Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño
Vallejo
Consternados y rabiosos, así definió Benedetti su profundo malestar por la muerte del Che Guevara. Ignoro si yo sentí lo mismo cuando me enteré de los atentados de París, pero estos versos se me agolparon mientras trataba de salir de la confusión -aún no lo logro, pese al tiempo transcurrido. –
Consternado no sólo por las muchas muertes absurdas, no sólo por el sufrimiento gratuito. Tampoco porque haya sucedido en esa ciudad que considero casi mía. No viene al caso, pero viví siete años en París, allí nació mi hija; allí, gracias a velib retomé el gusto por la bicicleta; allí redescubrí el valor de caminar sin otro rumbo que el de disfrutar del paisaje (flaner, dicen en francés). Podría extenderme ad infinitum pero, para qué aburrirnos.
También porque la masacre ocurrió un viernes por la noche, que era cuando me escapaba de la linda rutina para dizque participar en un taller literario. Me lo recomendó una profesora mexicanista de la Sorbonne. Así que un viernes no tan lejano, con mi timidez a cuestas, me presenté en el Instituto Cervantes, a un costado del Arco del Triunfo.
En ese taller participaban verdaderos escritores (cualquier cosa que esto signifique) unos estaban estudiando, otros trabajaban y a aquellos otros que andaban de paso, Iván los convencía (el head-coach) para que asistieran y nos aconsejaran cómo fraguar historias.
Dos horas después, las sesiones se trasladaban al fervor de las tabernas. Nuestra favorita era Le Sully, un bar rustico, de apariencia lastimera y cuya única virtud era el precio de la cerveza -ideal para nuestro bolsillo- aunque su ingesta fuera amargamente peligrosa…al día siguiente.
Gracias a las charlas “postaller” hice un par de amigos, incluso conocí alguna que otra “rock star” de las letras latinoamericanas, como la vez que me senté junto a Villoro en un restaurante curdo. Cuando al fin los otros talleristas lo dejaron hablar, se refirió al horror que Monterroso le tenía al Circuito Interior, una avenida del Distrito Federal que en sus inicios era “vía rápida” y que el maestro guatemalteco nunca utilizó. En otra ocasión Fadanelli, entre tarro y tarro, nos habló de Bukowski y su vida de burócrata postal la cual, era celosamente vigilada por la policía.
Al Sully solíamos llegar en metro; estaba a un costado del Arco de Ludovico (íbamos de un Arco a otro, aunque los barrios no podían ser más distintos, elegante el primero, popular el segundo). Fue esa línea, la nueve -de color verde claro- la que quedó cerrada después de los atentados, pues tres paradas más adelante uno llega la estación Voltaire y la sala de conciertos Bataclan. ¿Cómo imaginar al tipo que, entusiasmado, va a escuchar música y termina en la morgue; eso, ¿nos pondría rabiosos, consternados?
¿Sirve de algo ponerse rabioso?, ¿quién no se llenó de rabia ante tan inusitada matanza? Yo padezco otra rabia más antigua por lo que está sucediendo en México: secuestros, desaparecidos, asesinatos… Alguien cuenta un hecho tristemente repetido: En la población X hay un festejo nupcial. De pronto, un comando armado irrumpe y se lleva a uno de los invitados (sin retorno, sin rastro ulterior). Pese a todo (suplicas, lamentos, gritos, acallados por el insulto de las armas) la fiesta continúa como si nada… México ha sufrido muchos Bataclanes y cosas aún peores o cómo se explica lo sucedido a los 43 estudiantes de Ayotzinapa; tragedia que vuelve inexorable y monstruosa ahora en Veracruz, donde cinco chicos son detenidos en un retén policiaco…Hoy no sabemos dónde están.
¿El papel de Hollande merece nuestra consternación? Un discurso beligerante (muchos lo compararon con el de Bush cuando el 9/11) seguido de la orden de bombardear a los terroristas del Isis: Qué cada bombazo engulle miles euros (programas sociales abortados); qué las bombas se acaban recién iniciada la ofensiva y Francia tiene que pedir más material bélico al US Army; qué la prensa se burla de lo acontecido (lo leí en Le Parisien). Todo da igual, la popularidad del Chef d’Etat ha subido tanto como la polvareda levantada por los aviones caza.
Nada me gustaría tanto como cambiar el “consternado y rabioso” por reflexiones sin demagogia. Sonará hueco e iluso pero, ¿necesitamos confirmar otra vez que la violencia no podrá ser la única vía? Escritores, filósofos, inventores, cocineros y hasta futbolistas franceses (la mención sería interminable) han hecho de este planeta un lugar menos triste, más próspero. El legado republicano que inició un catorce de julio derribando una ominosa fortaleza no puede, no debe, dejarse avasallar por ningún fanatismo, ni de oriente ni de occidente…