La prensa ha jugado un papel muy importante en el avance democrático experimentado en las últimas décadas, pero aún sufre de grandes defectos. Son muchos sus vicios heredados de un ya lejano pasado de autoritarismo que contaminó de miedo el porvenir y que en cierta medida explica las crónicas debilidades institucionales que padecemos, el temor a expresarnos con absoluta libertad y los temblores que en la mayoría de los ciudadanos, ricos y pobres, cultos e ignorantes, produce disentir de la autoridad y ejercer los derechos fundamentales propios de una democracia, garantizados además por nuestras constituciones.

Los medios han caído en la tentación de tutear a los dirigentes políticos y han hecho de esa práctica una norma en su diario quehacer, lo que genera un clima de confianza y acercamiento letal para la crítica y su independencia. Cuando un medio llama a un político por su nombre de pila, que es la forma en que casi siempre se promueven, le está sin quererlo tal vez haciéndole propaganda. Pero la peor de todas sus faltas es la de no identificar plenamente, con la calidad real por y con la que escriben, sea periódica o diariamente,  muchas veces por mera complacencia, a sus colaboradores y columnistas provenientes del activismo político.

En uno de los diarios en los que escribía hasta hace unos años, al ingeniero Félix Bautista, para citar un ejemplo, se le identificaba sólo como ingeniero civil, tema sobre el cual no escribió ni una sola línea. El señor Bautista dedicaba su espacio a resaltar las labores del gobierno del que él formaba parte como secretario de Organización del partido oficialista, ministro de Estado sin cartera, encargado del departamento a cargo de la mayor parte de las obras estatales y candidato a una senaduría.  Ocurre todavía igual, ahora que es senador y se le acusa de actos de corrupción, en el diario en el que ahora escribe. Esos datos permitirían al lector saber que está leyendo.