Para la doctrina, los partidos políticos se definen como entidades de interés público que buscan garantizar la participación de los ciudadanos al ejercicio del activismo democrático, contribuyen al fortalecimiento del sistema de representación nacional y comparten entre sus miembros intereses, visiones, ideas y perspectivas comunes que irán a implementar una vez alcancen la administración del Estado. De la anterior definición se deduce que los partidos políticos, como organizaciones sociales, conservan dos objetivos fundamentales: garantizar la participación de los ciudadanos en la actividad política y concretar sus ideas desde la administración pública.

En la Republica Dominicana no existieron partidos políticos sino hasta llegado el año de 1865; año en que triunfa la Restauración nacional. El conocimiento que se tiene sobre la existencia de partidos políticos en aquella época no se debe al registro de documentos o evidencias históricas de “organizaciones partidarias” propiamente dichas, sino de textos que evidencian la existencia de instituciones a la que algunos llaman protopartidos. El Partido Azul o el Partido Rojo, como ejemplos plausibles de lo anteriormente señalado, no hicieron actividad partidista en el sentido en que la doctrina moderna determina, sino que eran señalados como Azules o Rojos a los distintos seguidores de unos u otros caudillos que fungían como líderes de aquellas insipientes instituciones.

Si bien es cierto que desde entonces hasta nuestros días los partidos políticos han evolucionado en ciertos aspectos de importancia, e inclusive los matices de carácter organizacional han variado significativamente; quedan todavía elementos arcaicos que rigen la contemporaneidad política de nuestro país.

En la actualidad, así como ocurría en el siglo pasado, los directivos de cada partido se aferran desesperadamente al despropósito de alcanzar el poder para mantener con ello una esfera de privilegios que solo algunos podrán disfrutar, siendo así que toda actividad política y social en la que se enfrasquen no sean más que manifestaciones proselitistas sin fundamento crítico y sin sentido ideológico.

En principio, los partidos conservan el deber de mantener el equilibrio político dentro de una sociedad democratizada; pero acontece que dichas instituciones son menos democráticas que una organización militar, careciendo además de una ley que las norme. En la actualidad, es común ver como a lo interno de un partido político se irrespete, o simplemente se omita, el mecanismo de elección interna que figura en sus estatutos orgánicos. En base a acuerdos inconsultos y a encuestas desconocidas se eligen o perpetúan los miembros de los organismos directivos, mientras que las bases a penas se enteran de dichas decisiones.

La falta de transparencia es otra de las características de los llamados partidos políticos en nuestro país. Mientras el Estado subvenciona las organizaciones partidarias aportándole millones de pesos mensuales para su movilidad y permanencia política, los presidentes o secretarios generales de dichas organizaciones no rinden cuentas a sus bases u organismos directivos sobre la manera en que ese dinero es invertido, pasando el gasto económico a ser un asunto secreto y desconocido para la mayoría de los partidarios.

Para Tessin, en un ensayo publicado por la Fundación Adenauer Stiftung, los partidos políticos deben encargarse, o al menos aportar a la llamada educación política de la ciudadanía. Lamentablemente, en nuestra sociedad los partidos tampoco cumplen con ese rol; pues no se conoce de una organización partidista cuya escuela de formación esté en funcionamiento para la generalidad de la ciudadanía, ni mucho menos de un partido político que invierta una parte de los recursos millonarios que recibe en formar a sus militantes.

Se considera, además, la deplorable situación en la que se encuentra la institucionalidad interna de nuestras organizaciones partidarias. Se desconoce por completo el camino que un militante o miembro de un partido político debe recorrer para crecer a lo interno de su organización política, y en el peor de los casos, no se sabe quien es miembro por derecho. A los líderes partidistas parece no interesarle en lo más mínimo estas cosas, sino que se conforman con que cada período electoral se llenen los salones con personas que dicen ser miembros de la organización convocante, y así demostrar una falsa fortaleza institucional.

Ante todo lo dicho debemos preguntarnos: ¿Vale la pena participar o formar parte de una organización política y con ello ser partícipe de sus actividades? Honestamente, el ciudadano decente y trabajador, que aspira a algo mejor, duda sobre esta cuestión. No vale la pena formar parte de algo que parece no tener forma, y cuyos objetivos carecen de sentido.

La sociedad dominicana está despertando y cada día que pasa asiste con decepción a la traición de la confianza depositada en los partidos políticos tradicionales, lo que debe llamar a una profunda reflexión a los diversos dirigentes políticos que aun presiden nuestras organizaciones partidarias; pues de mantenerse el actual estado de cosas el colapso del sistema de partidos será una realidad, y en la tragedia, venida más temprano que tarde, desaparecerán por igual aquellos dirigentes partidarios.