Hace varias semanas un grupo de jóvenes en Santiago quemó la bandera haitiana en acto público como respuesta a una supuesta amenaza de los haitianos en contra de la soberanía de la República Dominicana y al ultraje de nuestra bandera por parte de los mismos. Este acto causó revuelo a la sociedad, y dejó hasta al más valiente pareciendo un cobarde. Días después, la fiscalía de Santiago apresó a varios de esos jóvenes que quemaron la bandera haitiana; cosa que no fue de agrado general, dado a que las autoridades no han procedido a arrestar a los haitianos que han quemado nuestra bandera. Es necesario preguntarse, ¿por qué las autoridades no han tomado acción en contra de los haitianos que humillan nuestros símbolos patrios? Y más aún, ¿cómo en pleno siglo XXI todavía se siguen irrespetando los símbolos patrios de los países por extranjeros?

Quemar la bandera de un país no es tan solo violar los más solemnes valores patrios de esa nación, sino también transmitir el odio hacia ese país. En el siglo en que vivimos, estos actos representan un retroceso hacia los principios del siglo pasado, donde la quema de bandera de la Alemania nazi eran cuestiones tan usuales como el café en la mañana. En lo particular, me atrevería a decir que este patriotismo radical es hasta un uso abusivo del derecho a la libertad de expresión. Como muy bien señala Rosalía Sosa Pérez en la tercera edición de la Constitución comentada, el goce y ejercicio de la libertad de expresión se ve limitado a que esta "no afecte los derechos jurídicamente protegidos por la norma constitucional, la ley y los tratados internacionales", por lo que debemos señalar, además del sinnúmero de tratados internacionales que sancionan las campañas de odio de los cuales la República Dominicana es parte, que tenemos una ley que sanciona el ultraje a nuestros símbolos patrios.

Si bien es cierto que haitianos han incurrido en el irrespeto y barbaridad de quemar la bandera dominicana en múltiples ocasiones, no menos cierto es que estas acciones no deben ser imitadas por los dominicanos. A lo largo de nuestra historia, hemos trabajado en la construcción de una sociedad civilizada, respetuosa y educada, por lo que no debemos de proceder de la misma manera que la sociedad haitiana y degradarnos a humillar, de la forma que ellos lo han hecho, sus símbolos patrios. Ello no quiere decir que debemos de ignorar los 22 años de lucha para independizarnos del país vecino, en donde la sangre y sudor de aquellos hombres y mujeres que lucharon en los campos de batalla quedaron plasmados en la bandera y escudo de nuestro país. Es por esta misma razón que debemos de exigirles a las autoridades competentes que hagan cumplir con las leyes que sancionan estas actuaciones, y no clasificar de “anti haitiano” o “pro haitiano” a aquellos que tomen la justicia en sus manos o que exijan que se le tenga un mínimo respeto a los nacionales haitianos.

Asimismo, no debemos llamar traidores a la patria a aquellos que acuden en defensa de los infelices que huyen de su país en busca de una mejor vida, los cuales generalmente son tratados como animales por contratistas y empresarios abusadores. Ese gesto de nobleza no debe considerarse una traición, debido a que sería inhumano pensar así. Lo que los dominicanos sí debemos de hacer es impedir el ingreso al país de quienes no estén autorizados legalmente para hacerlo, sin importar la nacionalidad que tengan. Debemos de llamar al cumplimiento de nuestra Ley de Migración y devolver a los extranjeros que lleguen ilegalmente al país, siempre respetando el debido proceso y los derechos humanos.

Por ahora, debemos impedir la invasión pacifica de la cual estamos siendo objeto por parte del país vecino y respetar sus símbolos patrias, que al igual de los nuestros, les costaron mucha sangre e incluso fueron un ejemplo mundial al ser el primer país en Latinoamérica en lograr su independencia. Y de ser cierto que existen planes en contra de nuestra soberanía, no quememos sus banderas; pongamos en alto la nuestra y recordémosle que nuestro lema por siempre será: ser libre o morir.