Aquella noche de 1997, en el primer Diálogo con el Presidente con directores de medios, por Teleantillas, Leonel Fernández me garantizó que “convertiré a su pueblo (Pedernales) en una tacita de oro”. Danilo Medina, que agota su segundo cuatrienio, ha anunciado varias veces que “ha llegado la hora del sur”. Pero ni aparece la susodicha tacita, ni llega la hora, y esta provincia fronteriza del suroeste agota sus días como gueto de mendigos que actúan como manada, guiados por el instinto, y por la agitación de dioses locales del oportunismo político.

Nada más fácil que manipular a un menesteroso sin ninguna de sus necesidades primarias resueltas. Criminal de alto calibre es quien, consciente de ello, desde el colchón de sus millones, lo manipula. Y en Pedernales algunos actúan conforme esa matriz.

De la noche a la mañana, ellos han acumulado riquezas con prácticas non sanctas, y las han puesto al servicio de la arrogancia, la colonización de conciencias y al cultivo de la medicinidad a través de sus dádivas ocasionales.

Caminan orondos, se creen diamantes, inmortales, con su trulla de áulicos coreándoles consignas con el tono frívolo que dan los 200 pesos para saciar un minuto de hambre.

Pero a cada paso, su cara dura delata sus sonrisas fingidas mientras sus pechitos parados solo se sostienen a fuerza de contener la respiración para simular su poder. De espaldas, revelan su caminar posado, sin una dosis de espontaneidad. Son los paradigmas de la maldad y la indolencia.

SIN RUMBO

El día a día de Pedernales transcurre al ritmo de los caprichos de los caciques con una pobreza que alcanza a ochenta de cada cien de sus habitantes sin que nadie se aterre. https://www.one.gob.do/Content/pdf_perfiles/Perfil_pedernales.pdf.

Un drama patético, bochornoso, que debería provocar una renuncia colectiva en la provincia, por inoperantes.

En la repartición de culpas entra el Gobierno y todos sus presidentes de las últimas tres o cuatro décadas. Cierto. Pero también las autoridades locales que  –según los resultados a la vista–  gastan su tiempo en la gestión de loas mediáticas sin nada que exhibir en el terreno.

Una muestra de la ineficacia: el desorden migratorio, el desempleo casi total, el caos en el tránsito, la inseguridad ciudadana, el contrabando, la proliferación en el consumo de drogas, el irrespeto y oportunismo generalizados, invasiones de tierras, creación de arrabales para anidar votos, no seres humanos, robo de las tierras del Estado (Bahía de las Águilas incluida) la impunidad, la depredación de las áreas protegidas.

Sin ese panorama tan deprimente, los príncipes del caos no vivirían. Ese es su mar, su mundo. El pueblo empoderado y educado es lo que menos les interesa porque no podrían manejarlo como borrego ni como esclavo.

El desatinado ultimátum a los cientos de haitianos que viven hacinados o pululan por las calles y negocitos de Pedernales, resulta solo filón del desorden. Cierto que esos extranjeros transitan como “chivos sin ley”, como los asaltantes a mano armada y los mafiosos internacionales que se anclan allá con apañamiento de turpenes locales. Comprensible la rabia generalizada por el asesinato de una pareja en su finca y la eterna irresponsabilidad del gobierno haitiano ante los reclamos de entrega de los criminales. Cierto que Haití es una guarida de delincuentes internacionales.

Pero, ¿quiénes son los responsables locales? A un funcionario le pagan para que funcione sin fanfarrias de ignorantes, no para que denuncie ni se haga el gracioso.

Muchos de los problemas del pueblo tienen que ver con organización y autoridad, y para gestionar eso no son imprescindibles el presidente Danilo Medina y el expresidente Leonel Fernández.

El cambio debería construirlo el liderazgo local. Un liderazgo que, sin embargo, se las pasa en quejas, en “lavarse las manos” y en tramas malditas para excluir a todo pedernalense que no dependa de sus dádivas envenenadas y lo imaginen como obstáculo para sus infinitas pretensiones electorales.

Ahí está el detalle. Pedernales cuenta con una digna comunidad de “no residentes”, que –diferente a otras provincias– no es rica; por tanto, está incapacitada para hacer inversiones en su terruño, y ni siquiera puede viajar a menudo porque no maneja fondos del erario.

Pero le sobra dignidad, honradez y amor por su pueblo. Ella es “no residente” por obligación, nunca “ausente”. Porque se puede estar allá y ser un perfecto ausente; sobre todo, cuando se maneja fondos públicos para su provecho mientras la gente se hunde en la pobreza estructural. Y se puede ser un migrante económico y estar presente.

Pese a ese plus, no la convocan, no la escuchan, salvo que urja un ritual politiquero efímero. Temen a la conciencia y a la independencia de criterios. Andan borrachos de poder, creyéndose que el dinero lo compra todo, todo el tiempo. Pero se han equivocado. Nada dura para toda la vida.