En total evasión al análisis científico, y genuino desamparado de evaluaciones del ámbito psicológico, pero en cierta analogía al mundo de la antropología, he pasado tiempo tratando de buscar respuestas a hechos sucesivos históricos que se manifiestan en la vida diaria de culturas y mundos desvinculados y casi desconocidos entre sí.

Esto, porque en mis andares laborales de dos décadas por las islas del Caribe, Centro y Sur América,  países de Africa y Europa, sin importar la diversidad de los temas de agenda, indefectiblemente surgía  un denominador común a todas las mujeres:  Discriminación de género en todas sus facetas. 

Obvio era notar que este hecho se hacía menos evidente con exclusividad en Washington DC y alguna otra ciudad de parecida relevancia, después entendí que esas notables mujeres dirigentes estaban regularmente bajo el amparo de alguna fuerte empresa familiar o grupo económico, que abría puertas a nombres sin importar el género.

En particular recuerdo un tiempo de trabajo donde sorprendida por la fuerza que afloraba de un grupo de mujeres congresistas de Africa, comencé a pensar que ese ímpetu que percibía en ellas seguramente provenía del espíritu guerrero anidado en el tiempo. Quizás la lucha fiera que llevaban en su tierra para lograr ser reconocidas, atendidas en sus reclamos y respetadas las convertía en guerreras.  Que difícil es nadar contra corriente, cuánta energía acumulada, reflexionaba yo mientras buscaba el resguardo de soluciones nuevas al tiempo que las escuchaba exponer magistralmente.

La paradoja se presentó al no lograr entender la ecuación de una realidad aplastante y casi desmoralizante.  Así, de forma atrevida, empecé a jugar en escenarios de ensayo y error y tratar de encontrar respuestas a la inmensa pregunta:  Porqué la mujer, un ser notablemente inteligente, con capacidades infinitas para la intuición, la percepción, correlación y administración ha permitido por siglos que su par se haya creído poseedor de superioridad, con derecho a avasallar, discriminar, maltratar y disminuir  su dignidad?  Es que el hombre cazador, nómada y luchador se permitió creerse el jerarca, el superior, el acosador; pero también el decisor.

Es que acaso la mujer, en su naturaleza maternal, en su noble lucha por preservar la unión, el amor y

la paz en el primer núcleo social, y hasta laboral, desarrolló esa  fuerza motriz capaz de por siglos soportar insolencia, discriminacion y más?  O sería el reconocimiento escondido de que al otro “par”

le sobraba fuerza brutal y había que darle tiempo para que termine de desarrollar aquella parte racional que le permitiría entender que la igualdad nada tiene que ver con la sensibilidad, la ternura y la búsqueda de paz? 

Tantas preguntas sin contestar que ofendieron a Don Truco cuando me atreví a insinuar que dónde podría estar la verdad.  Me dijo que a su género se le había educado mal, haciéndoles creer que no debían ni llorar; se molestó tanto que me hizo recordar que muchos no se creían diferentes a “su igual”, y para burlarse al final me dijo yo no tenía nada de que quejar porque era una privilegiada muy particular.  Ciertamente que él es soberbio cuando quiere molestar, le tuve que recordar que hablo por quienes son más y que sin la excepción no habría con qué comparar! 

Día extraño el que transcurre hoy, el mismísimo Don Truco llegó a mi casa sin cita previa como es su acostumbrar, y sólo atinó a decir cuando se marchaba que le habían robado su billetera con los últimos 30 pesos que le quedaban!  Con él hay que sentarse a hablar….