Si afirmo que el sol no saldrá mañana y alguien recurre a cargantes argumentos para demostrar lo equivocado de mi afirmación,  parecerá tener la duda de que es posible que el astro rey no aparezca por el este como todos los días.

Hace unos días, tanto en la tele como en el internet, me encontré con un duelo de “think tanks” –uno más “tank” que el otro-  acerca del  “partido único”. Una de las cosas que la ciencia política no debe promover es “aportar soluciones” sobre problemas que no son tales, aunque cuente con abundantes datos y referencias bibliográficas.  Aparte de los cientistas políticos, también son cómplices de ese tipo de desliz aquellos que generan una respuesta aún ante la evidencia de que la formulación hipotética no se corresponde con la realidad.

El punto más bajo de la discusión radica en el hecho de equivocar el blanco. A uno de los polemistas pareciera que le preocupa la democracia, al otro demostrar que la hipótesis del “partido único” es falsa.

Creo, y lo he escrito antes, que la gran deuda de la ciencia política dominicana es la democracia.  Esa ausencia es la que nos condena a estos intentos que a veces, más que una reflexión científica, parecen el esfuerzo de un náufrago para aferrarse al madero salvador.

Convengamos con Weber en que el objeto de la ciencia política es el estudio de “los intereses existentes sobre la distribución, la conservación o la transferencia del poder”. Agreguemos que los tres verbos (distribuir, conservar y transferir) deben conjugarse en el marco de conductas e instituciones democráticas. Incluso es requisito para hablar de democracia que quienes son mayoría tengan una mayor representación, más poder y, por supuesto, conductas democráticas.  Si eso no ocurre, discutir acerca de si saldrá el sol mañana es otro atentado a la democracia, pues nos aleja de lo central, invisibilizándolo.

Sin que se comprenda lo que ocurre, la posibilidad de mejor democracia resulta inexistente y el cambio no es posible. Sobra decir que a quienes no quieren el cambio, les resulta muy conveniente que sigamos entretenidos en lo accesorio.

Como estudiante de maestría en ciencia política hace un tiempo debí estudiar a Katz y Mair y desde esa lectura me atrevo a formular la hipótesis de que el peligro no viene del “partido único” sino de la “cartelización” del principal partido.  El peligro no se debe a su tamaño electoral, sino a la relación que ha construido con el Estado.  Mientras tanto, intelectuales, opositores políticos y gente de buena voluntad estaban y están “asando batatas”.

Tradicionalmente se han estudiado los partidos a partir de su relación con la sociedad (de masas, de cuadros, etc.) y la conclusión habitual es que están en “crisis”  (lo que colma de alegría a todos, especialmente a la gente de buena voluntad), y puede que eso sea cierto, pero es insuficiente.  Es relativamente fácil llegar a esa conclusión, pero aproximarse a la explicación que facilite la acción política es un poco más complicado.

Entender y contextualizar la cartelización es definitivamente un imperativo. Los partidos políticos de la llamada sociedad ‘post industrial’ ya no son representantes de grupos o sectores sociales muy bien definidos y con intereses claramente diferenciables, han ido cambiando, junto con la relación que construyen con el Estado, y no estoy haciendo juicios de valor. El aporte público de recursos a los partidos, por ejemplo, es un indicador del cambio. Ya es historia aquello de financiar la política con los aportes de los militantes, ahora es el Estado el que los mantiene. Y no existe una sola modalidad:  los partidos alemanes, por ejemplo, disponen de sus “think tank” financiados con aportes públicos.

Creo que la reflexión acerca de todo esto, nos lleva a la evidencia de que la cartelización es distinta, y de que a lo mejor tengan algo de razón quienes hablan de ‘corporación’, por el contexto institucional en que el fenómeno se presenta. Sin embargo, hay que destacar que en un sistema político como el alemán, altamente institucionalizado, no puede verse como una amenaza a la democracia el aporte estatal a los partidos y,  como hemos visto en estos días,  las alianzas recientes entre el CDU y la SPD demuestran que en ese país el fenómeno comentado no genera ‘comesolismo’ sino que hace posible los gobiernos de coalición.

En cambio, en sistemas políticos con graves indicios de falta de institucionalidad, de irrespeto a las leyes, de desconocimiento de las normas constitucionales, de impunidad por el control político de la justicia y de una casi nula separación e independencia de los poderes, el peligro es evidente.

La cartelización en este contexto no conduce a gobiernos de mayorías democráticas logradas mediante acuerdos políticos sino a “repartir” algo para mantener el favor de los aliados y algo para tranquilizar a los opositores. Circunvalaciones, asesorías y consultorías son parte de cómo el Estado financia la actividad política de los que están y no están en el gobierno, aumentando con ello el déficit de democracia y asegurando así la gobernabilidad que no son capaces de lograr con buenas políticas.

Otra anomalía se da frente a la relación entre los grupos de interés y el Estado, que no es muy distinta de la forma en que se genera el prorrateo con los partidos que no están en el gobierno.  El indicador por excelencia para demostrar esta proposición es el alto “Gasto Tributario” y otras formas de favorecer a los grupos de presión en instancias extra institucionales (comisiones, por ejemplo) que dan lugar al llamado “neo corporativismo” y que son una evidencia más de cómo Estado y partido resuelven alejados de las prácticas institucionales debilitando el sistema democrático.

Nos queda entonces intentar una descripción del “partido cartel” que ayude a aproximarnos al tema de por qué ese tipo de partido “no puede” perder elecciones. Pero esa será tarea para el próximo artículo.