Cada mañana el sol caribeño anuncia el inicio de un nuevo día, dando origen a los afanes y ansiedades por subsistir, de una sociedad carente de oportunidades e impregnada por signos de desigualdad que impulsan el éxodo de lugareños residentes en zonas con altas precariedades hacia las metrópolis dominicanas, en busca de la solución definitiva a sus problemas básicos.
Esta avalancha de población proveniente de otros pueblos y naciones hermanas se suma al conjunto de habitantes que residen en las zonas urbanas, batallando por subsistir, con el agravante de que la concentración de población en la ciudad limita las oportunidades para los que vienen a la urbe en busca del “moro perdido”.
La falta de formación, las incapacidades evidentes y la ausencia de oportunidades a lo interno de la propia ciudad, lleva a estos ciudadanos a involucrarse en tareas propias de la informalidad, que según la Encuesta Nacional de Fuerza de Trabajo (ENFT) estimo que el sector informal asciende a un 56% (2013). Según el informe publicado por el Banco Central: “Algunas consideraciones sobre la Informalidad y los Ingresos en el Mercado Laboral de la República Dominicana (Parte II)”, en este sector informal, la categoría ocupacional dominante son los trabajadores por cuenta propia que constituyen el 71.3% del total informal, para una estimación de 1,603,022 cuentapropistas.
Dentro de este renglón se encuentra un grupo de personas que forman parte de un fenómeno que se consolida con el tiempo, dedicados a colocar paragüitas en puntos estratégicos de la geografía urbana, para así colocar sus mesas, camionetas o canastas, delimitando su territorio y dejando claro que el mismo es para el uso exclusivo de aquel “padre o madre” de familia que ha comprado con su presencia diaria el espacio público en el cual ofrece su servicio. Este proceso de ocupación del territorio podría ir en aumento, en caso de que el lugar seleccionado produzca una demanda que sobrepase la oferta; en atención al viejo dicho: “el sol sale para todos”.
A pesar de que en la actualidad esta práctica se enmarca en un ejercicio de ilegalidad, ante la intención de utilizar exclusivamente un espacio de uso colectivo, los tomadores de decisiones tanto a nivel nacional como a nivel local deben poner la mirada en este fenómeno que se presenta como resultado de la ausencia de ofertas para ganarse el sustento dignamente. La proliferación de estas propuestas informales debe encaminarse hacia la legalidad y la formalidad de sus actividades, a través de un proceso en el cual los interesados en ofertar sus servicios sean registrados por los entes locales de cada municipalidad con el objetivo de que su servicio este orientado a las necesidades de los territorios y su localización no interrumpa con las actividades cotidianas.
Este registro debe estar cruzado tanto con la entidad responsable de administrar el sistema tributario de la nación, de manera que se pueda orientar a este ejército de hombres y mujeres hacia la formalidad, a través del pago de cuotas mínimas; y con el ente responsable de velar por la salubridad de los alimentos que se comercializan en las calles, a fin de garantizar que lo ofertado cumpla con los requisitos de higiene estipulados.
De esta manera tanto el gobierno central como los gobiernos locales podrán iniciar una gestión compartida del territorio municipal, identificando la oferta, determinando la demanda, orientando a los pequeños emprendedores por el camino de la formalidad, generando posibilidades para nuevos empleos, garantizando la salubridad de lo ofertado y transformando un sector informal con aires de ilegalidad en una oferta atractiva tanto para los residentes del país como para los turistas que nos visitan cada año.