El cambio está de moda. Lo real es que se trata de algo constante y permanente, pero no siempre suele caerse en la cuenta de ello.
El voto de 2,154,866 dominicanos y dominicanas, el pasado cinco de julio, estuvo orientado a provocar cambios en la República Dominicana.
Ya antes, con suficiente tiempo para accionar, los estrategas que acompañaron al Partido Revolucionario Moderno y a su candidato a la presidencia, con la propuesta de cambio, se habían dado cuenta de que eso conectaba con el más auténtico sentimiento de diversos sectores en la República Dominicana.
Fue precisamente ese deseo de cambio lo que posibilitó que “Se van” se convirtiera en una especie de pieza “tarareable”, cuando no llegaba a ser cantable o bailable, en los más diversos escenarios. El merengue no caló en el gusto popular; quien lo concibió conectó con lo que ya era sentimiento y aspiración en el común de las masas. Más que provocar sentimientos en la gente, con “Se van” se puso música a lo que ya se sentía.
Señales motivantes
A esa decisión por el cambio, expresada en las urnas, han seguido algunas señales que resultan esperanzadoras y vale destacar.
Que un partido político rememore aquel gesto duartiano, devolviendo recursos que recibió, pero no usó en la campaña, tiene el mérito de demostrar que realmente avanzamos como sociedad.
Que legisladores recién electos hayan anunciado su decisión de no aceptar privilegios que desde hace mucho se han prestado a acciones que, además de irritantes, han dado paso a prácticas denigrantes y fomentadoras de corrupción, es indicativo de renovación de la confianza que tanto necesitamos para avanzar de manera sostenible.
Que entre autoridades salientes y entrantes se esté manejando un proceso de transición que, además de breve, ocurre en medio de una muy difícil situación de pandemia, y está caracterizado por demostrados niveles de colaboración y armonía, es señal de que hemos logrado superar etapas en las que los traumas eran común denominador en cada cambio de gobierno.
Cuidado con el gatopardismo
Hay un referente negativo en relación con los cambios. En sentido general, pero sobre todo en el ámbito político, se conoce como “gatopardismo”. El término tiene su origen en la novela El gatopardo, del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
El gatopardo refiere las acciones de un hábil aristócrata en aquella etapa en la que, junto a la unificación, Italia abría paso a la hegemonía de la burguesía. En ella se cuenta sobre las tretas de un hombre que alcanzó a ver el cambio y se propuso seguir siendo parte de él.
Lo que hoy se conoce como “gatopardismo” surge a partir de un fragmento de la novela que resume las tretas de aquel aristócrata: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Esta aparente contradicción ha evolucionado a la práctica de “cambiar y cambiar para que todo siga igual”.
Algunos deseos
Ojalá que ese gesto de los legisladores sea el preámbulo para que “cofresito”, “barrilito” y otros términos similares pasen a ser solo expresiones de etapas de triste recordación.
Ojalá que esas iniciativas particulares se conviertan en decisión colectiva y oficial del Poder Legislativo.
Ojalá que también se abra paso a temas como reglamentar la reelección en el Congreso, así como la posibilidad de revocación para todos los cargos electivos, entre otros.
Ojalá que avancemos en términos de mejorar la cantidad y la calidad de la participación de la ciudadanía, como vía para lograr auténtica democracia.
Ojalá crezca la decisión de ser reales agentes de cambio, en el Gobierno Central, en el Congreso y en los Ayuntamientos, pero sobre todo desde el simple ejercicio ciudadano.
Ojalá que el “gatopardismo” solo provoque leer (o releer) la novela de Lampedusa para que aprendamos a defendernos de ese mal.
Ojalá que haya llegado el tiempo para superar la pasividad que tanto daño provoca a las sociedades, sacudiéndonos de una vez y para siempre de la anomia, efecto degradante de las normas que ayudan a cuidar y a sustentar la senda del avance, el bienestar y la felicidad que hace casi doscientos años ya era aspiración de quienes idearon la República Dominicana.