En la atmósfera de la Hispaniola relampaguea y truena la palabra patriota, vocablo que suele utilizarse a conveniencia del portador, de circunstancias, de grupos políticos o de ideologías. Y que, por error o aposta, se utiliza como sinónimo de nacionalista. No lo es.
El lingüista Roberto Guzmán demuestra cada semana la importancia de conocer el significado de las palabras y sus variaciones, imprescindible para entender y expresar nuestro pensamiento. ¿Qué significa “patriota”?.
Patriota es “aquella persona que tiene amor a su patria y procura su bienestar”, enseña el diccionario de la Real Academia. Es quien desarrolla sus actividades o medio de vida con profunda responsabilidad social, sin egoísmo y con solidaridad, afirman importantes sociólogos. Otros sostienen que es aquél dispuesto a dar su vida por el bien común, encrespándose ante el daño ocasionado al territorio o a su gente.
Si miramos con cuidado este baile de monos en el que ha devenido el conflicto haitiano – sancocho de siete carnes al que le dejaron caer un pedazo de jabón de cuaba – serían pocos de los allí presentes a quienes se les pudiera llamar patriotas.
Un número considerable de ellos ven, conviven y participan en el desguace del patrimonio nacional sin decir esta boca es mía. Fomentan el bienestar propio sin importarles daño ni miseria ajena. Puedo asegurar que esa estruendosa fiesta patriotera se quedaría sin quórum luego de una selección cuidadosa de sus participantes. “Te conozco bacalao aunque vengas disfrazao”.
Nacionalista es otra cosa. Está vinculado íntimamente a la soberanía nacional y al derecho del Estado frente a propios y ajenos. No pocas veces el nacionalismo se apoya en sentimientos de superioridad de un conglomerado sobre otro. No es raro ver la patria destruida en aras de una particular y dogmática idea de nación. (Hitler, Stalin, Trujillo, Franco, Fidel, Putin, y Donald Trump, serían algunos ejemplos de nacionalismos desaforados, individualistas, y dogmáticos).
Los nacionalistas se cuentan por montones, son más auténticos. Quieren preservar el derecho del Estado dominicano a decidir sobre sus fronteras, emigrantes, y a preservar la integridad de la nación. No obstante, y a pesar de inocultables prejuicios, buen número de ellos llevan nobles intenciones. Defienden la autonomía de la nación. Sin embargo, este conjunto, y el de los patriotas, acostumbran a dirigir la circulación de haitianos igual que eficientes policías de tráfico: con una mano mandan a parar y con la otra a pasar.
Ejercen una soberanía selectiva: aceptan norteamericanos, alemanes, rusos, franceses, polacos, italianos, colombianos, brasileños y cubanos, dejándolos hacer los que les da la gana, y no se ofenden. Extranjeros que con notoria frecuencia desparraman por nuestra geografía negocios turbios, sobornos a la autoridad, violaciones y abusos a menores, narcotráfico, lavado de dinero, y otras diabluras por el estilo. Esas etnias no destapan volcanes.
Fiel a la definición de los términos nacionalista y patriota, debo concluir que aquí tenemos pocos de los primeros y menos de los segundos. Y, que si en medio de este sin par revolú, se presenta un negocito en la frontera “agárrame la bandera hermano, que ahorita vuelvo”. El patriotismo haitiano es también de hipocresía utilitaria, donde una elite autóctona cobra la rentabilidad de sus catástrofes, y su actual gobierno llora a moco tendido con la mano abierta.