Resultaría contraproducente reivindicar algún tipo de sentimiento nacional del mismo modo en que los personajes claves de nuestro siglo XIX lo hicieron. Hoy las realidades son otras. Me atrevo a afirmar que nuestro siglo XXI no está para nacionalismos, aunque haya poderosas corrientes nacionalistas en otros países; nuestro país no lo percibe como algo apremiante, como una problemática urgente de la que debemos dar cuenta. Al menos, por lo que veo, el apelo de ese sentimiento al suelo patrio es una manifestación de cierto “orgullo” por compartir la nacionalidad con alguien de éxito, esto último regularmente en el arte o el deporte.

Expresiones como “poner la bandera en alto”, “poner el nombre del país en alto”, sentirse orgulloso de “ser” dominicano o dominicana no son más que eufemismos que revelan el pretendido afecto hacia el pedazo de tierra en donde nos tocó nacer. Ciertamente, la conciencia global amaina ese sentimiento local de “sentirse único”. La interconexión de las culturas, más que la interconexión de los países, nos vuelven cada vez más cosmopolitas o ciudadanos del mundo. Sentirse imbuido en una cultura homogeneizadora, paradójicamente, exacerba la necesidad de diferenciarse de otros pueblos. Por ello percibo que la constante pretensión de realzar “lo nuestro” o “en qué somos los primeros” solo obedece, por un lado, a una carencia profunda de lo que antiguamente se llamó patriotismo y, por el otro, a la constatación no asumida de la propia pequeñez.

Lo que he planteado hasta el momento no es aplicable a cualquier país o pueblo. Por ejemplo, el sentimiento nacional norteamericano no se edifica sobre los mismos valores y creencias que nuestro sentimiento por el suelo patrio. Un caso: me impresiona la noción de “servicio al país” o la conciencia de “servidor público” en la cultura norteamericana.  Es probable que ambas nociones no nos digan mucho o no despierten en nosotros alguna emoción que nos vincule con la colectividad. En nuestro caso tienen mayor resonancia, en esta vinculación afectiva con la colectividad, el beisbol, la bachata o el merengue y, en otro orden, las playas. Son conciencias de lo nacional distintas y estas distinciones tienen sus largas raíces históricas y sus ideologías.

Estas reflexiones me llegan porque parte de la cuarentena y el toque de queda ha sido para leer nuestros creadores de opinión en el siglo XIX. Me ha interesado buscar sus constantes, sus ideas nucleares y sus creencias más fuertes en torno a lo que en ese momento se llamó “el carácter” del ser dominicano. Sin importar el “bando político” (Francisco Gregorio Billini) al que se perteneciese, es notable el apelo constante al amor por la patria, por encima de cualquier otra idea o creencia unificadora de la colectividad.

Este sentimiento público, porque en el fondo de eso se trata, permitía configurar una imagen de sí mismo y de los otros que no siempre fueron halagüeñas; fueron personas radicalmente críticas de nuestros males, de nuestra élite política, de los “vecinos rayanos”, del “águila del norte”; incluso, de nuestro infantilismo en términos del “interés público” o “vida pública”. A pesar, también, de la visión negativa sobre nuestro campesinado, de la invisibilización de la población negra y mulata de la que adolecieron muchos de ellos, es una constante ese sentimiento de apego al suelo patrio. De ahí se explica que, cuando fue necesario porque otros entregaron la nación al mejor postor, siempre hubo quien alzó su pluma y aunó sus manos en defensa de la nación.

Hoy vivimos en un mundo globalizado; la conciencia de lo internacional es más fuerte y el respeto a la autonomía de las naciones, al menos en la formalidad de las relaciones diplomáticas, está garantizado. La soberanía no es amenazada por fuerzas externas o internas. Pero, ¿qué de ese sentimiento de servicio y compromiso con la colectividad por el solo honor de servicio a la patria, al país? ¿Qué de ese aferrarse a unos ideales y principios? ¿Han caducado los valores y los sentimientos en el ciudadano del siglo XXI? ¿Qué vínculos afectivos hacia la colectividad animan al servidor público?

Estas preguntas, aunque con cierto aire decimonónico, tal vez sean elucubraciones de lo que en mi campo llamaban “una mente ociosa” o solo un ejercicio de escritura.