“Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y de hecho han sido domados por el hombre;
en cambio ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero.” – Santiago, 3:7 y 3:8
Con la lengua afuera llegamos al fin de año, lamentablemente dejando muchas verdades sin enunciar, y no por mordernos la lengua.
Pero sobre el uso y abuso de la lengua como instrumento de dominación y violencia no podemos callar, pues ha sido nefasto leitmotiv de nuestra vida desde siempre. Y siempre son los otros- no nosotros- los que con lengua viperina hacen uso de la palabra para impulsar sus ambiciones, en procura de sus conquistas personales o grupales, aunque con ello atropellen a las hermanas. Homenajeamos con altisonancia a deslenguados porque hacen malabarismos con sus vituperios contra los que consideramos nuestros enemigos- traidores de nuestras creencias- sin respetar la dignidad del otro, el derecho que tiene a sus propias verdades, a expresarlas sin pelos en la lengua y sin nosotros sentirnos ofendidos ni tener que humillar contraatacando. Nosotros tenemos el derecho a sacar la lengua y agredir con la palabra al interlocutor, porque para eso existe la libertad de expresión. Si el otro critica nuestras ideas con argumentos razonados, es un desbocado y lenguaraz difamador; si nosotros atacamos con palabrerío descompuesto, es un acto de arrojo y virilidad.
En el principio existía la Palabra y la Palabra era Verdad. Pero desde que “el hombre” tiene libre albedrío, la palabra se ha degradado progresivamente a tal punto que hoy se presta a todo tipo de sinvergüencería. En términos bíblicos, la lengua es fuego: blasfemias hirientes, burlas crueles, chismes virulentos, discursos vacuos, escándalos estridentes, incitaciones odiosas, loas lambonas, maldiciones letales, mentiras impiadosas, promesas falsas, publicidad engañosa, son solo algunos de los malos usos de la lengua en nuestro diario vivir que saltan a la mente. A simple vista, por su alto volumen estas aberraciones lingüísticas opacan la poesía pura y el diálogo franco que son ejemplos de expresiones nobles de la lengua. En algunos casos pronunciamos con mala intención y alevosía las voces malolientes; pero con frecuencia son el producto de reflejos condicionados por diversos factores de nuestra formación y el ambiente que nos rodea, y brotan como eructos del nebuloso subconsciente. Aunque la vida de la pela ‘e lengua es efímera como el bicho ponzoñoso que muere al entregar su veneno, el efecto es el mismo: una estocada con lengua de mime en nuestro interlocutor.
Pero también es un uso inadecuado de la lengua escudar nuestras ideas y opiniones detrás de eufemismos enfermizos para evadir responsabilidades. Son voces encadenadas que terminan con el tiempo también apestando como epítetos del pretérito. La lengua no ha sido domada por nosotros, pero tampoco dejemos que sea amordazada. Al pan, pan, y al vino, vino. Pero siempre con humildad y decoro.
Dejemos de achicar la lengua a dimensiones liliputienses, cuando lo que nos distingue de los demás seres vivientes es precisamente ese legado lingüístico que es una cosmovisión siempre en expansión, un don divino que no tiene límites, así para el bien como para el mal. Demos la bienvenida al nuevo año invocando el buen uso de nuestra lengua, confirmando la voluntad de depurar nuestro manejo de la palabra en el espíritu de la mejora continua, a sabiendas de que ningún ser humano ha logrado domesticar la lengua por completo. Precisamente porque es un arma que está llena de veneno mortífero, es crucial hacer grandes esfuerzos por modular los impulsos primarios de la maledicencia. Al mismo tiempo nos comprometemos a no dejar las alabanzas y bendiciones sinceras a punta de lengua, ni los perdones sin pronunciar por altanería. Por lo menos este ejercicio de pulcritud lingüística debemos resolver hacer- sobre todo los que tenemos la gracia de una tribuna o un púlpito para nuestras disquisiciones – hasta que descienda sobre nosotros la invocada gracia del don de lenguas, devolviendo la Palabra a su principio, que es la Verdad. Amén.