El egoísmo, el nacionalismo y la violencia son el camino equivocado. La pregunta más importante para un mundo mejor es ésta: “¿Cómo podemos servirnos unos a otros?”– El Dalai Lama

En palabras de Juan Pablo II: “patriotismo es el justo amor por el propio país de origen”. El patriotismo es puro amor a la patria. Es – como el amor filial- un sentimiento noble, pues no alberga motivos ulteriores.

El patriotismo inspira sacrificio por la patria, y jamás debe servir de excusa para sacar provecho propio. Viene a la mente la inspiradora máxima de John F. Kennedy, de que no pensemos en lo que podemos extraer de nuestra patria, sino cómo podemos aportar a ella. El fomento del patriotismo en el hogar y en la escuela como parte de la educación ciudadana es sano, pues amar a la patria no perjudica a nadie y fortalece los lazos sociales a lo interno de la comunidad.

El patriotismo puro no debe contaminarse  de intenciones  políticas partidistas ni de apetencias económicas personales. Si se pretende utilizar los sentimientos patrióticos para sacar provecho individual o tribal, se desvirtúa por completo. Cuidado con el que anda con soberbia proclamando a los cuatro vientos que él es más patriota que los demás, y que los que no comparten su punto de vista son traidores. No es patriota “el que alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo”, sino patriotero, según lo define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. El patriotero alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo para sacar provecho personal, no porque ama a la patria.

El sentimiento patriótico no ciega, pues para amar a la patria con fervor no es preciso que ella sea perfecta, sino que nos inspire hacer todo lo posible por perfeccionarla. Basta con reconocer el diamante en bruto a nuestro alcance, para potenciar nuestro amor, y al mismo tiempo el deseo de pulir sus asperezas e imperfecciones. Por ejemplo, cuando la patria está en mala porque un tirano se apropia del poder del estado,  ¿deja el ciudadano de amar a su patria para  pasar a defender al dictador de las críticas y ataques que suscitan las acciones del déspota? El patriota sabe distinguir entre los opositores (que el tirano siempre dice son traidores y enemigos del pueblo) y los que adversan la patria por su vil sumisión al poder despótico, aliándose con los primeros para defender a la patria so pena de ser vilipendiado por los patrioteros.

El patriota recibe y sopesa con humildad las sugerencias y criticas como oportunidades de mejora -no importa de dónde provengan- a sabiendas de que la patria es una obra maestra en permanente construcción por los ciudadanos comprometidos. El patriota no ve traidores y enemigos de la patria hasta en la sopa. Reconoce que ciertamente las amenazas y peligros que debemos superar no siempre son externos, ni es una batalla de “nosotros” contra “ellos”. Cada persona puede y debe amar a su patria, sin ofender ni denigrar al vecino que también tiene derecho a profesar amor a la suya. El patriota siente justo orgullo patriótico; jamás exhibe soberbia nacionalista.

El patriota está siempre atento a los peligros y amenazas que brotan de adentro, pues es más fácil identificar y unirse contra los ataques provenientes del exterior que cuidarse de sus propias debilidades y tropezones. Amar a la patria no significa aceptar o defender lo que sabemos  está mal, sino esforzarse por perfeccionar lo susceptible de mejoría. La injusticia, la corrupción y la discriminación son temibles enemigos que corroen silenciosamente por dentro, socavando las bases mismas de la soberanía del pueblo. Ni qué  decir tiene que el mayor riesgo para la patria es  ese mal endémico y siempre omnipresente que llamamos apatía o abulia de los ciudadanos.

El nacionalismo, en cambio, es una ideología occidental moderna que ha sido un arma de gran utilidad para impulsar y consolidar auténticas revoluciones sociales y guerras de independencia desde el siglo XVIII en todo el globo. Nadie discute su valor histórico en el contexto que surgió y se desarrolló, sobre todo su papel contra el colonialismo. Como arma ideológica en fin, puede utilizarse tanto para el bien  como para el mal. De hecho, ha servido para forjar grandes naciones, así como para desatar inútiles conflictos bélicos de gran sufrimiento humano y destrucción material. Como ideología es muchas veces utilizada para mantener a  grupos minoritarios en el poder hasta en estados que en lo formal son democráticos. Además,  es un arma potente en el arsenal de prácticamente todos los dictadores y regímenes totalitarios. En la  actualidad es una ideología cuestionable y cuestionada, porque su potencial para el mal excede por mucho las oportunidades que hoy existen para hacer el bien. Según George Orwell, el nacionalismo es el peor enemigo de la paz. Juan Pablo II identificó el nacionalismo en sus formas más peligrosas como la antítesis del patriotismo, y muy afín al fundamentalismo religioso, su frecuente aliado. Para el Dalai Lama el nacionalismo  es un camino equivocado, como lo son el egoísmo y la violencia.

Pero sobre todo, el mayor riesgo de fomentar el nacionalismo es que con frecuencia muta en grotescas caricaturas de sí mismo, que han sido bautizadas como “chovinismo” y “jingoísmo”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define jingoísmo  como “patriotería exaltada que propugna la agresión contra otras naciones.” Mientras que la Enciclopedia de la Política de Rodrigo Borja dice que chovinismo

es el nacionalismo extremo y delirante que, en su desmedido afán de afirmar los valores vernáculos, niega todos los que asisten a otros pueblos y naciones.

Es la exacerbación de los sentimientos nacionales. La  palabra  francesa  chauvinisme  —de  la  que  viene  chovinismo  en  castellano— se  deriva  del  nombre  del  soldado  francés  Nicolás Chauvín, aguerrido  combatiente  en  las  guerras  napoleónicas,  de  fanática  fidelidad  al  Emperador,  cuya  conducta  fue  caracterizada  y  divulgada  en  la comedia "La Cocarde tricolore, épisode de la guerre d´Alger" de los hermanos franceses Théodore e Hippolyte Cogniard (1831). El término chauvinisme —en castellano: chovinismo— se difundió por el mundo y sirve para designar un nacionalismo ingenuo, aberrante e irreflexivo, que exalta desmesuradamente lo nacional frente a lo extranjero.

Chovinista es quien profesa el chovinismo o lo practica.

Borja también explica que no solo las naciones desarrolladas y poderosas exhiben la propensión a considerarse el ombligo del universo, pues “hasta los indios amazónicos de Brasil consideran que la única vida digna de ser vivida es la de sus tribus”. Del etnocentrismo natural pasivo, pasando por el nacionalismo agresivo “que predica el desprecio por las otras naciones o culturas”, al chovinismo y jingoísmo cargados de soberbianía, es el pasaje equivocado que dirigentes políticos demagógicos con frecuencia transitan con su pueblo, sin que muchos se den cuenta de que nada tienen que ver estas ideologías con el sentimiento puro de amor a la patria que llamamos patriotismo. Si el patriotismo es amor justo por la  patria, el chovinismo,  el jingoísmo y el patrioterismo se basan en el menosprecio y el odio ciego a los “otros”.

¿Queremos ser patriotas, nacionalistas, chovinistas, o patrioteros?