ACLARANDO. Debo empezar esta columna en donde dejé la anterior: hice una mención a la Editora Nacional en la Feria del Libro. En un comentario en Facebook y en la columna de este periódico, la Editora Nacional se defiende, “La Editora Nacional no tiene (ni ha tenido nunca) una caseta en la feria del libro, como usted afirma en este excelente artículo. Sencillamente porque la Editora no es el organismo encargado de comercializar los libros del Ministerio de Cultura, sino la Librería de Cultura, dirigida por Ramón Saba, la cual depende de la Dirección General del Libro y la Lectura (Dgll). Ojalá usted pueda enmendar esa afirmación”. Enmendada está. No quiero entrar en las ambigüedades del asunto porque, a partir de lo anterior, lo que queda es intuir que la responsabilidad de que los libros no estén disponibles recae en una institución del Estado y no en otra. El peso de la aseveración no deja espacio para la discusión.
AUSTER. La escritura de Paul Auster se sostiene en la belleza de lo genuino. Su narrativa se acerca a diferentes tópicos con el asombro y la humildad de quien utiliza el conocimiento para realizar aleaciones entre temas y autores. Mediante un lenguaje llano, precavido en cuanto a los adjetivos, sus historias plantean que la metáfora es ominosa para quien lee, mientras que los personajes transitan por estos espacios resignados a lo precario. Los cuestionamientos que ocupan a este escritor rebasan la ficción y podría decirse también que lo literario, si se toma en cuenta que la obra de Auster abarca el ensayo, prefacios, entrevistas, el relato autobiográfico y comentarios sobre arte.
The Art of Hunger (Penguin. Belles Lettres, 1992) es un muestrario de los múltiples intereses que pueblan su imaginario. El texto que da título a la colección es un ensayo sobre la primera novela de Knut Hamsun, Hunger. Auster compara el personaje principal de esta novela con el Raskolnikov de Dostoevsky y lo describe como “un monstruo de arrogancia intelectual”. Un hombre que sufre por propia elección y sienta las bases de su arte en la carencia. El hambre como elección propia es el conflicto. La negación que supone la escritura (véase la poesía meditativa del Siglo XVII) se transfigura en el ayuno. La dolencia es el paso definitivo hacia la oscuridad y la locura; es la vía única para alcanzar el espacio del no lenguaje-no significado. Este no es el recuento de un artista incomprendido ya que su objetivo tiene poco que ver con una audiencia en particular. Es un acto de interiorización en donde la relación con el exterior se da por default y tiene muy poca injerencia en la acción artística. La escritura es arriesgar el todo por la nada.
En otro ensayo titulado “The Decisive Moment”, Auster destaca la sensatez en el lenguaje poético de Charles Reznikoff. “Penetrar a su espacio poético es adentrarse a la prehistoria de lo material, es exponerse a un mundo en donde el lenguaje no ha sido aún inventado. El mirar antes de la palabra.” Estos apuntes me hicieron recordar el espacio que dedica el puertorriqueño Francisco Matos Paoli a la contemplación. Reznikoff destaca que el objeto contemplado descubre sus riquezas ante el poeta, quien mediante la escritura compone el temario de la inteligencia, la creatividad y la belleza, “Para reconocer un árbol como tal es necesario acordar con la naturaleza, considerarla como un escenario total, desde el instante primario del reino vegetal hasta el elemento individual, o sea, la idea de ese árbol.” Para decodificar esta tesis, Auster propone estudiar a Reznikoff desde una línea progresiva que va desde el simbolismo (el signo primigenio) hacia lo imaginativo (la idea) hasta el objetivismo (el artefacto).
El estudio por el objeto implica la desaparición del ego, esto es, el poeta como ente, y sin embargo, cada cosa contemplada establece un puente entre lo visto y quien lo (des)cubre. Auster concluye admitiendo el interés de Reznikoff por mantenerse invisible, lo compara con Chekhov o el Joyce de los primeros textos. Un poeta de la soledad que recurre a la apertura de la espiritualidad para cerrarse al mundo.
Los temas que interesan a Paul Auster circulan alrededor de la escritura como un acto desesperado pero no súbito. El ejercicio intelectual es la consecuencia irreductible de un pacto secreto que se contrae con un amo desconocido al cual se le obedece con una fe ciega aunque problemática. Todo lo que conforma el universo literario debe ser asediado, el lenguaje, las lecturas, las maneras de escribir. Auster, con admiración e intriga, dedica un breve estudio a la primera publicación de Samuel Beckett en francés, la novela Mercier & Camier. Las energías de esta nota se concentran en el carácter transitivo de esta novela y sus efectos con relación al tiempo y la temporalidad. Los personajes, Mercier y Camier, emprenden un viaje hacia ningún lugar. Es inevitable asociar este tema con la naturaleza propia de la escritura, tanto en Auster como en los escritores reseñados.
Escribir es también exiliarse. Así se acerca el escritor a la obra de Paul Celan, “un judío, nacido en Rumania, que escribió en alemán y vivió en Francia.” Para Auster Celan es el paradigma de dolor literario, un poeta exiliado de su propio lenguaje poético. Y cabe preguntarse, ¿quién más exiliado que Kafka? Además de las referencias constantes, The Art dedica dos secciones a Kafka. En una de ellas se comentan las cartas de este escritor y se destaca su deseada invisibilidad. Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas, utiliza a Kafka como un ejemplo de una literatura “grande y minoritaria”, y es que como Borges, la popularidad de Kafka lo ha convertido en un escritor referencial. Es una obra vasta que da la falsa impresión de ser estudiada constantemente. A esto se refiere Auster cuando comienza el ensayo diciendo, “Poco a poco comenzamos a conocer a Kafka, quizás el más privado e inaccesible de los escritores modernos”.
Este desconocimiento sobre ciertos escritores “conocidos” justifica las entrevistas a Edmond Jabés, famoso en Estados Unidos por The Book of Questions. En uno de los momentos más destacables de este intercambio, Jabés confiesa que su interés por preguntar tiene poco que ver con el nihilismo; inquirir es la certeza de nuestra imperfección, lo que deriva en el llamado a ser más humildes. La palabra que contesta es una forma de cierre, mientras que la pregunta siempre queda abierta y da pie a múltiples reinterpretaciones.
En el apartado de los prefacios, Paul Auster dedica dos escritos a la plástica de David Reed y Jean-Paul Riopelle. Es interesante cómo el estudio de estas pinturas se basa en la corporeidad como lo contrapuesto. En Reed es la mano y en Riopelle el sensorio. Ambos pintores son testigos del acto solitario de ver; el acto de la visión es el reflejo del mundo. La plástica se nutre de esa consciencia de lo otro, que es a su vez la deformación del mundo; el resultado es la obra de arte.
Uno de los textos más conmovedores es el de apertura al libro On the High Wire. Philippe Petit es un artista que se balancea entre torres y edificios mediante un cable. Lo que despierta el interés en Auster es la integridad en el trabajo de Petit; el gesto feroz de la inteligencia. En esta nota el autor relata cómo conoció al artista en París y asistió a un performance callejero gracias a una coincidencia y cómo por otra casualidad dio con el acróbata en Estados Unidos.
En este viaje a “la tierra de las oportunidades”, Petit sorprende por su desapego a las fórmulas de éxito instantáneo que prometen los medios. Pareciera que el artista realiza su trabajo tanto para el arte en sí mismo como para su superación propia. La definición del círculo de soledad, tópico que recuerda siempre a Octavio Paz y al que Auster regresa tanto en sus reflexiones teóricas como en su obra de ficción.
Hacia el final del libro, aparecen una serie de entrevistas concedidas por el propio Auster que confirman la estructura desde la cual puede estudiarse su acercamiento a la literatura y el lenguaje: la dedicación a un arte a la vez despiadado y emocionante; la partícula metafísica del acto de escribir; el poder de la humildad y la coincidencia, variable ésta que ocupa la parte final del libro, titulada “The Red Notebook”, en donde Auster dedica cierta cantidad de páginas a elaborar sobre el poder de las coincidencias.
The Art of Hunger (de)muestra a Paul Auster como un hombre de variadísimas y extrañas pasiones que resumen una brillante trayectoria literaria e invitan a expandir el círculo de soledad representado en el arte de la escritura.