“Si fuera diez años más joven, qué feliz y qué descamisado el tono de decir cada palabra desatando un temporal y enloqueciendo la etiqueta ocasional” (Silvio Rodríguez).

Con la venia del tribunal que nos juzga cada semana, según las letras que salen de nuestro tintero, hoy nos ha parecido oportuno hacer una pausa en la serie que estamos llevando acabo sobre “Las técnicas pasivas y activas de acondicionamiento de edificios, según Acentos” y ver un poco en retrospectiva y perspectiva este cambio de año.

Hace diez años, era difícil imaginar una distopía como la que hemos vivido desde finales del invierno del 2020; el mundo tal y como lo conocíamos cambió para esas fechas.  Las ridículas mascarillas que llevaban siempre los turistas orientales, cuando visitaban nuestras ciudades en occidente, hoy son nuestras grandes aliadas, aunque insistan en desabrochar nuestras orejas de su lugar de origen.

Hace diez años, también,  nos planteábamos horizontes para una nueva arquitectura muy de la mano de la sostenibilidad y la eficiencia energética. Eran los días en que la discusión sobre el concepto de NZEB (Net Zero Energy Building), se plantaba y planteaba en el seno del Parlamente Europeo y en otras partes del mundo desarrollado, mundo desarrollado responsable,  en gran medida,  de las emisiones de GEI (gases de efecto invernadero). En aquel momento – y ahora – se atribuía a los edificios el 40 % del consumo total de energía en la UE (Unión Europea); aquella UE que contaba al Reino Unido entre sus socios y que hoy solo lo cuenta como “aliado estratégico”. Hoy, diez años después, en los países de la UE se hace una arquitectura muy decidida a reducir la demanda energética y ese consumo dependiente de los combustibles fósiles.

La paranoia de los muy celosos de su salud y el desparpajo de los escépticos y un tanto irresponsables conviven en estos espacios que originalmente no se habían diseñado con las previsiones de lo que vivimos actualmente

En el 2020 nos llegó la pandemia del Covid-19 y nos ha colocado en un lugar que no nos esperábamos (por mucho Bill Gates y advertencias que nos llegaran en algunas páginas con letra pequeña de los diarios genéricos); con ese 2020 que ha finalizado el pasado viernes se cierra un año complicado, pero permanecen abiertas las previsiones de una nueva normalidad…. (¿?)

Esa nueva normalidad, entre otras cosas y sobre la que ya hemos escrito en pleno auge de la pandemia, nos plantea nuevas formas de vida, o lo que sería lo mismo decir para nuestros fines, nuevas formas de vivir la arquitectura. Las distancias de seguridad que , según los especialistas, nos ayudan a preservarnos del contagio, hablan de hasta dos metros de separación en las filas de los supermercados, en las mesas de los restaurantes, en las paradas del metro y hasta en las escaleras mecánicas del Corte Ingles…Nos mandaron a distanciarnos incluso en las fiestas en las que queríamos abrazarnos. Un espacio interior, habitualmente habitable por el ser humano, hoy es un potencial lugar de contagio y en la medida de lo posible se recomienda ventilar y/o reducir aforos al 50% o menos. La paranoia de los muy celosos de su salud y el desparpajo de los escépticos y un tanto irresponsables conviven en estos espacios que originalmente no se habían diseñado con las previsiones de lo que vivimos actualmente.

¿Una nueva arquitectura debe surgir de esta situación, con nuevos códigos y normativas? ; ¿Nuestra nueva normalidad propondrá a la fuerza una nueva forma de proyectar nuestros espacios? ; ¿La sostenibilidad y la eficiencia energética tendrán ahora unos nuevos compañeros (como el distanciamiento social, por ejemplo) en las aspiraciones de esa nueva arquitectura para los tiempos por venir?

Podríamos llenar otro folio, como el del artículo completo, solamente con preguntas reflexivas como esta. El inicio de año invita a esto y también a esperar escenarios mejores…Feliz 2021.