A pesar  del tumultuoso debate en ambas cámaras, la ley que establece el preaviso obligatorio de 5 días para las huelgas en los servicios públicos, fue aprobada. Hubo manifestaciones sindicales de protesta en forma de paros de una, dos y hasta 24 horas el 17 de Julio, pero el punto de vista  gubernamental (contra las “huelgas-guerrillas”) prevaleció. La ley no constituye  una reglamentación del derecho de huelga, sino que prevé las relaciones entre la organización que la ordena y la autoridad responsable de los servicios públicos.

En su conferencia de prensa del día 29, explicó el General de Gaulle que Francia avanza por el camino de la prosperidad y se está afirmando como potencia, lo que provoca inevitablemente algunos “remolinos” que los opositores y agitadores tratan de explotar, pero que la cooperación de los interesados entre sí y con los Poderes Públicos apaciguará las más de las veces sin daño ni menoscabo.

Debemos –dijo- erigir la cooperación en principio fundamental de nuestra actividad económica y social. Y apoyando esta declaración, Michel Eyraud escribe en “La Nation”: “Las relaciones entre responsables conscientes, cada uno en su especialidad, de la importancia de su misión, ya no pueden regirse por la violencia. El diálogo debe subsistir a la prueba de fuerza, de modo que se desarrolle  la cooperación entre todos los ciudadanos. Para el Jefe del Estado importa ahora que el concepto caducado de “clases enemigas” y encerradas en sí mismas, suceda el de “clases abiertas” compenetrándose en una obra común. Ya no se trata de política, sino de moral: es la vida de un pueblo lo que está en juego”.

A fin de aplacar la cólera de los campesinos, el Gobierno ha suspendido las importaciones de frutas y de legumbres, sin por ello, contravenir los convenios de los “seis” (Mercado Común), cuyo reglamento prevé las medidas llamadas de “seguridad”.

Volvió el Presidente francés a Alemania cuando aún estaban frescos los vítores de Kennedy. Se trataba de inaugurar las “sesiones de trabajo” previstas en el Tratado franco-alemán de  22 de Enero de 1963. Pero el enviado  español de “Le Monde” comenta los resultados diciendo que “todo estuvo bien porque no hubo nada”. Al parecer ese primer encuentro ha dejado sin solución los principales problemas que abarcan desde los precios agrícolas, el establecimiento de una política común de los seis países, hasta el porvenir de la Europa Unida en sus relaciones con la Comunidad Atlántica y los Estados Unidos.

Sin embargo, los Ministros de Relaciones Exteriores de los dos países firmaron un acuerdo que crea la Oficina franco-alemana de la juventud. Este acuerdo tiene por objetivo fomentar los intercambios entre jóvenes alemanes y franceses. La Oficina será administrada por un consejo mixto franco-alemán y los créditos importantes que aportarán en partes iguales los dos Gobiernos permitirán su buen funcionamiento.

A este respecto escribe un editorialista alemán: “Las esperanzas se cifran ahora en una juventud que esté bastante limpia de prejuicios para poder sobrepasar la estrechez del marco del Estado nacional, en una juventud que reconozca que la vida política de nuestros dos países sólo puede desarrollarse en toda su significación en el marco de una unidad más grandes que se extiende más allá de la Mancha y del Atlántico.

Volviendo a la Conferencia de prensa del General de Gaulle, a la que asistieron 900 periodistas franceses y extranjeros, el Presidente manifestó que el Acuerdo de Moscú le parece satisfactorio, aunque no cambiará en nada la terrible amenaza que las armas nucleares de los dos rivales hacen pesar sobre el mundo, y en particular sobre los pueblos que no poseen esas armas.

En cuanto a las relaciones franco-americanas, cuyos fundamentos son la amistad y la alianza, no pueden –asegura- quebrantarse por las diferencias existentes entre los dos países frente a ciertos problemas internacionales.

En el calor inmenso de las lámparas y los reflectores de la televisión, el único que no parecía incómodo era el General de Gaulle. El editorialista del periódico “Le Figaro”, describe así su impresión:

“Singular mezcla de realismo y de sueño que irresistiblemente, a la salida de cada “conferencia-espectáculo”, nos inclina a comparar el Jefe de Estado, unas veces con ese héroe tesálico que creía estrechar entre sus brazos a la hermana Zeus y sólo abrazaba nubes; otras, con un campesino de los nuestros, con los pies sólidamente afincados en la tierra, testigo lúcido, irónico y avisado de los dramas de nuestro tiempo”.