París es “La vida en rosa”, es el Sena, es el Louvre, es la Torre Eiffel, es Notre Dame… Es el sueño de todo el mundo.

Recuerdo aquel viaje que hice en el 2004 acompañada de mi hijo mayor, caminamos y caminamos. Pienso en la emoción que sentí al ver la Torre Eiffel, sus luces titilando y el aire frío de invierno. Fue una gran experiencia, aunque no quise subir pues tenía grabados en mi mente el atentado de Las Torres Gemelas y el de Atocha, pero no se lo comuniqué a mi hijo, para que él pudiera con toda confianza subir y contemplar la ciudad  desde lo alto.

Yo pacientemente me quedé abajo esperando, pero de un momento a otro mi paz terminó. De pronto vi a una multitud que corría despavorida hacia mí. No sabía qué pasaba, entonces me di cuenta de que eran los famosos manteros, que huían de la policía. Recogían su mercancía y se instalaban al otro lado. Cuando me reuní con mi hijo, mi corazón volvió a su lugar.

Entre  mis películas favoritas está “Sabrina”. La  protagonista  decía que cuando se vivía en París se adoptaba  un puente y es que el Sena tiene más de 30, los cuales son admirados cuando se hace la travesía por el río en unos barcos que parten del pie de la Torre Eiffel. Desde ahí podemos contemplar la Catedral de Notre Dame, El Museo del Louvre, el Museo de Orsay y mucho más.

Uno de los paseos que más me gustó fue subir a la colina de Montmartre – claro, en un funicular- en donde se encuentra la Basílica del Sagrado Corazón. Caminar por sus calles. En ellas se encuentran una gran cantidad de tiendas artesanales, cafecitos, restaurantes  y lo más llamativo,  ver a los artistas pintando generalmente retratos. Esto es algo impresionante.

A propósito, cuando Felucho Jiménez estaba en campaña, con un tono voz de júbilo  y una mirada soñadora, prometía convertir nuestro Parque Colón en un pequeño “Montmartre”, en  el que íbamos a disfrutar y ver a nuestros artistas pintando en vivo. Así lo dijo en una entrevista que yo vi en la televisión, el año no lo recuerdo. Todavía lo estoy esperando.  Y como en esa época nuestros políticos  prometen tanto, no sé cómo no nos ofreció también convertir el Ozama en el pequeño Sena, aunque lo que admiráramos fuera el cordón de miseria que bordea Santo Domingo, pero hoy tenemos el teleférico que nos permite contemplar todo esto, desde lo alto.

Conocer el Louvre, aún teniendo que hacer una fila de dos horas para poder entrar, es algo imperdible, no ir allí, es no conocer París.

Cuando fuimos al Museo de Orsay, me dice mi hijo, mira aquel mural -eso a la entrada y a la derecha- es de un criollo, yo algo incrédula me acerqué a ver la firma, pero él que es Historiador y Crítico del Arte, sabía muy bien de lo que hablaba, se trataba de Théodore Chassériau, (El Limón, Isla de Santo Domingo, actual República Dominicana, 20 de septiembre de 1819París, 8 de octubre  de 1856). Aquí se le honra con una calle con su nombre, la que conocemos como Privada.

En mi adolescencia, escuchaba una canción que interpretaban los hermanos Arriagada que mencionaba “Les Champs Elysées”, nunca me imaginé paseando por ellos y mucho menos ver “El Arco del Triunfo”. Todo esto solo conocidos por mí durante el bachillerato y en las ilustraciones de los libros de historia.

Deseo contar unas anécdotas que no quiero pasar por alto: cuando tomamos el tren del aeropuerto para ir al hotel, de fondo se escuchaba ”La vida en rosa”, como dando la bienvenida a los turistas, canción que me hizo recordar a mi amiga de la niñez Luchy, ya que es una de sus canciones preferida.  En ese mismo año, como ocurrió en estos días, un tsunami devastó Indonesia, causando miles de muertos y desaparecidos. Estaba viendo las noticias y mi hijo bajó el volumen de la televisión, me molestó mucho esta acción, a lo que él con mucha gracia me dijo: ¡Oh, pero no sabía que tú hablabas francés!

También quiero advertirles que no se les ocurra comer una pizza, pues todavía estoy lamentando los quince euros que pagamos por una mini pizza más pequeña que un plato.

De París es mucho lo que se puede contar, pero llevaría páginas y páginas, pues hablar de todos los lugares conocidos, las comidas, las calles, los indigentes recibiendo comida repartida por señoras voluntarias en un parque, otros durmiendo a orillas del Sena, tapados por cartones y un sinfín de encantos que encierra esta gran urbe, hace que sea un paseo inigualable.