La actual campaña por el reconocimiento del Estado Palestino como miembro pleno de la ONU, es seguro que servirá a muchos propósitos pero será muy difícil que contribuya a la paz del Medio Oriente, si es por facilitar un entendimiento entre israelíes y palestinos.
Servirá para presionar la reforma del Consejo de Seguridad, asumiendo que su configuración actual no refleja los cambios hacia la multipolaridad que acusa el escenario internacional, y porqué no ha sido capaz de solventar un conflicto que nació con las propias Naciones Unidas.
Al Presidente de la Autoridad Nacional Palestina le resulta de gran provecho para incrementar sus apoyos internos, socavados por los cuestionamientos de Hamás, y por la falta de resultados de las negociaciones impulsadas por el Cuarteto. También servirá para estimular a la diáspora palestina y árabe en América Latina a jugar un papel similar al que cumplen las comunidades judías, especialmente, en Estados Unidos.
Al Presidente Fernández, que se esfuerza por elevar el perfil internacional de su gobierno y de República Dominicana como una tierra de mediación y de paz, le resulta conveniente para obtener respaldos a su propuesta en contra de la especulación financiera de los commodities y el petróleo, así como para preparar otra vez la candidatura dominicana al Consejo de Seguridad. Además, redunda en mejores relaciones con el mundo árabe -a pesar de que las "esperadas inversiones" no terminan de llegar- y de paso, agrada a la extensa e influyente comunidad árabe de la República Dominicana.
Pero, sobre todo, es útil para demostrar autonomía en política exterior frente a los Estados Unidos, que fueron muy efectivos en lograr por parte de la diplomacia dominicana el reconocimiento de Kosovo, así como en frustrar el intento de hacer los mismo con Abjasia y Osetia, a pesar de que en ambos casos los intereses nacionales recomendaban no apoyar ni alentar procesos secesionistas.
Sin embargo, ninguno de esos móviles que en principio parecen legítimos, contribuirá a acercar la paz a esa volátil región, y eso lo saben – o lo deberían saber – todos los actores internacionales.
Ben-Gurion y Arafat
Lamentablemente, el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina que proclama el derecho de Israel a existir, no tiene el respaldo necesario de Hamás, que domina la Franja de Gaza y ejerce una influencia creciente en Cisjordania. Hamás tiene como objetivo proclamado destruir a Israel, y por eso ha sido calificada de organización terrorista por parte de Estados Unidos, Europa, Canadá y Australia.
Mientras no se supere esa contradicción interna fundamental en el seno de la autoridad y el pueblo Palestino, no avanzará el proceso de paz. Este aspecto, es particularmente relevante por el efecto de retroalimentación que tiene sobre las posiciones radicales o intransigentes en el Estado de Israel, cuya manifestación más siniestra fue el magnicidio del Premier Yitzhak Rabin.
Si cuando se dispuso la partición de Palestina en dos Estados, Ben-Gurion no hubiera sometido a grupos extremistas como Irgun y Stern, difícilmente Israel hubiera ganado sus guerras de independencia, para consolidarse como estado.
El Rais Arafat, que obtuvo la más elevada legitimidad interna y externa para suscribir un acuerdo que implicaba incluso la partición de Jerusalén, no quiso, no supo o no pudo hacerlo. La unidad y cohesión interior de los estados es la condición indispensable para que su política exterior sea eficaz y creíble.
Entorno Exterior Peligroso
El contexto regional e internacional tampoco ayuda a que Hamas cambie su postura frente a Israel, para que la Autoridad Nacional Palestina pueda tener un mandato fuerte de suscribir un acuerdo de paz duradero.
Con la Hermandad Musulmana avanzando en Egipto, el Líder Supremo Jameni reiterando la posición de Irán sobre la necesidad de barrer a Israel de la región, y Turquía -un estado fuerte y funcional-, procurando emerger como potencia regional en el mundo musulmán, nos acercamos a un escenario de enorme conflictividad para todo el mundo.
Existe también una larga historia de instrumentalización de la justa causa del pueblo Palestino de constituir un estado soberano, por parte de otros estados árabes y no árabes, en función de sus propios intereses. Lo ha hecho Siria en su afán de recuperar las alturas del Golán, y Jordania para alejar la salida estratégica de una Confederación Jordana-Palestina. Pero también los que quieren mantener en la región un elevado gasto militar, o relegadas otras conflictivas relaciones interétnicas o religiosas en la zona.
Después de ocho (8) guerras internacionales, en una zona de choques y entrecruces de civilizaciones milenarias, sería ingenuo pensar que el reconocimiento universal es el instrumento idóneo para establecer un Estado Palestino, sin antes concertar amplios acuerdos de seguridad con Israel, y mucho menos, poniendo en entredicho la autoridad internacional de Estados Unidos, Rusia, Europa y las propias Naciones Unidas.
Quizás este movimiento tenga por resultado crear un fuerte condicionamiento a la acción del Cuarteto, que ya ha reclamado la vuelta a las negociaciones y fijado una nueva y perentoria hoja de ruta. En ese caso, veremos si Abu Mazen tiene la legitimidad necesaria para concretar acuerdos similares o mejores que los negociados por el mismo, bajo la jefatura de Arafat.
La preocupación Palestina sobre la exigüidad del territorio del futuro estado no debería de ser dominante: Proyectado al futuro, el peso de la demografía se hará sentir en el surgimiento de la Confederación Jordano-Palestina.
Política Exterior Dominicana
Siempre he creído que los dominicanos debemos concebir e impulsar una política exterior, sin sesgos ideológicos, fundada en nuestros intereses nacionales, pero firmemente anclada en la realidad geopolítica que nos impone ser una Nación central. Centro del continente, centro del Caribe, que posee fronteras con seis naciones muy diversas: dos potencias mundiales, dos potencias regionales, un estado muy influyente y otro tan emblemático como caótico. Enclavada en una región donde se han dejado sentir con gran intensidad las más diversas y encontradas influencias, desde la Revolución Francesa hasta la Guerra Fría.
No podemos desentendernos de los problemas globales, ni alejarnos demasiado de las corrientes del multilateralismo. Pero tampoco debemos involucrarnos en conflictos extra-continentales, que tienen trasfondos culturales y religiosos complejos y difíciles de captar, desde la perspectiva de esta civilización latinoamericana, que guarda afinidad con la civilización occidental.
También es preciso mantener y ampliar relaciones con aquellos estados como Israel, que pueden contribuir mucho al logro de nuestros objetivos en materia de seguridad y desarrollo.
De todos modos, los dominicanos ya sabemos que nuestro Presidente está dispuesto a asumir protagonismos mayores en la escena internacional. En consecuencia, debemos esperar que asuntos tan transcendentes para la Nación, que demandan una política exterior firme y dinámica -como la delimitación de los espacios marítimos, la seguridad energética, la revisión del DR-CAFTA o un compromiso serio de la comunidad internacional con el destino de Haití, para prevenir indeseables confrontaciones- merecerán en su agenda, las mayores prioridades.