El ex alcalde Rudolph Giuliani, dejó su nombre escrito en la historia municipal de Nueva York, al devolver la confianza a los munícipes de ese Estado, que a finales de los ochenta y principios de los noventa, se sentían atosigados por la falta de seguridad y el auge de la delincuencia. En su libro Liderazgo, este funcionario nos explica que gracias a la aplicación de la Teoría de Las Ventanas Rotas, esbozada por George L. Kelling y Catherine Coles, que consiste en prestarle cuidado a las trasgresiones menores, tales como la mendicidad agresiva, así como pintarrajear en las paredes, pudo reducir la frecuencia de los delitos, inclusive aquellos de mayor categoría. Estas  aseveraciones están respaldadas por las estadísticas ofrecidas en el curso de su gestión, que muestran un descenso sin precedentes de la delincuencia en esa gran urbe.

Y lo más importante es que Guiliani  no tuvo que recurrir a colocar a los infractores de la ley ante un pelotón de fusilamiento como muchos apelan se haga en nuestro país, ni mucho menos al aumento de las penas, sino que se concentró en enfrentar con determinación los factores que alimentan el flagelo de la delincuencia, entre ellos la propia precariedad policial y la falta de incentivo de quienes están llamados a perseguir el delito.

La situación de Nueva York en esa época guarda relativa semejanza con lo que acontece en República Dominicana, donde los niveles delincuenciales han alcanzado ribetes de preocupación, cargando de pesimismo a la ciudadanía, que cada día clama desesperadamente que se reduzcan a su más mínima expresión los robos de vehículos, los tirones de carteras y demás delitos de bagatela, que son los que mayor ansiedad despiertan y no se combaten adecuadamente, por el desdén con que son tratados por las autoridades.

Anteriormente la gran manzana al igual que la Republica Dominicana actual, se encontraba plagada de desadaptados sociales que tomaban forma en diversas ocasiones, en la persona de los denominados "limpia vidrios". Los mismos, por lo regular, luego de la limpieza no requerida del parabrisas delantero de los vehículos, le exigían su remuneración al conductor con distintos grados de amenaza. Si el conductor se negaba, el "limpia vidrios" escupía sobre el vehículo o lo pateaba, lo que quedaba traducido en un atentado a la propiedad. La referida conducta despertaba desasosiego en los conductores residentes y visitantes de Nueva York, quienes a razón de los malos tratos provenientes de los ¨limpia vidrios¨, y demás vándalos, no advertían mejoría en la seguridad pública.   Y es aquí donde el alcalde Guillini concluyó que esas conductas mínimamente reprochables por tratarse de pequeñas infracciones, en la generalidad de los casos se convierten en generadoras de delitos graves, por lo que dispuso que fueran atacadas sin contemplación.

Aunque sabemos que las disponibilidades policiales de nuestro país no son equiparables a las de la policía newyorkina, es indudable que si pusiéramos en práctica el método de Guilini, daríamos un gran salto en la consecución de la seguridad ciudadana, porque uno de nuestros grandes problemas es, precisamente, que le prestamos atención al infractor de bagatela cuando ya se ha convertido en un gigante de la delincuencia.