¿Por qué tanta gente manifiesta un escepticismo casi automático, cuando no un descreimiento total, en torno a la viabilidad en el país de un proyecto político alternativo? La respuesta no es difícil: por un lado, demasiados intentos fallidos en un pasado no muy lejano; por el otro, ¿quiénes son, con qué cuentan, qué disposición manifiestan, qué peso tienen, etc. los grupos y sectores que auspiciarían semejante proyecto?

Sobran razones para dudar. Lo cual nada tiene de extraño. ¿Qué gran proyecto humano no está signado por la duda? La cuestión no es si es posible o no el fracaso sino si estamos dispuestos a hacer lo que tiene que hacerse para acometer la tarea con éxito.

Esta disposición debe esperarse ante todo de los grupos y personas contestatarios (políticos, de presión, etc.) realmente existentes y activos en el escenario dominicano actual. Por definición, los inactivos e inactivas –por buenos que sean y por mucho que les disguste el estado actual del país —servirán en la medida en que se activen. La posibilidad real de vertebrar una alternativa capaz de hacerse del poder supone contar ya con una plataforma desde la cual quepa pensar en su auspicio. Agrio tal vez, pero tenemos nuestro vino: desde reductos de una vieja izquierda que ciertamente carga en sus espaldas con mil errores –junto a cualquier cantidad de sacrificios–, pasando por interesantes esfuerzos como Alianza País (62 mil votos son muy buena señal) y el Frente Amplio, hasta una gama amplia y alentadora de espacios y personas independientes que sin duda suman la mayor población impugnadora del actual modelo político-social.

Tan insensato como no reconocer estas realidades sería pretender desconocer sus serias limitaciones. La más visible es cuantitativa: no constituimos una suma de personas precisamente aplastante, en ningún terreno; digamos que somos absoluta y relativamente pocos (de esto hablan las elecciones y las protestas públicas). Partiendo de este hecho patente, sería poco menos que ridículo hacer de la constitución de una fuerza alternativa con posibilidades de éxito (que en nuestro caso tiene que ver con medición electoral) algo equivalente a la constitución de un frente o una coalición de grupos. Salta a la vista lo escandalosamente insuficiente de una pretendida suma de esta especie. Unir grupos no está mal, y hasta puede formar parte del proceso global hacia un instrumento mayor. El pecado consistiría en hacer de ello la clave precisamente de ese proceso.

Para los grupos establecidos y activistas en particular la tarea decisiva consiste en encontrarnos con la gran población más que encontrarnos entre nosotros mismos. Esto no excluye sino que supone precisamente la acción y el desarrollo de cada espacio. Lo que da peso y valor a cada espacio existente es su capacidad para enrolar más y más sectores poblacionales en una corriente política que pretende abrirse paso hacia el establecimiento de un poder alternativo. Ninguna hegemonía preestablecida deberá tener cabida. Los que estamos somos importantes como base para ir tras millones de personas que tal vez ni sospechan aún que a ellas nos acercaremos para tratar de interesarles en formar parte de lo nuevo que surge. Tal es la prueba de fuego del verdadero espíritu unitario.

Trascender lo que hay conllevará una variedad de pasos imposibles de enumerar y hasta de prever en su totalidad. Importan, sí, criterios centrales que pauten un quehacer lleno inevitablemente de dificultades. De algunos de estos criterios –o de los que uno supone criterios centrales—  me atreveré a opinar en próximas entregas.