En los tiempos de mi infancia los compañeros de escuela cada mañana nos parábamos a orilla de la carretera para observar lo que ya se había hecho una costumbre: la madre de un vecino que forzaba su hijo asistir a la escuela a base de correazos.

La escena se repetía día tras día, el niño llorando delante y la madre detrás con la correa y el desayuno. Lo que nos gustaba de esta escena no era  el llanto del niño, ni las palabrotas que la madre pronunciaba mientras seguía sus pasos con firmeza para asegurar que no faltase a la escuela.

Lo que nos hacía detenernos era la justificación del niño para no asistir a clases “Mire mamá, yo no voy pa’la escuela porque pa’ser bruto no hay que estudiar”. Nos desternillábamos de la risa al escuchar semejante frase y sin dudas que era nuestro mejor espectáculo todas las mañanas.

Recreando la escena desde mi adultez he concluido que, aquello que nos causaba risa, hoy me ha hecho conceder la razón a aquel niño. Es cierto, para ser bruto no hay que estudiar. La brutalidad se ha asociado a la falta de conocimientos o de estudios que pueda  afectar a una persona. Sin embargo, la realidad nos ha enseñado que no es así, la condición de brutalidad se adquiere.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua nos ofrece una  definición de la palabra brutalidad: “calidad de bruto, falta de razón, desequilibrio pasional, acción violenta y cruel”.

Creo entonces que la brutalidad se aleja de la educación y se acerca a la expresión que popularizara Catán Totumita, un borrachón de mi pueblo que, al verse bajo los efectos del alcohol, repetía innumerables veces “ei bruto e criminai.”

Son hechos brutales los atracos, la corrupción, el comercio sin moral y la política sin principios. La brutalidad llega a su punto álgido cuando un hombre decide truncar la vida de una mujer porque le da la gana, y mire usted que vamos por 98 y contando.

Quien decide ser bruto, no importan los altos grados académicos que haya tenido, no valen las grandes universidades que haya visitado, no sirven los grandes honores y reconocimientos sociales que se hayan recibido. Para ser bruto sólo hay que decidir serlo y punto.

Hoy concedo la razón a aquel niño: “pa’ser bruto no hay que estudiar”; y refuerzo su expresión con las sabias palabras de Catán Totumita: “Ei bruto e criminai”.