Vivimos en un curioso país que, como tantos otros de América Latina, el candidato ganador de cualquier tipo de elección si es por un par de votos de más que su rival, lo celebra como una triunfo arrollador. Y si pierde con un 98% del escrutinio en contra, lo denuncia como un fraude colosal. O sea, somos unos excelentes ganadores y unos pésimos perdedores en política según los resultados nos vayan a favor o en contra. Cosas del subdesarrollo institucional y personal que bien entrados en el Siglo XXI aún arrastra de manera penosa nuestra sociedad.

Y eso viene de lejos porque las mil y una ¨truchimanerías¨ utilizadas en asuntos electorales a través de nuestra convulsa historia, han sido con harta frecuencia la moneda de cambio más utilizada en tan importantes torneos que, en teoría, deberían ser limpios y democráticos, pero en la realidad muchos de ellos han acabado de manera muy turbia y cuestionable.

Ahora, Leonel Fernández, que para su sorpresa pues se creía ¨ganao¨ a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, ha perdido por un escaso puñado de votos y, como era de esperar, comienza su correspondiente pataleo reivindicativo alegando el tan manido y socorrido fraude, y para ello está removiendo cielo y tierra a fin de que se lleve a cabo un recuento y no conforme con ello, también exige que se investiguen las tripas de  la tecnología empleada para que se detecten las posibles y alegadas irregularidades durante el proceso.

Y si para lograrlo tiene que recurrir a la famosa legión extranjera francesa, a los entrenados marines gringos o los valientes gurkas del Nepal, lo hará sin la menor duda. Los líderes que han saboreado durante años las mieles de la gloria suelen ser muy malos perdedores.

Y tiene todo el derecho de revisión que le otorga la ley, aunque con muy escasas posibilidades de éxito porque las Juntas Electorales de la mayoría de los países, y aunque la nuestra por una vez en la vida parece que va a ser la excepción, suelen ser bastante reacias a las revisiones, pues suponen un gran trabajo extra y un cuestionamiento a la eficacia y credibilidad de sus procedimientos, y por en ende se ponen en duda su necesaria ética como organismos estatales. Y además tienen las tremendas presiones de los ganadores.

¿Se imaginan que pasaría si se encontrasen fallos o manipulaciones en los votos computarizados de ahora? El escándalo sería mayúsculo y habría que sumarlo al de las pasadas elecciones con aquellas máquinas ¨chufaly¨ que hubieron de arrumbarse por ineficaces, con la pérdida de miles de millones de pesos de los contribuyentes. La Junta tendría que cerrar el ventorrillo e irse, como la canción aquella, a galeras a remar.

En este caso de las Primarias Abiertas nos preguntamos también qué hubiera sucedido si el mencionado puñado de votos de diferencia los hubiera sacado a su favor Leonel Fernández. Entonces todo estaría bien, no habría protesta alguna por su parte, el sistema de voto electrónico habría funcionado a la perfección ¡qué maravillosa es la cosa virtual! y ya no haría falta para nada el recuento del 20% establecido ni ningún otro cotejo.

Pero quien casi con toda seguridad el que estaría pataleando y denunciando trampas y tejemanejes de toda índole al por mayor y al detalle sería el hoy feliz y pletórico Gonzalo Castillo, quien se ve mucho más cerca de la tan codiciada silla presidencial, pues ese sería su turno protestativo de derrotado.

Ya hemos dicho que somos buenos o malos aceptando resultados dependiendo del lado que se incline la balanza. Está en nuestro ADN de ganadores o perdedores.