Etimológicamente tanto “pataleta” como “pataleo” se vinculan al verbo “patalear”, en su segunda y tercera acepciones de “dar patadas en el suelo violentamente y con prisa por enfado o pesar” y “manifestar protesta o queja, especialmente cuando es inútil”. Sin embargo, es preciso cuidar cómo utilizamos estos vocablos, sobre todo en tiempos convulsos, pues en realidad tienen significados muy distintos.

Patalear es un recurso legítimo, con protecciones institucionales, que tiene todo ciudadano para protestar o defenderse cuando se siente pateado.  El pataleo lo define el mataburro de la Real Academia Española como “acción de patalear” en su primera acepción, ilustrando su significado con la oración-ejemplo: “Solo nos queda el derecho al pataleo”. No es una malcriadeza y nadie tiene que pedir disculpas por ejercer su sagrado derecho al pataleo.  A pesar de que riman, pataleo y lloriqueo no son sinónimos, pues el primero es una exigencia de respetar derechos y el segundo es un lamento sin fundamento. Todos debemos respetar el derecho al pataleo de los demás, sobre todo de nuestros oponentes, pues en eso consiste la democracia. El lloriqueo de adultos, en cambio, no suscita ni siquiera nuestra compasión.

El pataleo es entonces un “derecho” reconocido por esa alta autoridad de nuestra lengua, mientras que ella nos recuerda que pataleta designa a una rabieta convulsiva que con frecuencia se cree fingida, malcriadez que además suele ser inútil.

La pataleta es una reacción violenta e irracional ante una frustración momentánea: berrinche y rabieta son dos buenos sinónimos, y cantaleta es además una excelente rima. La pataleta es característica de muchos niños, entre los 2 y 4 años, cuando se disgustan o quieren atención inmediata, pero debe superarse con la socialización y la madurez, pues hacer pataletas desluce a los adultos y obra en contra de sus objetivos. La pataleta no sirve de mucho, excepto para atraer la atención negativamente. Verse haciendo una pataleta en un video a sangre fría es altamente embarazoso a pocos segundos de la ocurrencia, al menos para los sujetos con capacidad para sentir vergüenza. La pataleta es una verdadera metida de pata, pero los niños nunca se disculpan por sus rabietas, y ni siquiera todos los adultos piden perdón por sus pataletas.

Desafortunadamente una sola pataleta en momento inoportuno hace difícil posteriormente hacer uso efectivo del derecho al pataleo, pues desprestigia al sujeto de la rabieta y le resta el respeto de sus pares, sobre todo cuando es repetitiva. Para triunfar en nuestro quehacer, hagamos siempre pleno uso del derecho al pataleo, evitando a toda costa retroceder al comportamiento infantil de la pataleta que nos hace quedar de ridículo ante los demás adultos.

La pataleta repetida del adulto es una malacrianza que en lo adelante proponemos denominar “pataleteo”, para así distinguirlo de la pataleta de malcriadeza infantil al igual que del pataleo maduro, fundamental derecho de todo ciudadano a defender sus intereses. La lección es fácil de recordar por la frase mnemónica: “pataleteo mata pataleo.”