La danza (usando, claro, la acepción más común entre nuestros hablantes) ha sido un hecho sacro y por tanto sumamente lejano a ciertas clases sociales.
En estos tiempos en que podemos hablar de globalizar el hedonismo y prostituimos placeres que fueron de elite en algún momento, en estos tiempos y al menos en culturas como la nuestra la danza sigue pareciendo como un goce demasiado caro y aristócrata como para llegar a conocerlo.
Hablaré como un lego que soy (también como esos pequeños bloques daneses ensamblables).
¿Qué es la danza?, me pregunto, y leo respuestas como: “La danza es la transformación de funciones normales y expresiones comunes en movimientos fuera de lo habitual para propósitos extraordinarios”. Y recuerdo cuando intentaron definir la literatura como “un uso especial del lenguaje”.
En ese tiempo todavía había muchos que creíamos que en el Teatro Nacional podíamos encontrar algo cercano al arte. Y es que uno, cuando es lego es, por definición, iluso
En ambos caso es totalmente risible. O sea, sería lógico pensar, partiendo desde este punto que una kata es danza y que “apologética historia de las indias” es literatura, o mejor que los ademanes de un cobrador de guagua son propios de la danza y que las libretas de banco son creaciones literarias.
Otra definición por este estilo es:
“Es el desarrollo artístico y técnico de una facultad instintiva del hombre, que le hace reaccionar con movimientos corporales ante las expresiones musicales”. También asemeja mucho a la definición subnormal de literatura de los formalistas rusos.
Estas torpes definiciones parecen decirnos “uté no sabe deso, así que no se meta”.
Sin embargo, y pese a la brecha que nos aleja, cuando estamos en presencia de alguna forma de danza lo sabemos y puede que hasta la disfrutamos. Lo que quiere decir que aun nosotros, los de esta clase (e inferiores) y de este país, estamos condicionados para poder disfrutar de este tipo de lenguaje.
Entonces el problema parece ser el precio (como es habitual). Recuerdo que una vez, hace algunos años, hasta pregunté por una boleta y la suma fue tan coqueta que hasta la fecha no he vuelto a preguntar.
Eso reafirmó mi creencia (que es la creencia general) “eto no e pa pobre ni pa gente honrá”. Pero en ese tiempo todavía había muchos que creíamos que en el Teatro Nacional podíamos encontrar algo cercano al arte. Y es que uno, cuando es lego es, por definición, iluso.
La verdad es que existen y subsisten las artes más allá del snobismo, hay hasta festivales de danza (la payola es divertida) con ejecutantes que satisfacen nuestra xenofilia a bajo precio. Sólo hay que saber buscar. De hecho, a partir del 20 de este mes sería un buen momento para buscar.