El afán de poder es la más violenta pasión humana, escribió Bertrand Russell (filosofo inglés, 1927). Generalmente, se cree que el amor erótico es donde prevalece más ardiente pasión; pero no, pues, este amor erótico surge en un momento determinado, puede crecer, pero reiteradamente se enfría, se apaga y muere. No sucede así con el apasionado por el poder; éste será así hasta la muerte.
El amor erótico (del hombre y la mujer en relación íntima) puede ser estimulante fraternalmente, excitante sexualmente, de convivencia satisfactoria y duradera. Mas, sin embargo, el afán de la pasión por el poder está en la psiquis del individuo, y permea de manera continua durante toda su vida, y se manifiesta de formas variadas dadas las circunstancias en tiempo y espacio.
Hay la curiosidad que la pasión por el poder tiene aspectos que llaman la atención y la admiración de gentes y al mismo tiempo el temor al poder del individuo.
Esta puede ser una forma fascinante que atrae a algunos, pero rechazada por otros; puede ser una persona carismática, y al mismo tiempo odiado y objetado.
La pasión por el poder en un individuo puede incidir en la emoción, varia la forma de actuar, y puede tener alzas y bajas de acciones en decisiones de responsabilidades.
Quien está apasionado con el poder puede tener algunas características notables o simuladas, entre éstas ser ciego en algunos casos, voluntad impulsiva, egoísmo a ultranza, y toma de decisiones de responsabilidades que pueden tener incidencias positivas o negativas.
El apasionado con el poder aparece en todos los ambientes en la sociedad, en el seno de familias, grupos, comunidades y pueblos. Esta persona puede ser un devoto religioso que busca escalar posiciones y funciones eclesiales; puede ser un ambicioso político con voluntad, capacidad, carisma, para escalar peldaños en un partido o grupo, a fin de imponer su criterio y poder.
El individuo con pasión de poder puede dar señales de ser agente práctico y decidido para administrar y dirigir organizaciones o corporaciones. Su modus operandi puede ser artificioso, adoptando hábitos para escalar socialmente (arribista) u ocupar peldaños administrativos o gerenciales; más lo que piensa y hace es para llegar al tope de su anhelo por el poder.
En la antigüedad, y aun hoy, algunos expertos, y personas sensibles de afinada intuición, expresan que el individuo ambicioso con inusitado afán de poder podría ser egoísta o carente de ética moral; en fin, puede asumir una apariencia ficticia e irreal.
Aquel de venas de pasión de poder, generalmente lleva secretos ocultos, aparente solidaridad, y puede mostrar estrategias que son prácticas e importantes en algunos casos, pero al mismo tiempo puede planificar una estructura sin fundamento sólido, y carente de principios de valores positivos.
Hace mal aquel que se afana de forma continua por estar en el poder, haciéndolo aun en casos inoportunos, ilegales, contradictorios, intrigantes, y de manera solapada trata de impregnar su afán de manera consciente o inconsciente; este proceder es lamentable; y más si hace esto hasta la última etapa de su capacidad mental, física y emocional, o hasta el momento que la situación imperante en el medio le permita funcionar.
Es de notar que la función de empoderamiento no debe ser para fines egoístas, sino para acompañar, apoyar, auxiliar consolidar y beneficiar a otros; debe hacerse para bien de todos, y no para beneficio personal o grupal.
Es necesario tener en cuenta los principios fundamentales de la ética moral, la conducta irreprochable, y el propósito para el bien común.
Vivimos en sociedades del Mundo Occidental donde prevalece la religión cristiana con sus atributos, conciencia moral, y virtudes que deben ser ostentadas y servir de ejemplo. Por tanto, las Santas Escrituras dan pautas para aquel que se afana de manera persistente de imponer su poder para dominar y aupar de modo egoísta. Es de lugar conocer, ponderar, e implementar las siguientes citas bíblicas de Jesús: “Ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir”. (Marcos 10:45). Esta modalidad es reforzada por el Apóstol Pablo cuando escribió: “Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los demás”. (Filipenses 2:4). Esto hay que tomarlo en cuenta y no ser persona con afán de poder de manera ilimitada y no propia de sentimientos puros.