pasó éso, y yo seguí marcando porque quería una canción de Marco Antonio Muñiz y una de Roberto Carlos (Detalles). Pero no sabía que Nene, el mozo, estaba detrás de mi. Al voltearme, me sorprendí, pero él me dijo: aprovéchala que está en calor”. 

El Pedernales de aquellos tiempos no era un santuario. Pero la convivencia predominaba sobre el caos; los valores sobre los vicios.

Las familias no sacaban basura a la calzada hasta que pasara el camión viejo del ayuntamiento. En su agenda estaba siempre mantener limpias sus viviendas y pintarlas cada fin de año.

Pobres, con escasa formación académica, pero jamás negociaban sus valores y los buenos hábitos. El dinero no compraba prestigio. Menos si se sospechaba que salía de prácticas mafiosas. 

Competir en limpieza y en música con Baní estaba en la agenda de los comunitarios. Lo llevaban como orgullo.

Baní, tierra del valiente Máximo Gómez, aún tiene fama de pueblo limpio. Aunque su combo, Los Juveniles del Sabor, como el de Pedernales, se ha esfumado. 

¿PEDERNALES DORMIDO?

Los 30 de noviembre, Día de San Andrés, allá no pasaban inadvertidos. En cualquier momento y en cualquier lugar, alguien le bañaba a usted de algún polvo blanco (harina o huevo, si el juego venía de un intruso). La fiesta blanca no faltaba; tampoco el reinado. Un día de emociones del que no queda ni el rumor.

A la fiesta todos debían asistir con trajes blancos elegantes. María Pérez (María Carlito) y Energinia Moquete (Gina) los diseñaban con una terminación de primera.

El reinado fue una actividad muy popular y sana hasta el día en que políticos y mafiosos usaron su dinero sucio para comprar votos y sexo. De repente, perdió la credibilidad. 

El desfile de la reina, el príncipe y la corte, a caballo blanco, era vistoso y muy concurrido. Terminaba con una gran fiesta en el local del Partido Dominicano (luego Club Socio Cultural), en la gobernación o en el bar El Rancho, en la Duarte casi con Sánchez. Reinados también se celebraban en el marco de las fiestas patronales del 21 de enero, Día de Nuestra Señora de la Altagracia. Y también eran deslumbrantes.

Al gran baile asistían solo los invitados por escrito. Concurrían damas hermosas, las de más garbo, con atuendos muy caros, diseñados y elaborados con tejidos importados de primera por las mejores  modistas de Pedernales, y María Loggin, de Barahona. Las divas de la sociedad exhibían todo el glamour, pero sin asomos de prostitución. Otra época se vivía. Resaltaban: Mildred, Rojas, Vineyis, Ada, Romita, Carmencita, Altagracia, Glenys, Petra, Cuchita, Virginia, Dominicana.

JUANÍN Y SUS COSAS

Imposible hablar de modistas sin Juana de los Reyes Pérez y Pérez (Juanín o Nin). Allá, le atribuían vocación especial para ese oficio. Con la mejor terminación cosía una camisa sencilla o una guayabera para hombre, como un vestido fino o un pantalón para mujer. Ella, como su hermana Elsa o Allán, tuvo de escuela a su madre Zoraida Pérez. No extrañó cuando la transnacional minera estadounidense Alcoa, le contrató para hacer las camisas de sus empleados.

Pero, de pequeña, ella ha recorrido un largo camino de espinas. Casó con un hombre mucho mayor, Arturo, sin conocer la alborada de la adolescencia.

Estudiante brillante en la primaria, con una caligrafía poco común en zurdos. Leía un discurso como ciertos políticos “exitosos” jamás leerían. Histórico el que pronunció en 1962 ante el profesor Juan Bosch, quien visitó al pueblo durante la campaña y enseñó que “Pedernales viene de Pedernales, que significa piedra dura”. El texto lo había escrito un gran líder perredeísta de ese momento, luego senador por la provincia: profesor Pablo Rafael Casimiro Castro, fallecido tras una cadena de traspiés. 

Juanín ha llevado una carga pesada. Y la ha asumido en silencio, con estoicismo, hasta ver su prole de nueve ya con canas, y sus nietos y bisnietos correteando en su casa de muchos años en la urbanización Miramar.

Ella y su marido parece que tenían un pacto infranqueable. Cuando les advertían sobre “la paridera de muchachos tan rápido”, solían responder: “No te preocupes, ómbe, ellos vienen con el pan debajo del brazo”.

Los suyos nacieron sin ese pan mágico. Los crió sin mendigar, sentada frente a su máquina 20 horas corridas, cada día, cada semana, el año entero. Pedal y pedal, sin importar veranos: Tic-tic-tic-tic-tic, tic, tic-tic-tic-tic… Y, al final de cada noche, iba al fogón a cocinar la primera comida del día. Era su ritual. Solo en eso consumió las principales décadas de su vida. No hubo fiestas, ni cine, ni visitas, ni nada. 

Hace unos años que Juanín gasta las horas de sus setentas detrás del mostrador de un colmado. Vende productos para la comida, pero también –como dice su hijo súper inquieto, Yewellin–  “las cervezas más s cenizas del país”. En realidad, su sitio es famoso. Los cerveceros solo dicen: “Búscala donde Juanín”

Allí, taciturna, atiende sus clientes. Pero que nadie ose referirse en contra de su PRD original. Es una fanática capaz de echar a cualquiera del negocio y exonerarle del pago de lo consumido con tal de que se vaya rápido. Se enfurece, masculla y, cuando la persona menos espera, con su voz fina lanza su andanada.

Durante los noventa compró un televisor grande, de unas cuarenta pulgadas. Tuvieron que hacer malabares para entrarla por la puerta de la sala. La campaña política hervía. Y ella, como los demás perredeístas de Pedernales, entendía que el canal 5 (Telemicro) apoyaba a los contrarios. Restringió el acceso a ese medio.

Ella y su pareja Arturo, como Clemente Pérez, Galarza, Pasito y Ana Luisa, estuvieron entre las primeras nueve personas reclutadas por Casimiro para el PRD.