En la XIX Muestra Internacional de Cine de Santo Domingo he visto la última película de Andrei Konchalovski titulada Paraíso, coescrita por el cineasta ruso junto a Elena Kiseleva.

El film une los destinos de tres personajes: una aristócrata rusa, el Director del Departamento de Policía y un soldado nazi durante la ocupación fascista en la Francia de los años 40.  Asistimos a sus relatos sobre los acontecimientos vividos contados frente a la cámara en un formato de documental, mientras los testimonios se intercalan con la recreación fílmica de los hechos -en técnica de flashback- dentro del marco de una brillante fotografía blanca y negra de Aleksandr Simonov, que además de transmitirnos el sentido de época, también nos transfiere una solemne austeridad y dramatismo.

El nazismo está presente durante todo el film y sin embargo, es defendible el planteamiento de que este no es el motivo fundamental de la película. Aunque Konchalovski ha señalado que vivimos en una época de “frivolización del holocausto” –que en cierto sentido la obra pretende remediar- lo cierto es que la película trasciende los eventos históricos concretos que le sirven de insumo para convertirse en una alegoría sobre lo que la filósofa Hannah Arendt denominó “la banalidad del mal”, el hecho de que personas ordinarias, sin un perfil psicológico especial para la maldad pueden ser compromisarios de un sistema de terror y de crueldad.

En muchos casos, estos individuos tienen la certeza de que hacen lo correcto, de que sus actos, aunque impliquen sacrificios dolorosos para ellos y los demás, son necesarios para la consecución del paraíso terrenal al que aspiran.

Pero la utopía de un paraíso en la tierra se estrella con la precariedad y la finitud de la condición humana. El ideal del paraíso en la tierra es inhumano por ser contrario a nuestra condición y porque el costo que debemos pagar para intentar llevarlo a cabo es la siembra de la barbarie por doquier.