“Ustedes, pues, conocen e interpretan

los aspectos del cielo,

¿y no tienen capacidad para las señales de los tiempos?”

Mt. 16-3

El debate que alrededor de varios temas se ha suscitado en los últimos meses, aunque todavía incompleto, anuncia la necesidad de una nueva lectura de la historia política reciente que nos impida caer en la tentación de intentar el futuro sin ideas y, aún peor, con las personas equivocadas.

¿Se acuerdan de lo del partido único, planteamiento “novedoso” que pretendió convertirse en el talismán que daría sustento a un dudoso camino de salida democrática? Hoy nadie en sus cabales podría, todavía, mantener el desacierto de un peligro que en realidad no existió.   Estamos frente a una situación que comprueba lo errado de esa afirmación, especialmente ante la aparición de nuevos partidos y agrupaciones que confirman aquello de que la “realidad nunca está mala”.

Resulta tentador -y necesario- atreverse a participar en ese nuevo debate: nos  obliga la aparición de otra geografía política en la que ya no estará en discusión la posibilidad del surgimiento de una “tercera fuerza”.  Por el contrario, el desafío consiste en reconocer si es posible la aparición de una “cuarta fuerza”. Parece que fuera de la Iglesia también hay salvación.

Es claro que para avanzar hará falta ajustar cuentas. Nadie puede esperar algo nuevo capturado en axiomas del pasado mucho más parecidos a refranes populares que a ideas renovadoras de la práctica política: “hay que dar la pelea adentro”  (como si el objeto de la política fuera el partido), o “hay una pérdida de conductas democráticas”.  No estaría mal preguntarse cuándo y dónde dichas prácticas existieron, sobre todo si se reconoce sin pudor quien es el padre de la criatura (la democracia).

Identificar con la mayor claridad posible quiénes y cómo fueron construyendo el escenario que se aspira a cambiar es sin duda una provocación a los intelectuales, académicos y, por supuesto, a los políticos y políticas. Si tal tarea se acomete, quedarán las “fuerzas” (la tercera, la cuarta o la quinta) pero comenzarían a faltar los candidatos.

Instalada la discusión en ese marco, ya tampoco será posible desconocer la crisis de los partidos (incapacidad de controlar la competencia interna, tufillo a intentos de cambios institucionales para resolver problemas internos, divisiones, etc.), tampoco podrá ser ignorado el fenómeno en que podríamos ser vanguardia universal en el desarrollo de la Ciencia Política: la irrupción de los “partidos familiares”, sobre los que no encuentro antecedentes en la limitada bibliografía a la que tengo acceso.

La situación pone ante nuestros ojos variados elementos nuevos, cuya riqueza no podrá ser asimilada si se mantienen viejos refranes como marco de referencia. Los cambios políticos, todos, desde una revolución hasta las reformas, son siempre un acto de creación y para que lo sean efectivamente no es suficiente un florido discurso, hace falta la irrupción de nuevos actores que muevan el tablero: basta revisar los periódicos para comprobar que sin duda están apareciendo, estemos o no de acuerdo con lo que plantean.

Dos hechos que no deben pasar desapercibidos, sirven como ejemplo de lo que afirmamos. La exigencia del empresariado para que se terminen de aprobar las leyes de partidos y electoral. Por un lado eso evidencia la precariedad en que deben desempeñarse los políticos y políticas democráticos cuya imposibilidad de logros en este ámbito ha quedado en evidencia y, por otra parte, significa un reconocimiento del empresariado de que el ‘modelito’ ya no se ajusta con sus intereses, aún cuando es evidente que han sido privilegiados por éste más de una vez. Demos gracias a Dios si esto significa el descubrimiento de que el mejor contexto para una economía competitiva es el de la democracia.

Otro signo de una nueva relación entre el empresariado y la sociedad es la aparentemente anecdótica polémica respecto a comportamientos empresariales entre un abogado santiaguero y reconocidos empresarios. Confieso mi culpa reconociendo que estoy leyendo esa obra magistral de Frank Moya Pons “Empresarios en conflicto” y que la sola posibilidad de una nueva forma de relación entre el empresariado y la comunidad política es un signo alentador.

Otro tema que me resisto a dejar en el tintero es el de la “cartelización de los partidos”. Allí están muchas claves que deben ser descifradas para entender los escenarios políticos y electorales futuros. La ausencia de oposición, por ejemplo, a lo mejor hay que buscarla en las diferencias de tarifas en las consultorías realizadas por intelectuales de oposición y lo que perciben los del propio patio,  en las circunvalaciones, en las carreteras, en los créditos bancarios, etc.