El relato del hijo descarriado, su arrepentimiento, padre que perdona, hermano resentido y reconciliación.
La lectura del Santo Evangelio de San Lucas 15:11-32, correspondiente a este Cuarto Domingo de Cuaresma, es seleccionada por las llamadas iglesias históricas: Católica Romana, Bautista, Anglicana, Luterana, Metodista, Moraviana, Discípulos de Cristo, y otras. Coinciden en escoger ésta porción del Santo Evangelio correspondiente a este día, por ser una de las parábolas mejor conocidas de Jesús, por el mensaje que enfoca aspectos de importancia para los seguidores de Cristo.
Ésta coincidencia en la selección de la lectura correspondiente al evangelio de hoy, debe ser reconocida y exaltada por ser un ejemplar indicativo que los cristianos de las iglesias históricas tienen en común e interpretan el mensaje evangélico en cuanto al propósito del perdón, la confesión y la reconciliación, como aspectos propios del proceder de los cristianos.
El mensaje tiene varias vertientes, y en éste artículo se enfoca la conducta impropia de un hijo, y luego su toma de conciencia de ser “el hijo prodigo”, y la reacción de “el padre que perdona”, y “el hijo resentido”.
Desenfreno del hijo menor
El más joven de los hijos de un padre exigió la parte de la herencia que le correspondía, se ausentó de la familia, y derrochó la herencia, llevando una vida desenfrenada; lo desperdició en lugares lejanos y en medio de corruptela. Pasó hambre y se vio obligado a cuidar cerdos y desear comer la comida de estos animales que son despreciados y considerados inmundos por los judíos. Cuando lo había gastado todo, decidió retornar a su casa en calidad de siervo trabajador.
“El hijo pródigo”
Después del derroche de su herencia y de pasar carencias el hijo descarriado tomó conciencia y tomó la decisión de volver a su hogar arrepentido, con humildad, confesando que había pecado contra Dios y su padre, por lo que rogaba perdón, buscaba reconciliación y nueva oportunidad, ya no como hijo, sino como un obrero de su progenitor.
La intención de Jesús con este enfoque de su parábola, fue para señalar que el pecador extraviado, y perdido puede recuperar la participación en el reino de Dios si se humilla, se arrepiente, pide perdón y busca la reconciliación.
El reencuentro del pecador arrepentido consigo mismo y con Dios sirve para la renovación espiritual y el disfrute de la vida eterna.
“El padre que perdona”
La segunda vertiente de esta extraordinaria parábola es del “padre que perdona” a su “hijo pródigo” y consuela a su “hijo resentido”. Las dos primeras facetas de la parábola que señalan el arrepentimiento y perdón del hijo descarriado y el resentimiento del segundo hijo, son impactantes y señalan importantes formas de conductas, acciones y reacciones de seres humanos.
La actitud del padre es más bien una forma virtuosa de ser. Es una dimensión de amor, piedad, bondad, compasión, ternura que es humana, pero de inspiración divina. Esta forma de actuar es el reflejo mismo de la paternidad de Dios para los seres humanos de todas clases y condiciones.
Dios perdona y renueva las almas perdidas para abrirles la puerta hacia la vida abundante y eterna, sin echar en cara el pasado del pecador. Dios ofrece perdón y reconciliación al pecador y da seguridad de pertenencia plena al resentido. Dios lava las inmundicias del pecador a pesar de su contaminación con la vida de perdición y las suciedades inmorales. Dios pudo motivar al padre para que expresara con sinceridad: “¡Vamos a comer y a hacer fiesta! Porque ese hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”. (San Lucas 15:24).
“El hijo resentido”
La otra vertiente de la parábola se enfoca en el hijo que se mantuvo en su casa con fidelidad, lealtad y en constante colaboración con su padre. Este cumplió con su deber con apego a las tradiciones y las responsabilidades con nobleza e intachable conducta.
La falta de este hijo cumplidor que no abandonó su casa y cuidó afanosamente los bienes de la familia, fue la incomprensión del amor de su padre por su hijo que se había perdido y ahora había vuelto al hogar arrepentido para brindarse como un simple obrero. Este hijo estaba resentido, enojado, y carente de conmiseración. Argumentó a su padre que él ha estado siempre a su servicio, sin desobedecer, sin desmayar, con buena conducta, más nunca fue honrado con banquetes y fiestas como a su hermano que había malgastado dinero de la familia con prostitutas e indeseable comportamiento.
La reacción del hijo resentido parecía verídica y justa, pero no era adecuada, porque faltó al reconocer que el perdón y la reconciliación son primordialmente de los que aman. Además, el padre le explicó que su hermano había muerto, pero vivía de nuevo, se había extraviado y ahora había encontrado de nuevo su hogar por lo que era propio celebrar este retorno con sinceros gestos de bienvenida, con ropa y zapatos nuevos, y con una celebración festiva.
La benevolencia y expresión del padre se manifestó a dos niveles. Perdonó y reconcilió al hijo prodigo justificando su acción. Dio respuesta satisfactoria al hijo resentido al asegurarle que: “Tu siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo”. (San Lucas 15:31). Más que palabras de aliento, estas son de seguridad, que expresan lo que el salmista dijo: “Feliz tú, que honras al Señor y le eres obediente. Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien”. (Salmo 128: 1).
El significado más fiel de esta parábola esta en este versículo cuando Jesús mismo dice: “…Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve personas buenas que no necesitan convertirse”. (San Lucas 15:7).