Mi querida amiga Carolina Bodden denuncia mi pesimismo militante. A Carolina no me atrevo a negarle nada, así que esta semana abriré un paréntesis y pretenderé ser optimista.

Hago memoria: ¿Qué de bueno tenemos en Quisqueya?

Los chapuzones en Sosúa, los palmares de Jacagua, los pinos barbudos de Las Matas.

El té de gengibre, el café negro, el friíto de Constanza.

La torta amarga de Jarabacoa, el moro con guandules del Comedor Félix, en Cenoví, el pescado con coco del comedor Mami en Sánchez.

El próximo Papa. El próximo premio Nóbel de la Paz. (Perdón por la ironía).

El centro del universo (Que no está en la estación de Perpignan, como juraba Dalí, sino en la glorieta del Parque Duarte de Santiago).

El dulce de leche de Piloto. Los frijoles con dulce. Los mangos banilejos.

La pluma de Rafelito P. Rodríguez. Y la de Sara Pérez. Y la de Pedritín Delgado Malagón.

El ron Barcélo. Y el Bermúdez. Y el Brugal.

Los poemas de Manuel del Cabral. Y los de Dionisio. Y los de Franklyn Mieses Burgos.

La Casa Báder. La lechonera sin rival Milito. La cafetera El Conde.

El Centro León.

Pepe Grullón. Los Mellizos Araque. Jotalenin. Rafael Emilio.

Los hijos de Carolina. Los míos. En fin, los de Quisqueya.

Eso, sobre todo. Nuestra gente.

Su generosidad, su bondad, su amor por el trabajo. Su  alegría, su sencillez, su esperanza infinita.

Carolina tiene razón. Hay tantas cosas buenas… Pero ninguna de ellas se la debemos a los políticos.

Carolina dice: “Vivimos entre basura, pero tenemos la luna y las estrellas”. Es cierto. Pero sólo porque Félix Bautista y sus compinches no se han lanzado – todavía – al saqueo del universo.

No me resigno a admitir que un pueblo tan bueno tenga políticos tan malos.

Prometí ser optimista, así que aquí termino.

No sin recordar la definición de optimista: Pesimista mal informado.

Cierro el paréntesis.