Creo que a Juan Toribio, desde su cátedra de economía de la UASD, no le será difícil recordar uno de los episodios más tristes de los Doce Años, acaecido en la calle 29, entre la Peña Batlle y Francisco Villaespesa, cuando a él le decían “Juanito Champoleón”. Y tampoco a Héctor Mojica quien, intenta dar una nueva cara a la OMSA. Ni al impertérrito Rafael González a quien, llamábamos Pitágoras.

Sin embargo, sé que muchos preferirían olvidar  aquel triste episodio, que se produjo cuando la mayoría levantábamos los cinco clásicos como bandera de lucha: Engels, Marx, Lenin, Stalin y Mao Tse- Tung (que hoy llaman Mao Zedom). Eran los días en que comenzábamos con la filosofía de Politzer, para seguir con el sacrosanto manifiesto comunista, pasando por la “Economía de Nikitin”, “Las tres fuentes y las tres partes del marxismo” y el apasionante “Manual de Marxismo-Leninismo”, de Otto Kussinen y otros.

El hecho tuvo como escenario  el comité de la Zona Norte del Partido Comunista Dominicano (PCD), desde donde poníamos a circular el periódico “El popular”, entusiasmados con la idea de que muy pronto alcanzaríamos una sociedad justa y fraterna, donde el Sol brillaría para todos, restituyendo el honor a las madres cansadas, tal y como lo pregonaba Joan Báez:

       https://www.youtube.com/watch?v=-dLMpkQF3Sw

Cuán lejos estábamos de saber que dentro de poco llegaría una de las decepciones más  grandes que tuvimos, al ser acorralados contra la pared en el increíble, inaudito y sangriento caso de Máximo Pérez.

Este amigo era nuestro orgullo, pues era uno de los militantes más aguerridos que habíamos conquistado para la causa y, sobre todo, era un símbolo de lo que se buscaba: la clase obrera.

Eso era para nosotros, los de las bases del PCD. Arriba era otra cosa, pues los dirigentes del comité central (CC) eran de la pequeña burguesía de Ciudad Nueva, al igual que los de la mayoría de los demás partidos.

De manera, que cuando subimos a Máximo Pérez de un círculo de estudio a una célula hubo entusiasmo en nuestro comité, en el cual el CC había sembrado tres fichas infranqueables: César Pérez, el jefe; Lourdes Contreras (Lulú), que era la compañera de Narciso Isa Conde y su chofer Marcelino (El pequeño). Frente a ellos estábamos Apolinar Restituyo (Polín), Miguel Guillermo y yo. El voto de César valía por dos, por lo que el CC tenía el control total.

Junto a Máximo Pérez había, en la 29 llegando a la Peña Batlle, un verdadero bastión de jóvenes comunistas, encabezados por Alberto de la Cruz (Guin), Juan Mojica (Juancito) y José Miguel Vargas.

Todo marchaba muy bien en los barrios de la parte alta, pues teníamos a raya a los pacoredos, el MPD se  concentraba en el “Golpe de Estado revolucionario” y los de la Línea Roja eran la minoría. En los círculos de estudio, además de analizar los textos básicos, se leía “Reportaje al pie del patíbulo: que la tristeza no sea unida a mi nombre”, de Julius Fucik,  “Ser como él”, la historia del mártir vietnamita Nguyen Van Troi y “La madre”, de Máximo Gorki.

Todo eso reforzaba la moral de los que luchábamos por establecer la “dictadura del proletariado” para acabar con “la explotación del hombre por el hombre”. Porque, para lograr esos objetivos el verdadero comunista debía ser un ejemplo. Debíamos tener una moral paradigmática. Una moral a toda prueba.

Fue por eso que nos cayó como una bomba la notica que nos llevaron un sábado por la tarde: “El camarada Máximo Pérez acaba de dejar su mujer y se mudó con una muchachita de 17 años”.

¡Uh! La información nos conmocionó. El camarada había infligido una regla ética fundamental. Por lo que procedimos a discutir la sanción que merecía y, luego de acalorados debates, en lugar de una amonestación, decidimos bajarlo a un círculo de estudio, donde sería reeducado.

Él aceptó de buena gana la sanción. Y todo terminaría allí.

Pero, en la próxima sesión del comité recibimos la visita inesperada de Carlos Dore, uno de los miembros del CC, que venía como orientador. Traía un montón de libros, que depositó sobre la mesa para empezar diciendo: “La moral de los comunistas es un valladar inexpugnable contra el capitalismo brutal. Aquel que viola la moral comunista debe pagar las consecuencias”.  Y, a continuación, comenzó a leernos citas de las cartas de Lenin a Clara Zetkin, reflexiones de Rosa de Luxemburgo y pensamientos de Engels, Marx, Nikos Kazantzakis, Antonio Gramsci y Dolores Ibarruri (La pasionaria). Todos, defendiendo la moral comunista. Reclamando una conducta digna. Proclamando la necesidad de ser inflexibles contra las violaciones a la ética del marxismo. Así, el CC nos ordenaba expulsar a Máximo Pérez de las filas del partido.

Entonces, con la más honda tristeza, haciendo honor al centralismo democrático, lo expulsamos del PCD lo cual, en aquellos tiempos  de nobleza y entrega, significaba la humillación más grande, el desprecio más absoluto y la deshonra más despiadada.

Y a los pocos días nos enteramos de que, al saberse fuera del partido, el señor Máximo Pérez se unió al grupo (que hoy se llamaría terrorista) de un dirigente sindical desorientado y, al tratar de atracar a un vendedor de leche en la calle William Morgan, recibió una tanda de balas, muriendo en el lugar de la intentona.

Lo que vendría después sería un cataclismo. Y lo contaré en la próxima entrega. Sé, que a Mojica, Champoleón y Pitágoras todo aquello regurgita en sus memorias cada vez que escuchan lo que puede oírse pinchando este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=M1LFC643-l0

Yo no olvidaré jamás aquella historia. Ni mucho menos, lo que vendría después, cuya tercera parte involucra a Leonel Fernández.

Y nadie osará desmentirme.

Yo estaba allí.