Con el trasfondo de la debacle del modelo económico que vio en el desarrollismo la panacea de la encrucijada colonial, la poesía puertorriqueña del nuevo milenio ha transitado el accidentado camino de la crisis con un arsenal de propuestas por demás osadas que dan la medida de su notable vitalidad. Hablo de un archivo amplio que ha crecido a la vera del auge de las publicaciones digitales y editoriales independientes como Folium, La Secta de los Perros, Aguadulce, Callejón, La Impresora y Alayubia, así como la estatal ICP. 

La mirada atenta a este singularísimo archivo descubre los relieves de dos modos de abordar el hecho poético en la coyuntura actual. Por un lado, se aprecia una poética que tiende a reaccionar de manera directa a la inmediatez política en su empeño por registrar el lugar el sujeto en el escenario de ese desasosiego. La poesía que se ajusta a estas coordenadas es por fuerza cruda, sin tamizar y portadora de la prisa e instantaneidad propias a la era de las redes sociales. Como ejemplo de esta tendencia se puede mencionar la producción de Raquel Salas Rivera y Gamelyn Oduardo Sierra. Con un registro más cuidado, también se podría incluir en este conjunto Huracanada (Trabalis, 2018) de Mayra Santos Febres, Falsa heladería (Aguadulce, 2018) de Mara Pastor y Hacernos el adiós (ICP, 2019) de Yara Liceaga Rojas.

En las antípodas de esta modalidad de escritura se halla un archivo igualmente singular, caracterizado por una meticulosa atención a la economía del lenguaje y la profundidad con que se aborda el tema de la inconmensurabilidad de los ritos cotidianos en el escenario de la precariedad. Sobresalen en esta corriente Islandia (EDP, 2015) de Cindy Jiménez Vera, Campo minado (ICP, 2017) de Juan Carlos Rodríguez, Estrategias de combate (ICP, 2018) de Eddie Ortiz González y El libro de los conjuros (Folium, 2018) de Irizelma Robles.

Quisiera detenerme en dos recientes adiciones a este segundo archivo: Charco hondo (Alayubia, 2018) de Sabrina Ramos Rubén y Despertar en el Sahara (Alayubia, 2019) de Zaira Pacheco. De la lectura de estos impresionantes poemarios salta a la vista su filiación, al nivel del tratamiento del lenguaje y el esmero por el ritmo, con la obra de tres grandes poetas de generaciones precedentes: Vanessa Droz, Áurea María Sotomayor y Servando Echeandía.

Charco hondo es el segundo poemario de Sabrina Ramos Rubén (1985), quien irrumpió con autoridad en la escena literaria puertorriqueña en 2016 con la publicación de Mangle rojo (La Secta de los Perros). Con el escenario de la crisis como telón de fondo, Ramos Rubén afina lo que ya en su primer libro se revela como una sólida poética: el itinerario de un sujeto enfrentado a la contingencia de la precariedad con la garantía de una salida viable por cuenta de los afectos:       

No hay luz.

Arde el verano

y es ironía el nombre de Río Piedras.

Mi perra dormita

bajo la influencia del calor.

Una vez más

todo se resume

entre el techo y yo:

a ver quién de los dos pierde la partida.

Tanto mirar al estucado

endurece la piel.

Puede ser que mañana

cuando

salga el sol nuevamente

me haga reptil.

En medio de la ciudad,

del abandono,

de la levedad,

de los afectos,

los amigos del tuétano

pesan más que la frescura,

más que la sangre.

Lo que en la poética de Ramos Rubén es atisbo de la inminencia de la ruina del sujeto que habita una ciudad igualmente inestable, se traduce en el memorial de esa pérdida en el extraordinario Despertar en el Sahara, segundo libro de Zaira Pacheco (1987). En el poema “La casa”, cuyo título apunta por igual al espacio de lo doméstico como al símbolo arquetípico de la nación, el sujeto arriba al escenario del desastre con ánimo restaurativo:

Rocé la arena

que se deshizo entre mis pies.

No hallé los cimientos.

De mi pecho salió apenas un débil gorjeo.

Rebordeé la costa con el torso.

Solo quedaba vapor de la noche anterior.

Moho, madera, hormigón y algunos clavos.

Detrito sobre un terreno boscoso.

Reconozco el grafiti rojo sobre la pared sucia.

He llegado

El hablante poético de la obra de Pacheco no llega al espacio de la fundación de la casa con intención meramente descriptiva; su búsqueda es más bien de índole conceptual o filosófica. El trazo de esa mirada se dilata en el resto de los poemas de Despertar en el Sahara para subrayar un espacio que sobrepasa las marcas de lo real histórico, gesto que hermana la poesía de Zaira Pacheco a la de Sabrina Ramos Rubén. Desde sus distintivas apuestas estéticas, ambas ejercitan una dicción llamada a perdurar.